"Trabajamos para la sociedad", dijo Teresa Sanjurjo, directora de la Fundación Princesa de Asturias, en la inauguración de la Fábrica Scorsese. Lo hizo ante un público variado. El patio de butacas de cine estaba poblado por gente joven y veterana; de diferentes ideologías y distintas tribus urbanas.

Todos acudían a ver "Toro salvaje". Y todos coincidieron en ese momento y en ese espacio -la espectacular Fábrica de Armas de Oviedo, patrimonio arquitectónico industrial de Asturias- gracias a la Fundación. Porque lo que provocó aquella reunión de personas de procedencias tan diferentes no era la película -que se puede ver en cualquier plataforma- ni el escenario -que ya se ha abierto en otras ocasiones a la gente-. Lo que unió a varios centenares de personas fueron los valores culturales y morales que contribuyen al progreso de la Humanidad. Y que son precisamente los que premia cada año la Fundación, pues así lo recogen sus estatutos. Un espacio común de entendimiento, concordia y progreso en el que se instala la mayoría de las personas y que, en tiempos de ruido ensordecedor, es más necesario que nunca.

Para que ese espacio exista y para que muchos nos podamos encontrar ahí, es indispensable una labor muy profesional, constante y con un criterio claro. Trabajar para la sociedad, por ejemplo. En sus 38 años de historia, la Fundación ha evolucionado hasta convertirse en un referente internacional en gestión cultural. Y lo ha hecho de la única forma posible: incorporando a los ciudadanos a su proyecto.

Mientras todas las empresas del mundo trabajaban para transformarse, la entidad que otorga los premios "Princesa de Asturias" fue dando la vuelta a su modelo para acercar los valores de los galardonados a la sociedad de una forma efectiva. De las clásicas y no por ello menos interesantes conferencias, se ha pasado a las gynkanas literarias o los conciertos en bares. La transformación no era otra cosa que estar donde estaba la gente.

La Fundación es, también, un modelo de integración y respeto por la diversidad de ideas y por el debate abierto y respetuoso. No mira la ideología de los premiados, sino su obra y su labor, al igual que invita a todos los ciudadanos a participar en sus eventos y ha rejuvenecido y renovado la asistencia al Campoamor en la ceremonia de entrega. Cita que, por cierto, se ha convertido en una interesante metáfora de lo que es hoy España: un país maravilloso con muchos defectos en el que hay quien se queja de la falta de libertad de expresión pero en el que no solo puedes insultar al jefe del Estado a escasos cien metros de distancia, sino que además te habilitan un espacio para ello.

Los frutos del trabajo de la Fundación se verán mejor dentro de una o dos generaciones. Crecer en una región del norte de España en la que han dejado su legado Nelson Mandela, Arthur Miller, Frank Gehry, Shigeru Miyamoto, Francis Ford Coppola, Leonard Cohen o Susan Sontag es una oportunidad para miles y miles de personas a las que han transmitido algo en vivo. Todos los futuros cineastas, políticos, médicos, investigadores, músicos, deportistas, escritores o sociólogos que acuden a las actividades de la Fundación salen con un plus de humanismo que los hará mejores profesionales en el ámbito que escojan.

La Fundación es bastante más progresista, abierta y transparente de lo que a muchos les gustaría. Por eso todos sus actos están llenos. Porque interesan a la gente. Porque están pensados para la gente. Trabaja con un material -los valores- que no entiende de ideologías que separan y sí de obras y actitudes que unen en torno al único proyecto que todos tenemos en común: que el mundo sea cada día un poco mejor.