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Eficaz trabajador de vida oculta

En memoria del sacerdote Manuel González Gutiérrez

“No ocultéis la vida oculta del Señor”, recomendaba el padre Hans Kolwenbach, prepósito general de la Compañía de Jesús, en su comentario sobre las meditaciones de la vida de Jesucristo en los Ejercicios Espirituales. La verdad es que resulta misteriosa y enigmática la larga vida oculta de Jesucristo en Nazaret. Te ayudan a comprenderla vidas como la de don Manuel “el de los tribunales”, que así le llamábamos los que le conocíamos y tratábamos en el presbiterio diocesano y, sobre todo en el arzobispado, donde se desarrolló la mayor parte de su vida. Para bastantes, un desconocido. Su misión de secretario de los tribunales eclesiásticos fue un trabajo oculto, incomprendido, monótono, sacrificado, pero de servicio a una actividad de la iglesia, muchas veces criticada, pero de gran proyección pastoral y humana, que tenía que resolver circunstancias enojosas y traumáticas de la vida matrimonial, en las que convergen tantos factores afectivos, sicológicos y que muchas veces, con dolor, tocan al entorno más familiar como son los hijos y que rara vez, por muy ajustadas a derecho que sean, dejan conformes y satisfechos a todos. Los fracasos matrimoniales son siempre un doloroso desastre que están exigiendo una institución bien dotada de prevención y asesoramiento, más que leyes facilonas. Sin familias, no hay amor, no hay personas; sin familias no hay Estado.

Don Manuel, o Manolo coloquialmente, era una persona serena, humilde, silenciosa, sistemática, con gran capacidad de escucha, ordenadísima, fiel y exacto en su forma de tratar y gestionar los expedientes, que con frecuencia tenían que ser sometidos también a consultas de profesionales de otras materias. Contaba entonces el Tribunal con personas que le daban prestigio y reconocimiento, muy competentes como don Ramón García López, don Manuel “Ponticiella” y don Benjamín Morán, que sabían aplicar las leyes eclesiásticas y ser sensibles a las circunstancias personales.

Había nacido Manolo el 22 de agosto de 1932 en Vega de los Caballeros, pequeño pueblo de unos cincuenta vecinos en la montaña leonesa, muy cercano a Barrios de Luna. De muy pequeño fue al Seminario de Oviedo, finalizando los estudios mucho antes de la edad canónica para ordenarse de sacerdote. Tuvo que esperar incluso antes de obtener la dispensa, ayudando como profesor y educador en el Seminario de Covadonga, donde sus alumnos admiraban sobre todo la gran memoria de que estaba dotado. Fue el más inteligente del curso y autodidacta, que por su cuenta aprendió inglés, francés y amplios conocimientos de hebreo y arameo. Con 23 años recibió la ordenación y enviado a la regia y preciosa Colegiata de la Parroquia de Pravia, donde estuvo sus dos primeros años de sacerdocio.

De allí fue destinado, en 1957, a varias parroquias del arciprestazgo de Tineo: Tuña, Santianes, Genestaza, Mieldes y Santa María de la Barca, algunas, entonces, con difícil comunicación. ¡Mucho ha cambiado la Asturias rural en estos cincuenta años! Los pueblos están más cuidados y guapos, pero vacíos…! En esta última feligresía, en Soto de La Barca, en la década de los sesenta se levantó la gran central térmica, a orillas del embalse, para consumir el carbón de antracita y hulla de las minas de Tineo y Narcea, lo que provocó una transformación social en aquella zona rural, edificando un poblado, primero para los obreros que la construyeron y luego para los trabajadores de funcionamiento de la Central. Allí, años después, conocí yo a don Manuel, respetado y reconocido, que dominaba bien la idiosincrasia de las personas de aquel lugar y que escuchaba y atendía con infinita paciencia. Nos invitaba a comer a los curas noveles de parroquias cercanas que nos estrenábamos entonces, y con su experiencia nos orientaba para mejor ejercer el ministerio. Nos contaba anécdotas de los sacerdotes muy mayores a los que sustituyó, alguno tan célebre y bondadoso que dispensaba a quien se lo pidiera de todos los impedimentos canónicos. Te recibía con una sonrisa inteligente y una mirada que te daba confianza. Tenía un fuerte sentido de la amistad y de la fidelidad; era escrupuloso para el cumplimiento de su trabajo, siempre sin hacer ruido, sin llamar la atención. Su estilo de vida, siempre discreto, “de vida oculta”, hizo que no ejerciera otras misiones más llamativas para las que tenía sobradas cualidades. Tampoco las apeteció, no se quejó de nada, se sintió conforme con lo que la Iglesia le pidió.

En su larga estancia en Oviedo, vivió en la Casa Sacerdotal como un monje, haciendo suya la regla monástica de oro: “ora et labora”. Cuidándose y haciendo senderismo en largas caminatas en las que llegaba hasta Olloniego, llegó a los 89 años. Esta breve pincelada de su biografía quiere dejar constancia de su vida laboriosa y eficaz al servicio oculto de la Iglesia en una misión no muy vistosa y valorada pero que buscaba el bien, a veces, difícil de las personas en su aventura matrimonial.

Sin duda, la vida de los justos como él, está en las manos de Dios.

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