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evelio g palacio

Cien años de soledad

Evelio G. Palacio

¿Somos estúpidos?

Entretenimiento para la cuarentena. ¿Quién está mejor capacitado: un hombre o una ostra? El científico y divulgador Isaac Asimov formuló esta pregunta. Aparentemente ingenua. Nadie duda al elegir. Impera un vanidoso antropocentrismo. Pero el interrogante tiene trampa. La respuesta depende de para qué. Si el agua anega el planeta, el hombre perece. Las ostras de Castropol, no.

El transcurrir de la vida constituye una selectiva carrera de obstáculos. Hay especies que fracasan. Las tortugas de agua dulce poseen una cabeza diminuta. Esa masa encefálica raquítica las convierte en torpes. Sin embargo pueden sumergirse una semana sin avistar la superficie. Funcionan así precisamente porque carecen del órgano que consume más oxígeno: un cerebro dotado.

La hoja, recorte del periódico, estaba amarillenta. Llevaba trece años encima del atril. Presente en la indiferencia. Sin camuflaje, aunque invisible. El tejemaneje del enclaustramiento interior la rescató. El artículo lo firma Francisco Mora, catedrático de Fisiología de la Universidad Complutense. Abunda en los conceptos que aquí se estrujan. Parecía aguardar allí, arrinconada en la mesa, la insospechada llamada del destino.

El hombre se autoproclama el ser más inteligente de la naturaleza por su generoso y bien amueblado cerebro. La tortuga sobrevivió así, en su estolidez, comiendo y huyendo bajo lagos y ríos, 200 millones de años. El "homo sapiens" existe desde hace unos 200.000 años. ¿Quién es el inteligente y el idiota, la tortuga o el hombre?

Otra evidencia de excelencia evolutiva. Janlu, desde Sariego, aporta prueba documental de un gayasperu gallu: "Ye Jean-François. Está confináu con veinte moces, como el rey de Tailandia. ¿No veis qué contentu se pon?". Lo más parecido de Macondo a las tortugas son las lagartijas. También asombra su destreza para guarecerse indefinidamente bajo macetas y rendijas de la anchura de un silbido. Aquí ya nadie las considera memas, cenutrias, estultas o cretinas.

El "homo videns" teledirigido y tecnológico empieza a gozar de apreciaciones menos generosas. No tanto por el rastro de imbecilidad que algunos de sus especímenes exhiben en las "redes asociales", como por las muestras de soberbia. La Tierra, harta, bramó como un bufón de Pría. Desmitificó la superioridad sin fundamento. Cimiento de barro. El hombre necesitaba jabón, guantes, trajes de plástico, mascarillas, camas. Nada raro, ni desconocido. Y el dominador, el elegido, epígono de la perfección, carecía de los materiales más sencillos.

La inteligencia consiste en adaptarse al medio. En la vieja civilización despreciamos a los que desde el conocimiento proporcionaban las herramientas para la supervivencia. Los mindundis colaban por valiosos. Los estúpidos de cerebro grande y supina ignorancia para adecuarse al entorno, por modelos. La envidia y la miseria destrozaron la razón y afloraron la sinrazón. ¿Será el virus una prueba? Por lo pronto ya supone una experiencia transformadora. Una cura de humildad. El encierro impone muchas limitaciones, pero nunca dejar de pensar.

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