La fotografía de portada de ayer de este diario resulta inquietante. Está captada momentos después de las explosiones en el aeropuerto de Bruselas. Un hombre, gravemente herido, yace ensangrentado en el suelo, junto a un carro de cargar maletas. A su lado camina otro, de negro, al que sólo se le intuye el perfil izquierdo y que carga con un bolso de mano. Este segundo personaje de la instantánea pasa a medio metro del herido pero no se detiene a auxiliarle. Ni siquiera mira hacia él, tal vez aturdido, aunque su paso tranquilo no augura que le apure abandonar la trágica escena. Un tercero, a cierta distancia, se afana en recuperar su maleta. El resto es una terminal vacía, envuelta en la tenue neblina del humo de las explosiones. ¿Quién es ese hombre de negro, insensible al dolor ajeno, que usurpa el foco de la imagen? Tal vez no resulte humana esa oscura figura, sino una versión de la muerte envuelta en chaquetón oscuro que se acercó a Zaventem a hacer recuento de más de treinta almas.
