Dentro de una semana, Asturias echará el cierre a las pocas minas abiertas en las Cuencas del Nalón y del Caudal y liquidará las del Suroccidente, en proceso concursal. El adiós definitivo al carbón tiene un significado más emocional que económico. La región debe su despegue de los dos últimos siglos a las labores extractivas aunque hoy la actividad se mantenga bajo mínimos. La historia reciente y muchos de los avances tampoco se entenderían sin la aportación y el protagonismo de los mineros. Los asturianos despiden el modelo que les trajo hasta aquí, les proporcionó riqueza y elevó su nivel de vida cuando el Principado era una sociedad eminentemente rural sin haber pensado cómo y con qué reemplazarlo.

Toda la minería asturiana cierra este 31 de diciembre. En realidad, ya está prácticamente clausurada. Hunosa, el grupo público, mantiene tres pozos activos, Carrio (Laviana), San Nicolás (Mieres) y Santiago (Aller); y en el Suroccidente ya están en concurso de acreedores Uminsa, que explota la mina-túnel de Pilotuerto (Tineo), Asturleonesa, en Cerredo (Degaña) y Carbonar, con un yacimiento de antracita en Vega de Rengos (Cangas de Narcea). Las empresas que quieran continuar picando carbón deben devolver las ayudas recibidas hasta la fecha. Ninguna está en condiciones de hacerlo.

El carbón sostiene hoy a 1.557 mineros. Llegó a emplear más de 30.000. Sólo 140 de la hullera pública podrán acogerse a prejubilaciones. A algunos va a llegarles el retiro a los 40 años. Otros 460 de la minería privada están en el paro sin alternativa alguna. Los 857 restantes seguirán acomodados en una Hunosa que conservará un pozo mientras siga activa su térmica de La Pereda (Mieres), empleará dos años en labores de clausura y reorientará sus fines hacia las energías renovables.

Asturias deja de ser minera. No por resultar la crónica de una muerte anunciada, y en buena medida asumida por la sociedad, pierde importancia el derrumbe de este símbolo, una seña de identidad muy potente. El agotamiento del ciclo del mineral se enmarca en un proceso universal de transformación que afecta a las bases de la economía de los últimos doscientos años. El carbón y el acero, origen de la Unión Europea y clave en su momento para el progreso de nuestra región, también viven un periodo de clausuras y mutaciones en el resto del continente. Incluso desde mucho antes.

El declive minero empieza a mostrar sus peores defectos. El éxodo, la juventud varada, el decaimiento de las ventas comerciales, la apatía, la desesperanza, el silencio... son algunos de los signos más evidentes en la realidad cotidiana de las comarcas mineras. Los vecinos hace tiempo que descontaron de su experiencia las consecuencias de esta hecatombe para sus territorios. La renta sostenida todavía por mecanismos artificiales de transferencia de riqueza como las pensiones mantiene resignada a la población.

Fracasó la reactivación por el mal uso del maná de fondos recibidos. Muchos brotes verdes de la incipiente recuperación acabaron barridos por la Gran Recesión. Todavía temblando por la crisis llegan las urgencias de la transición verde, otro mazazo colateral para las Cuencas no por su objetivo, un medio ambiente limpio y saludable, sino por sus plazos, a la carrera. El último plan minero firmado con el Gobierno de Pedro Sánchez ofrece 250 millones de euros para los concejos carboneros. Otra vez el recurso a la misma fórmula fallida.

La desunión de la región, la falta de liderazgo y la carencia de ideas quedan en evidencia en momentos como el actual. La clave pasa por descubrir alternativas realizando apuestas, aun a riesgo de equivocarse, y aprovechar las oportunidades que se presenten. Hay otros yacimientos determinantes, como el biosanitario, el turístico y el agroalimentario. Y líneas estratégicas claras en las que profundizar, como el aprovechamiento de la confluencia de intereses del Noroeste, la armonización del área metropolitana o el desarrollo tecnológico. Merece destacarse el polo innovador que ha arraigado en la comarca del Nalón, con 1.500 empleos, pero ya vemos lo que ocurre en Oviedo con el plan que promueve la Cámara de Comercio para La Vega: el mismo alcalde de la ciudad lo enfría. Con envidias y celos cegadores, Asturias nunca levantará cabeza.

No tiene sentido resistir aferrados al pasado y caminar a contramarcha de la civilización. La digitalización supone una metamorfosis revolucionaria, que trastoca las relaciones, la banca, la sanidad, la lectura, el ocio, el cine, los viajes? hasta el periodismo. Denunciar la resistencia numantina tampoco implica dar por buenas medidas liquidacionistas como una descarbonización exprés, emprendida con una anticipación innecesaria y sin cálculo de consecuencias, que comienza a dañar el tejido productivo. Asturias hace mucho que dejó de venderse por el mundo como lugar atractivo para los inversores y carece de un plan, de líneas estratégicas para reinventarse. Ésa es su verdadera tragedia, y no la de enterrar el carbón con nostalgia.