Sin dejar de cuidarnos, sin bajar la guardia, empieza un momento completamente distinto después de año y medio de desconcierto y en guardia. ¿Podemos hablar del fin de la pandemia? Desde luego, con respecto a la situación en el mundo, no. Pero en Asturias la incidencia de la enfermedad ahora mismo nada tiene que ver con lo visto hace siquiera unos pocos meses. Los signos de recuperación en todos los frentes se acumulan. Los equipos especiales de protección, los famosos trajes EPI, quizá la imagen más poderosa para representar la inusual dimensión del combate, han desaparecido de la UCI del HUCA al no existir casos activos entre los enfermos allí ingresados. Las fiestas de San Mateo en Oviedo, un éxito de público, han superado la prueba sin contagios. La vida va abriéndose paso.

Existen motivos para el optimismo y una certeza absoluta: las vacunas han mostrado su eficacia pese a la premura con la que hubo que ponerlas en circulación y las dudas que suscitaron por la falta de datos científicos contrastados para probarlas. Los equipos encargados de aplicarlas, particularmente en Asturias, han actuado con rapidez y diligencia. Cuesta sin embargo ilusionarse pensando en quienes han quedado atrás en la batalla. Los ciudadanos de los países ricos pueden sentirse unos privilegiados. Con ser terrible lo que han sufrido, queda a mucha distancia de la impotencia y desesperación de poblaciones sin acceso a las dosis salvadoras y a una cualificada atención hospitalaria.

El Occidente desarrollado no paga globalmente este peaje tanto en muertos como en contracción de la esperanza de vida, la mayor desde la Segunda Guerra Mundial. La de España se ha reducido, según un estudio de la Universidad de Oxford, en 18 meses: 84 años y medio para las mujeres y 79 años y siete meses para los varones. En términos demográficos, la transmisión vírica acabó por devastar una estructura precaria. Por citar solo un caso extrapolable a otras urbes asturianas: Oviedo perdió 3.309 vecinos durante la infección, según el último padrón consolidado, debido al brutal desplome de la natalidad, la emigración de locales en busca de oportunidades y la fuga de inmigrantes.

Durante las vacaciones fue posible compatibilizar una campaña turística de récord, y aquellas masivas reuniones juveniles noctámbulas, con la contención de las estadísticas de incidencia. Las fiestas de Begoña en Gijón, San Agustín en Avilés y San Mateo en Oviedo, último gran test sobre la evolución de los contagios, tampoco dejaron una huella traumática. En la reincorporación a los centros educativos, los positivos suman un porcentaje ínfimo que apenas altera las clases. Entre los 19.000 alumnos de la Universidad, por ejemplo, solo se registró un caso de coronavirus la semana pasada, que no necesitó confinar a ningún estudiante.

Lo más parecido a la antigua normalidad que verá en los próximos días Asturias será el derbi entre el Oviedo y el Sporting. Un duelo más especial que nunca por lo que entraña de fervorosa rivalidad deportiva y lo que representa de reconquista de los espectáculos multitudinarios, al sentir el rugido otra vez en un estadio de miles de aficionados, codo con codo, compartiendo grada sin otra limitación que la mascarilla.

Algunas restricciones como los tapabocas, o la higiene de manos, pueden quedar definitivamente instaladas, en determinados ámbitos y circunstancias, como hábitos saludables para eludir plagas y catarros. El uso del teléfono en atención primaria también se ha revelado como una opción interesante, aunque nadie puede utilizarla de parapeto para escamotear una atención personalizada. Lo que estaba ocurriendo en los centros de salud carece de explicación lógica, deja atónito al usuario, daña el prestigio del sistema sanitario y mina la credibilidad de los gobernantes.

Aunque el patógeno remita, queda pelea: las secuelas invalidantes, el insidioso covid persistente, la afección en la salud mental del largo confinamiento, los pacientes desatendidos durante este tiempo, las operaciones postergadas, las interminables listas de espera en las especialidades menos urgentes. Las autonomías levantan la mano. Todas corren más que el Principado. ¿Cómo no van a desesperarse los hosteleros? Cuesta entender que en Asturias, con la menor incidencia en este momento, las restricciones sigan superando en severidad a las de comunidades con peor panorama. En vez de seguir penalizando a estas alturas el trabajo en sectores concretos, habrá que comprometer a los ciudadanos en comportamientos seguros.

Con la debida prudencia, toca rehacerse y cambiar el esquema mental para reanudar la marcha. El Gobierno regional ha primado hasta la fecha casi en exclusiva la sanidad en sus actuaciones. Por acierto o por fortuna, con un resultado excelente. La gravedad de la emergencia disminuye drásticamente. Si las cosas continúan así, y nada hace presagiar que se tuerzan, la economía y el futuro de esta tierra tendrán que desplazar a la salud como prioridades.