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Embajador de España ante la OEA

La revuelta catalana de 1640

El catalanismo lo que ha buscado durante siglos, más que la independencia, ha sido influir en España

Este verano he tenido la oportunidad y el privilegio de participar en el curso de La Granda titulado "Reflexiones sobre la historia de Cataluña", que, dirigido por el profesor Emilio de Diego, ha reunido a un notable grupo de historiadores e investigadores para reflexionar sobre los momentos más relevantes de la historia de Cataluña, desde la época romana hasta la actualidad. Desde mi condición de aficionado a la Historia y presionado por el profesor De Diego, presenté una ponencia sobre la revuelta catalana de 1640 y la factura que Cataluña y España terminaron pagando por ella a Francia.

Veamos sucintamente lo que pasó. En la década de 1620 el valido de Felipe IV, conde-duque de Olivares, convence al rey de la necesidad de replantear la distribución general de los impuestos entre los distintos reinos de la monarquía. Castilla estaba exhausta y las Indias no eran tan buen negocio como parecía, justo cuando la monarquía combatía en diversos frentes en la terrible Guerra de los Treinta Años (1618-1648). La solución de Olivares es el proyecto de la "Unión de Armas" o alianza de recursos para la defensa militar y naval aportados de manera más equilibrada por los distintos reinos. Cataluña rechaza abiertamente el plan. El rey y Olivares convocan Cortes en Barcelona, primero en 1626 y luego en 1632, pero no consiguen su objetivo. La exigencia de que Cataluña organizara una fuerza de 16.000 hombres era excesiva y poco realista, teniendo en cuenta que el Principado siempre había participado de manera muy modesta en los ejércitos españoles.

En 1635 Francia, que hasta entonces había intervenido indirectamente en el conflicto europeo, entra de lleno en el mismo declarando la guerra a España. En 1639 Olivares elige Cataluña como principal frente de guerra pensando, nuevo error, que los catalanes se verían así obligados a defender su territorio. Como señala Juan Reglá, "el proyecto del conde-duque de llevar la guerra a Cataluña desembocaría en el más completo desastre". La lucha se libra en la fortaleza fronteriza de Salces, recuperada en enero de 1640 después de un enorme esfuerzo que supuso la muerte de 4.000 catalanes, muchos de ellos miembros de la aristocracia.

La oligarquía barcelonesa moderada se ve superada por el radicalismo de los caballeros y canónigos de la montaña y Pau Claris, canónigo de Urgel, es elegido presidente de la Generalitat. En Madrid, los extremistas de la Corte piden mano dura a Olivares.

El descontento con la guerra se extiende por el Principado. Grupos insurgentes comienzan a atacar a las tropas reales. Una oleada de revoluciones sociales -dirigidas contra los sectores dominantes de las clases catalanas- sacude diversas localidades de Cataluña. El 7 de junio de 1640, festividad del Corpus Christi, un grupo de segadores entran en Barcelona, saquean la ciudad y asesinan al virrey y a su séquito en la playa, mientras trataba de huir en un galeón. Como bien ha señalado Henry Kamen en su libro "España y Cataluña: historia de una pasión", algunos han intentado presentar ese hecho como una revolución nacional contra Castilla. En realidad no hubo nada de eso, sino que se trató de un estallido caótico y sanguinario, una quiebra general de la ley y el orden que causó la muerte de muchos catalanes y castellanos. Las clases altas catalanas tuvieron miedo y no se atrevieron a actuar contra sus propios vasallos.

El sueño de una Cataluña libre e independiente duró apenas una semana. Para John Elliot era evidente que Cataluña no podía sobrevivir sola en rebelión. En octubre de 1640 la Diputación firmó un acuerdo de defensa con los franceses, lo que lleva a Olivares a desatar una guerra abierta contra el Principado. En enero de 1641 los rebeldes se declaran república independiente y transfieren el título de conde de Barcelona de Felipe IV a Luis XIII, poniéndose bajo la Corona francesa. La "separación" de España duraría casi doce años, un periodo que resultaría traumático para Cataluña. Los franceses ocupan el condado fronterizo del Rosellón, que ya nunca abandonarían, y la guerra se traslada a la frontera aragonesa.

En 1642 muere Richelieu y poco después el rey Luis XIII. Por su parte, Felipe IV prescinde del conde-duque de Olivares. Los catalanes se sienten ya por entonces profundamente decepcionados. Los soldados franceses se comportan como fuerzas de ocupación y la guerra es fuente de sufrimiento e ingentes gastos para la población. El Estado francés era, además, mucho menos respetuoso que Castilla con los privilegios de los catalanes.

En 1648 termina la Guerra de los Treinta Años con la Paz de Westfalia y las tropas del rey quedan libres para intervenir en Cataluña. Tras un año de asedio por las tropas españolas al mando de don Juan José de Austria, Barcelona se rinde en octubre de 1652. El presidente de la Diputación, Margarit (Claris había muerto en 1641), y sus partidarios huyen a Francia. El rey Felipe IV jura respetar las constituciones y confirma, con algunas reservas, los fueros catalanes.

El fin de la guerra supone la amputación de Cataluña y de España, al anexionarse Francia el Rosellón y el norte de la Cerdaña, hecho confirmado en 1659 con el Tratado de los Pirineos. En la parte de Cataluña desde entonces francesa los fueros serían poco después derogados y el uso del catalán prohibido, incumpliendo el rey Luis XIV los compromisos adquiridos.

No se trató de un levantamiento nacional de Cataluña ni de un movimiento político que tuviese como objetivo alcanzar la separación de esa región de España, como algunos sectores nacionalistas se empeñan hoy en sostener en su esfuerzo por manipular la historia. Fue una rebelión contra las políticas de Barcelona y contra las clases dirigentes catalanas, alimentada por el descontento causado por el esfuerzo exigido y los daños derivados de la guerra contra Francia. El autoritarismo de Olivares y la abierta intervención de Francia avivarían y profundizarían el conflicto. Durante años Cataluña sufriría un auténtico martirio, culminado con el sacrificio final de la pérdida de una parte del territorio catalán en favor de Francia.

La historia de Cataluña es sumamente original. En diversos momentos de nuestra historia colectiva la región ha adoptado posiciones distintas a las de la mayoría del resto de regiones que conforman España o, al menos, diferentes de las de Castilla. Pero el movimiento independentista ha sido siempre minoritario y extraño al sentimiento colectivo del pueblo catalán. De hecho, la actitud más generalizada del catalanismo ha buscado durante siglos influir en España y condicionar las políticas adoptadas desde el Gobierno de la nación. Por eso podemos concluir que la deriva independentista y desleal de un sector de la sociedad catalana supone un giro radical en la historia de Cataluña, traiciona su tradición política secular y priva al conjunto de la nación de la influencia benéfica que el catalanismo reformista moderado ha tenido en el curso de la historia de España.

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