Lo único que puede acercar una generación a otra por encima de tanto tiempo, lo único que puede acercarlas es -sería si se lograse- una comprensión de sus vivencias de sus elementos intactos. A eso llamo inocencia, a un tiempo anterior. De esta inocencia no queda más testimonio sugerente que la huella poética, en verso o en prosa. (Rosa Chacel)

De cómo Ortega le intentó explicar lo inexplicable, es decir, el no haber sido incluida en la colección de novelistas que siguieron las pautas que el maestro marcó sobre el género en su ensayo de 1925. De cómo la 2.ª República fue mucho más allá que un régimen político que asombró al mundo. De cómo puede ser admirable una obra literaria como la de Rosa Chacel, que nunca renunció a un compromiso estético que para ella estaba muy encima de toda suerte de convencionalismos comerciales. De cómo es más necesario que nunca que el público lector más joven conozca la obra de una de las grandes escritoras españolas del siglo XX, a raíz de la publicación por parte de la Fundación Banco Santander de los únicos textos que quedaron inéditos de la autora de las «Memorias de Leticia Valle».

Una mujer muy siglo XX, digo, que nació en el mismo año que Lorca y que falleció en 1994. Regresó a España en 1984, y pudo haber hecho suya la famosa frase de Max Aub: «He venido, pero no he vuelto». Y es que la España a la que Rosa Chacel perteneció muy poco tenía que ver con la que se encontró a su vuelta. Una mujer muy siglo XX, cuyo compromiso estético arrancó con las vanguardias, omnipresentes en toda su obra.

Una mujer muy siglo XX que escribió una biografía memorable sobre Teresa Mancha, la musa y el gran amor de Espronceda. Se trata de una de las biografías noveladas más hermosas que conozco. Hermosura no sólo por la belleza de página, que la hay de principio a fin, sino también por el tono poético que la transita. Y no deja de ser llamativo que una mujer tan siglo XX, que no dudó en manifestar el nulo interés que para ella tenía la literatura decimonónica española, especialmente Galdós, nos haya legado un libro que tanto contribuye a conocer la trayectoria vital de una mujer tan decisiva en nuestro siglo XIX. Así, Teresa Mancha no sólo enriqueció nuestra literatura por el canto que le dedica Espronceda, sino también por la biografía de la que es autora esta gran literata vallisoletana que vuelve a la actualidad literaria a resultas de la publicación a la que aludimos más arriba.

Una mujer muy siglo XX que no hizo del feminismo un recetario de consignas, sino que lo plasmó renunciando a obviedades y con altura de miras desde una estética envidiable. Una mujer muy siglo XX, cuya centuria, literariamente hablando, no empezó hasta 1914, con una obra que no sólo atesora la excelencia en la forma, sino que además se sustenta en una solidez intelectual extraordinaria.

Nos encontramos ante una ocasión pintiparada no sólo para recuperar una obra literaria de gran calidad, sino también para desmentir tópicos, pues la llamada Generación del 27 no sólo destacó por ser una de las cumbres de la poesía en nuestro idioma, sino también por contar con grandes prosistas como Jarnés y Antonio Espina, y la propia Rocha Chacel, que también escribió poesía.

Sus primeras novelas son una muestra clara de que la deshumanización del género que propuso Ortega no siempre cosechó malos resultados, con independencia de que contaran con un público lector más o menos masivo. Y la obra de Rosa Chacel es también la plasmación de los afanes de un tiempo y un país que, especialmente en su caso, no se limitaron a lo que convencionalmente se denomina con la manida expresión del arte por el arte. También hay una cosmovisión que a día de hoy puede aportar mucho.