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Las Candelas y San Blas en San Pelayo

Dos tradiciones ovetenses conservadas por la comunidad benedictina

Tradicionalmente, era muy frecuente la existencia en la ciudad de Oviedo de varias cofradías, gremiales o no, relacionadas con diversos lugares de culto. Quiero referirme hoy especialmente a la Cofradía de San Blas, creada en torno a la veneración de las reliquias de este santo en la ciudad de Oviedo.

Era la festividad de San Blas la que inauguraba el calendario anual de celebraciones religiosas en la ciudad, el día 3 de febrero; previamente, la víspera, se celebraba la fiesta de las Candelas, en donde se presentaba en el templo a la descendencia nacida en el último año. Ambas celebraciones se fueron perdiendo con el paso del tiempo, pero, afortunadamente, en la comunidad benedictina de San Pelayo las conservan realizando todos los años puntualmente las celebraciones religiosas oportunas.

Un año más, las monjas pelayas se disponen a celebrar estas fiestas. Hoy se oficiará a las siete de la tarde la eucaristía en la que se celebra la presentación del Señor en el templo y también la celebración de la Purificación de Nuestra Señora. La Iglesia católica ha colocado esta fiesta en el calendario a los cuarenta días de la Navidad, el tiempo en que desde el punto de vista médico se considera que finaliza el puerperio y el cuerpo femenino recupera la normalidad. La celebración se denomina, también, fiesta de las Candelas, pues madres, padres y abuelos llevan al templo a sus descendientes nacidos en el último año.

Los neonatos acompañados por sus padres son bendecidos en la sala capitular y, tras encender las candelas, recorren en procesión el claustro del monasterio acompañados por las monjas y el resto de fieles asistentes entonando distintos cantos; finalmente, tras pasar por el coro, las criaturas son presentadas ante el altar. La asistencia es libre pero es aconsejable que los padres y abuelos que deseen presentar a los niños en el templo contacten telefónicamente con el monasterio (tel. 985 21 89 81) para disponer de lugar reservado para ellos.

Mañana, día 3 de febrero, la Iglesia católica celebra la festividad de San Blas. Son varios los hombres virtuosos a los que la Iglesia católica les reconoce su santidad, pero cuando hablamos de "nuestro" San Blas es el nacido en Sebaste (en la actual Turquía), en el seno de una familia acaudalada y de padres nobles, que fue educado cristianamente y vivió entre los siglos III y IV.

El recordado sacerdote don Silverio Cerra Suárez publicó en 1994 un magnífico trabajo hagiográfico, del que he tomado algunas notas, titulado "San Blas, obispo y mártir", libro editado por la comunidad del monasterio de San Pelayo, recomendando su lectura para el que quiera una más amplia información, y que se puede adquirir en la portería del monasterio.

San Blas era un joven con conocimientos galénicos y que sentía el arte de curar como un sacerdocio y consideraba a cada uno como hermano propio. Con el transcurso del tiempo, tras quedar vacante la sede episcopal de Sebaste, ciudad de Capadocia, Armenia en la actualidad, sacerdotes y fieles lo eligieron como su nuevo pastor. Él se resistió al principio pero acabó aceptando y recibió las órdenes sagradas, primero de presbítero y luego de sacerdote, y los cristianos lo eligieron como obispo de Sebaste. En toda Asia Menor se hablaba del santo como del obispo que hacía milagros.

Cuando el gobernador de Capadocia realizó una persecución contra los cristianos llegó a Sebaste y localizó la cueva de San Blas. Allí le encontraron en oración y lo arrestaron. El gobernador trató sin éxito de hacerle renegar de su fe. En la prisión, San Blas sanó a algunos prisioneros y, finalmente, luego de terribles torturas, murió decapitado el 3 de febrero, se cree que del año 316.

Mientras llevaban al santo camino a su muerte, una mujer se abrió paso entre la muchedumbre y colocó a los pies del santo obispo a su hijo que estaba muriendo, sofocado por una espina de pescado que se le había atravesado en la garganta. San Blas puso sus manos sobre la cabeza del niño y permaneció en oración. Un instante después, el niño estaba completamente sano. Este episodio lo hizo famoso como taumaturgo en el transcurso de los siglos y sobre todo para la curación de las enfermedades de la garganta.

Pero ¿cuál es el motivo por el que se venera a San Blas en el monasterio de San Pelayo? En Oviedo una venerable reliquia de San Blas estuvo custodiada secularmente por las monjas benedictinas de Santa María de la Vega, monasterio fundado en el siglo XII, creándose más adelante una Cofradía de San Blas destinada a fomentar la piedad y la caridad entre sus miembros. El Papa Sixto V concedió en el año 1588 un jubileo a todos los cofrades de San Blas y otros fieles que en el día de su fiesta visitasen el templo y orasen ante el santo. Esta bula papal se conserva en el archivo del monasterio de San Pelayo, así como un libro en el que se asentaban los cofrades y donde podemos leer nombres y apellidos de fuerte raigambre asturiana.

Cuando en 1854 la comunidad de Santa María de la Vega fue expulsada de manera no muy ortodoxa de su monasterio por imperativo de las autoridades civiles, pero sin trámites legales conocidos, las monjas que allí vivían encontraron refugio y fueron acogidas fraternalmente por las monjas del monasterio de San Pelayo. Con ellas llegó también la reliquia de San Blas y allí se trasladó la costumbre de venerar al santo y su reliquia el 3 de febrero de cada año, día en el que llegan muchas gentes de Oviedo y de otras partes de Asturias a rezar e implorar ayuda para sus dolencias.

Con la llegada de tanta gente para venerar la reliquia, se celebraba la llamada romería de las naranjas, la primera de las romerías ovetenses en el calendario anual. Primero, en el campo de la Vega, donde se encontraba el monasterio de Santa María, y, más tarde, en la calle de San Vicente, donde se encontraba y se encuentra el monasterio de San Pelayo, era la cofradía la responsable de organizar la romería; las naranjas, llegadas en carros desde las zonas asturianas más aptas para el cultivo de esta fruta, se vendían; y, aprovechando la gran concurrencia de gentes llegadas por los dos acontecimientos citados, se celebraba una fiesta de gran colorido, con gaita y tambor. Esto ha desaparecido actualmente, pero no así la mucha afluencia de gentes que se acercan a la iglesia del monasterio el día 3 de febrero de cada año para rezar a San Blas.

Mañana, día 3, habrá cuatro celebraciones de la eucaristía: por la mañana, a las once y a la una del mediodía, y por la tarde, a las cinco y media y a las siete. Al finalizar las susodichas misas, y a lo largo de todo el día, pues la iglesia permanece abierta, las monjas ofrecerán a la veneración de los fieles la reliquia que conservan del santo, un fragmento de unos diez centímetros de un hueso largo del antebrazo, posiblemente del hueso cúbito, depositado en un hermoso relicario.

Es tradición que las monjas elaboren las conocidas rosquillas de San Blas, y que el público las pueda adquirir en el pórtico del monasterio en horario de 10 a 14 horas y de 16 a 20 horas, si es que no se terminan antes como sucedió el año pasado en que cientos de ovetenses acudieron para adquirir estas tradicionales rosquillas. Es una lástima que la costumbre de vender naranjas y rosquillas y de la presencia de música popular con gaita y tambor a la puerta del templo, en los aledaños del monasterio, se hayan perdido. Una acuarela del siglo XIX del escritor y pintor Adolfo Sandoval y Abellán (1860-1945), que se conserva en el archivo del monasterio, nos muestra una escena -en palabras del que fuera gran cronista de la ciudad Manuel Fernández Avello, "un dibujo de auténtico candor figurativo"- de la romería de las naranjas frente a la fachada del monasterio como único testimonio de que disponemos en la actualidad.

La comunidad benedictina de San Pelayo nos invita a participar con ellas en estas celebraciones ya históricas de la ciudad de Oviedo. No las defraudemos y vayamos al encuentro.

Yo, por mi parte, acudiré a San Pelayo andando y al pasar por el huerto de mi buen vecino Ramiro Pandavenes le pediré, como todos los años, que me regale una naranja de las muchas que penden del árbol naranjo asentado en su huerto, para ir comiéndomela por el camino; luego me colocaré los auriculares de mi smartphone e iré escuchando música de tambor y gaita hasta San Vicente, ¡que, a falta de pan, buenas son tortas!

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