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El que espera (la biopsia) desespera

La desesperación que supone para un paciente el retraso en el resultado de unas pruebas clínicas

La mitad de nuestras vidas las pasamos esperando por algo y la otra mitad subidos al carro de ese algo para seguir tirando. Imposible clasificar los motivos de estas esperas que cuelgan de los anaqueles del gran escaparate de tu vida futura. Hay esperas para lo bueno, para lo malo y otras que te los ponen de corbata: saber el resultado de una biopsia, por ejemplo. Son dos palabras, positivo y negativo, que impresas en el fatídico o bendito informe marcarán el rumbo de los días que estén por venir. Comportan días que la incertidumbre se tiñe de angustia, de noria en la cabeza, de whisky y alprazolam, de insomnio pertinaz, de consultas al maldito internet (siempre encuentra uno lo peor) y no te aguanta ni la madre que te parió. Son días distintos por insoportables. Razón de peso para que los responsables sanitarios abrevien el trámite.

Numerosos trabajos publicados en revistas científicas evidencian buenos o malos resultados de la práctica médica en relación con aspectos colaterales a lo estrictamente médico. Se cuestiona, con cifras y gráficos, la dudosa calidad de la asistencia hospitalaria durante los días de Navidad, las vacaciones de verano y los puentes tipo acueducto. Una recomendación de amigo: procure no operarse ni el lunes a primera hora ni el viernes a última, algo pasa en esas bandas horarias, simplemente, que somos humanos, eso es. En cambio, no encontré ningún artículo sobre la repercusión somática y psíquica en los pacientes que aguardan el resultado de una biopsia. Ahí va mi idea para los jóvenes MIR. Estudio doble ciego. Un grupo de población normal y otro que sufre la espera de la sentencia biopsia. Se valorarán los siguientes parámetros: tensión arterial, frecuencia cardíaca, glucemia, alteraciones del sueño e incremento en la ingesta de psicofármacos. Sorprendería, no tengo dudas, el descalabro en las cifras del grupo que espera.

Viene esta reflexión al caso porque me encontré con un amigo íntimo al que le rebanaron unos ganglios de por ahí. Pendiente de biopsia. No le llegaba la camisa al cuerpo, y es que, con la Navidad de por medio, el retraso del informe se demoró tanto o más que los trenes que se dirigen a la Meseta. Lo encontré en la barra de mi bar, con la mirada perdida en los anuncios de la tele. Le saludé y le pregunté. Sin apartar la vista de un anuncio de colonia que protagoniza una bella amazona, me respondió que tiene la sensación de que su vida depende de un cara o cruz. En vez de caer al suelo, la moneda comenzó a subir y subir, sobrepasó las nubes, y él, desde abajo, no aparta la mirada del cielo, pero nada, la moneda de vueltas por la estratósfera con el destino vital de mi amigo en el anverso o el reverso.

Acabó bien la cosa. Al cabo de un mes la moneda aterrizó. Y le dio a mi desesperado amigo una saludable prórroga.

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