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LNE FRANCISO GARCIA

Billete de vuelta

Francisco García

Memoria de José Tomás

Ahora que, según parece, los toros van a ser historia en Gijón –y lo serán porque cada vez que el PSOE, solo o en compañía de otros, coge el bastón de mando en la villa de Jovellanos no lo suelta en tres décadas– merece la pena hacer memoria de la última vez que José Tomás pisó la arena de El Bibio, la última ocasión en que la plaza de toros colgó el cartel de “no hay billetes”.

Fue en agosto de 2011, coincidiendo con la alternativa del mexicano Silveti, que trajo consigo numerosa corte adinerada del otro lado del charco, de tal manera que Ataúlfo reconoció que aquel día su sidrería sumó una caja histórica, del tamaño de la del día del concierto de los “Rolling Stones” en 1995. Volaban las cigalas de a cuarto de kilo. Tan es así, que un estudio de la Universidad de Extremadura señalaba entonces que cada paseíllo del número uno del escalafón de la época reportaba a la ciudad en la que toreaba ganancias de 2,2 millones de euros.

Aquella tarde inolvidable, en la que triunfó Talavante, José Tomás afrontó sin ambages la fiereza del minotauro. En la reventa las entradas se subastaron a precio de salario mileurista. Antonio Ordóñez decía que para ser figura del toreo había que estar dispuesto a morir cuatro veces por temporada; pero no todas las veces en todas las temporadas, como por aquel entonces parecía norma en el diestro de Galapagar. En una plaza de toros, el sitio de la muerte es un pequeño círculo movedizo sobre la arena, del tamaño del disco de luz que dibuja un reflector en las tablas de un teatro. Justo el sitio que ocupaba José Tomás, el redondel estrecho de unos pocos pasos de manoletina que gusta dibujar con su dedo afilado y burlón la musa de la tragedia. Y que a partir de ahora quedará reservado en El Bibio al tralarala y al chundachunda.

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