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Joaquín Rábago

Los "chalecos" y la defensa del automóvil

Las contradicciones del movimiento francés

El movimiento de los "chalecos amarillos" en Francia, si bien presenta justísimas reivindicaciones de justicia social, encierra sus propias y profundas contradicciones. Justas son sus críticas a la mayor dependencia del automóvil que tienen quienes habitan en las periferias de las ciudades o en zonas poco pobladas y sin apenas servicios públicos. Pero no representa al mismo tiempo una crítica mínimamente radical a ese nuevo becerro de oro de la civilización que es el coche particular.

Dependientes en muchos casos del vehículo de motor para cualquier desplazamiento, los "chalecos amarillos" denuncian la carestía del carburante y en general los impuestos, incluso los ecologistas.

Cuando la crítica tendría que ser mucho más profunda y afectar a un modo de vida egoístamente consumista que -digámoslo con claridad- se está cargando, y de modo cada vez más acelerado, nuestro planeta.

Tal vez sea, sin embargo, mucho pedir semejantes reflexiones a quienes están sometidos a una publicidad incesante en torno a las ventajas del automóvil y han de esforzarse por otro lado en llegar muchas veces a fin de mes.

Y también cuando el Gobierno, todos los gobiernos, no hacen sino sostener masivamente mediante desgravaciones fiscales o subvenciones a una industria que tiene detrás a un lobby tan rico como para dictar su ley.

"El Estado está dispuesto a hacer todo lo que sea necesario para salvar a la industria del automóvil", proclamó en su día el entonces presidente francés Nicolas Sarkozy.

Y ¿no dijo también el presidente de EEUU George H. Bush que el American way of life, un modo de vida basado en el automóvil particular y el consumo a crédito, sin pensar nunca en el mañana, era "innegociable"?

Colmo de la ceguera o la hipocresía, tenemos a Gobiernos que se comprometen, por un lado, en foros internacionales a combatir el cambio climático mientras, por otro, no hacen otra cosa que fomentar el uso del coche particular.

Como señala el periódico francés "La Décroissance", "sin las importaciones masiva de petróleo no se habría producido la modernización acelerada del país".

Modernización que, igual en Francia que en otros países, pasa por "la erradicación de las sociedades rurales, la entrada en la era del consumo exagerado, la proliferación de los extrarradios y las urbanizaciones, el turismo de masa y los atascos". Y así nos encontramos con que muchas familias dedican actualmente más dinero al automóvil que a la cotidiana alimentación: tal es su dependencia de ese monstruo sobre cuatro ruedas.

Los "chalecos amarillos" franceses están cargados de razón cuando denuncian su situación de flagrante desigualdad frente a los mejor servidos habitantes de las ciudades, pero de "revolución social" su movimiento tiene más bien poco.

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