Asturias ha tenido ocasión de visualizar en su semana grande, la de los Premios, lo que es capaz de ofrecer cuando cree en el talento y el esfuerzo, y el oscuro futuro que aguarda si no trabaja con denuedo para mantener sus fortalezas y descubrir otras nuevas. Como si el caprichoso destino pretendiese sacudir a los asturianos para despertarlos ofreciéndoles dos caras radicalmente distintas de la misma realidad, los actos cumbre de la Fundación coincidieron este año con un ­terremoto que ha tocado el corazón industrial de la región. No es tiempo para la indiferencia, sino para generar nuevas esperanzas y luchar por lo más valioso de lo que tenemos. Porque, cuando menos lo esperamos, podemos perderlo.

Hay que hablar de la entrega de los premios "Princesa" como una semana grande de Asturias porque la Fundación ha logrado convertirse en aspersor cultural que abre ventanas por toda la región durante varios días para el intercambio de pareceres con los galardonados sobre inquietudes y desafíos acuciantes. Hoy es ineludible, en esa incitación introspectiva que contagian, pasar de lo universal a lo local y pensar en esta tierra, "raíz de España", como recalcó el Monarca, y ejemplo de pueblo unido por sus sentimientos y su historia compartida. Nadie va a defender Asturias por los asturianos. Nadie va a suplantar con paternalismo el papel que a ellos les corresponde, y menos en momentos de cantonalismo exacerbado, en los que unas comunidades rompen la convivencia para irse y otras con idénticos anhelos se aprovechan de la amenaza. Sacan tajada, y a lo suyo.

Para dar con las respuestas que permiten salir de un laberinto hay que formularse antes los interrogantes adecuados. En eso consiste la filosofía que sustenta la obra de uno de los distinguidos de esta edición, el profesor Michael J. Sandel, con lista de espera para escuchar sus alocuciones. Formulémonos la cuestión al modo "sandeliano": ¿es lo suficientemente consciente la sociedad asturiana, no sólo sus políticos sino el conjunto de los ciudadanos, de lo que estamos poniendo en juego, del tamaño del dragón que acaba de despertarse? Una multinacional liquida de un plumazo 300 empleos directos en Avilés. Los riesgos estaban sobradamente advertidos y el peligro que corre la industria con decisiones que minan su competitividad no es un cuento. Al margen de las circunstancias y estrategias de la propia compañía, que había dejado de invertir en la planta, padecemos las consecuencias de un marco eléctrico inestable que encarece la energía e impide a las compañías saber con previsión cuánto va a costarles la luz.

La espantada empresarial -a ver quién la revierte- constituye la cara tenebrosa de esta semana y sienta un precedente alarmante. No está Asturias encarando otra reconversión, como hace tres décadas, para modernizar y readaptar lo mejor de su tejido productivo sino abriendo la puerta a algo muy diferente: la destrucción industrial. Si se van las empresas, si el campo agoniza, ¿qué queda? Sólo el empleo asienta población. Los efectos de perderlo en esa España ya envejecida y vacía, que cuenta en el Noroeste con su epicentro, resultarán devastadores.

La imagen luminosa la brindó la ceremonia sobria y con enjundia de anteayer en el Campoamor. Cualquier sociedad desarrollada emerge sobre tres pilares: democracia, conocimiento y periodismo. Eso han recalcado el Rey y los creadores. La democracia hay que mimarla cada mañana y cada tarde, y engrandecerla para que crezca en cualidades. Cuando se retuerce a conveniencia, revienta y degenera en populismo y nacionalismo. La democracia es Constitución. Esa norma de normas que Felipe VI reivindicó con orgullo como ejemplo de la generosidad, la madurez y la responsabilidad de los españoles.

Conocimiento significa educación. Una buena formación facilita a los ciudadanos las herramientas con las que ascender por la escalera social y los dota de conciencia crítica. Un sistema de enseñanza orientado al bien común ayuda a indagar en profundidades científicas apasionantes, como las de Svante Pääbo. A salvar el arte de su fragilidad, el deseo de Scorsese. A comprometerse y solidarizarse con los necesitados de África. A proteger el azul de los océanos de Sylvia A. Earle y el verde de las montañas de Wielicki y Messner.

Los periódicos, hoy multiplataforma, son más necesarios que nunca. Como señaló la reportera Alma Guillermoprieto, "hacemos falta" para contar la historia del mundo todos los días, y las historias mágicas, trágicas, silenciadas o abochornantes de la realidad inmensa y maravillosa de cada amanecer. El buen periodismo enseña a pensar y afianza la individualidad creativa de cada ciudadano. Sin noticias veraces, ni opiniones plurales, los lectores, que son también electores, acabarán convertidos en complacientes autómatas influenciables y manipulables.

Hacernos preguntas es nuestra mayor esperanza para arreglar el mundo. Lo dice Sandel. Con sus virtudes y sus pesares, la semana de sensaciones contradictorias que se agota obliga a abrir el ágora. ¿Decadencia o prosperidad? ¿Queremos cambiar Asturias?