Dependiendo de quién gobierne Gijón tras los comicios del domingo próximo se seguirán celebrando o no corridas de toros en el coso de El Bibio. No es cuestión baladí: el fenómeno taurino, por mucho que venido a menos y cada vez más cuestionado, sigue generando beneficios a la economía de esta ciudad. Principalmente al sector de la hostelería, que ha habido años de gloria en que las cigalas a lo Mihura de Ataúlfo hicieron triunfal paseíllo sobre la arena del redondel, entre vítores del respetable de los palcos pudientes.
Si la izquierda resulta vencedora en las urnas y abre la puerta grande del Consistorio después de ocho años de pitos y silencio, puede que la fiesta de Zúñiga hijo tenga las tardes contadas; habida cuenta que este PSOE de ahora no se parece al de antaño, de faria, callejón y burladero. Si, como aventura, el rojerío está dispuesto a someter el asunto a plebiscito popular, la decisión quedará en manos de quien mejor acierte a movilizar a sus huestes.
Si gana la derecha, seguirá habiendo carteles en Begoña y habrá que soportar, como cada verano, la tabarra de los animalistas, que están en su derecho de no masticar toro de lidia; tanto como los otros de torearse, a muleta, un rabo estofado.
En esta disputa no hay término medio: o ganan los güelfos o se imponen los gibelinos. Y ninguno de los dos bandos muestra intención de "acochinarse". Para los taurófilos, acabar con las corridas supone una faena; para los que manifiestan fobia a la cornamenta, que se perpetúe la Feria de agosto es una estocada en toda la bola. Mas convendría no enrocarse en argumentos cabestros: mejor no prohibir y hacer pedagogía. Y que Dios reparta suerte.