Ha financiado hasta este año el Festival Internacional de Cine de Gijón, convirtió el palacio Revillagigedo en un centro internacional de arte y consagró su presupuesto a la atención de personas discapacitadas y ancianos. En su nómina de beneficiarios se incluían los apoyos a centros de investigación como el Instituto Universitario de Oncología o la Fundación para el Progreso Soft Computing, sin olvidar que la Cocina Económica de distintos municipios, así como también las asociaciones de caridad, los bancos de alimentos y otras instituciones dedicadas a cubrir las necesidades básicas de los más pobres, formaban parte de los objetivos de la obra social y cultural de Cajastur.

Sin embargo, tras la bancarización de las cajas, el director de la Obra de Cajastur, Carlos Siñeriz, nos anunciaba hace unas semanas que se ha cerrado el grifo que regaba con dinero todos estos proyectos. La primera consecuencia de este «desprendimiento» de la obra social y cultural es el posible cierre del centro de arte internacional Revillagigedo, que sólo hace sembrar la incertidumbre de otros proyectos sociales y culturales.

La rehabilitación y la conversión del viejo palacio en centro internacional de arte significó para el Ayuntamiento Gijón un enorme esfuerzo inversor. En el año 77, el Consistorio había cedido su derecho de opción de compra del palacio a la Caja de Ahorros de Asturias al tiempo que ésta se comprometía a la gestión de un gran centro cultural. En el año 84 comenzó a ejecutarse el presupuesto, pero no sería hasta 1988, con el gobierno socialista del alcalde Vicente Álvarez Areces, cuando realmente se puso en marcha este gran proyecto de recuperación del patrimonio histórico que miraba hacia el futuro, convirtiéndolo en un gran Centro Internacional de Arte que culminaría con la inauguración en el año 1991 de la exposición más ambiciosa que se haya llevado a cabo sobre la obra pictórica y escultórica de Eduardo Chillida (más de 250 piezas), exposición que atrajo la atención de todos los medios de comunicación nacionales e internacionales y volvía a colocar a Gijón en el mapa de las artes plásticas.

El ministerio de Cultura, el gobierno del Principado, Cajastur y, por supuesto, el Ayuntamiento de Gijón aportaron el dinero necesario para financiar un centro que, sólo en su segunda fase, se estima que llegó a costar más de 150 millones de pesetas. El proyecto incluía, también, la rehabilitación de La Colegiata de San Juan Bautista, así como el entorno interior del palacio. El Ayuntamiento, además de aportar más de 70 millones en las dos fases de ejecución, asumió los gastos derivados de la rehabilitación de la muralla romana, la Torre del reloj y la urbanización de la Plaza del Marqués. En definitiva, la boyante Cajastur había acompañado al Ayuntamiento de Gijón en un proyecto cultural que inspiraría, con posterioridad, la filosofía de otros centros culturales de mayor envergadura. Así las cosas, después de tanto dinero invertido, me pregunto si es necesario desprenderse de la obra social y cultural de una entidad que, a lo largo de todos estos años, ha complementado las inversiones públicas de los ayuntamientos y del gobierno del Principado. Qué decir tiene que en el caso de Cajastur y tras la belicosa ley de cajas del año 2000, nacida al albur de la madre de todas las batallas, es más que entendible que se estén violando los derechos de los asturianos, en general, representados a través de la Junta, y de los gijoneses, en particular, habida cuenta de que aún ostentan en el consejo de administración de la caja el honroso poder que les otorga haber sido entidades fundadoras.

El concejal de Cultura, Carlos Rubiera, anunció la semana pasada, durante el último pleno del Ayuntamiento, sus sospechas relativas a un posible expolio del centro de arte. Sus pesquisas le llevaron a concluir que se estaría buscando un buen postor por el palacio de Revillagigedo. Ciertamente, su enajenación sería un expolio si, por arte de birlibirloque, el centro se vendiera a un tercero, sin tener en cuenta los intereses de los asturianos y los gijoneses, pues fueron estos quienes invirtieron tanto o más que la Caja por su rehabilitación. Lamentablemente para nuestro concejal de Cultura, sólo puedo decirle que celebramos las palabras de quien ostenta la representación de Gijón en el consejo, el hasta ahora vicepresidente de Cajastur, Santiago Martínez Argüelles quien, además, es portavoz del grupo socialista municipal de nuestra ciudad.

Fue Martínez Argüelles y no la alcaldesa Carmen Moriyón ni el concejal Carlos Rubiera quien, desde el primer momento que se puso en tela de juicio el papel de la obra social y cultural de Cajastur, garantizó su viabilidad afirmando que estaban aseguradas las partidas presupuestarias asignadas para el próximo año. No será Santiago Martínez Argüelles quien sacrifique en el altar financiero de Liberbank el valor social y cultural de Cajastur.

Aún está por tasar el desastre económico, social y cultural que supondría para muchos ayuntamientos asturianos la desaparición de la obra social y cultural. En primer lugar, sería un fracaso económico y publicitario para la propia Cajastur, a pesar de su óptima situación financiera, y un fracaso político para todos los asturianos. En segundo lugar, y en el peor de los casos, pondría en entredicho el papel de los miembros del Consejo de Administración que están en la obligación de defender un patrimonio de todos los asturianos y un pilar fundamental para quienes creemos en la política y el papel vertebrador que nuestra Caja ha desarrollado a lo largo de décadas.

Y es que Cajastur ha venido ocupando un lugar propio en la historia de Asturias. Los primeros centros asistenciales de ancianos, la restauración del patrimonio arquitectónico y artístico asturiano, las becas, las bibliotecas, los centros culturales, las exposiciones, los ciclos cinematográficos o los cursos que llegaron a pueblos y a barrios, allí donde el presupuesto de los Ayuntamientos no podía llegar, se deben gracias a la obra, que con su labor, todos entendíamos que multiplicaba el efecto económico de sus inversiones, refortaleciendo el estado del bienestar social y democratizando mucho más la cultura de esta región.

Ni los asturianos ni Cajastur podemos permitirnos esta situación y estamos convencidos de que aquellos que nos representan en el Consejo no admitirán por mucho más tiempo esta situación.