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Begoña Fernández-Costales

Un colaborador necesario

El imprescindible papel de los hombres para avanzar en la igualdad

Pasadas ya las celebraciones del 8M, un año más de reiteradas reivindicaciones y algún que otro tímido logro para la mujer, me pregunto: ¿Por qué no avanzamos con mayor celeridad? ¿Qué es lo que no estamos haciendo bien?

Éstas y otras reflexiones me conducen a nuevos interrogantes. ¿Por qué pretenden hacernos creer que, a pesar de la cada vez más importante aportación de la mujer a la economía global, cifrada el pasado año en quince mil millones de dólares, sin embargo el previsible final de la brecha salarial no tendrá lugar hasta el año 2069? ¿Será también ese momento el que determinará la rotura definitiva del techo de cristal, lo que significaría haber enfrentado cara a cara el “síndrome del impostor” y haberlo erradicado de la condición femenina? ¿Habremos superado para entonces el debate sobre el reparto ecuánime de las tareas familiares y del hogar?

Frente a todo ello me atrevo a plantear una teoría racional sobre cómo podemos pisar el acelerador para alcanzar tales metas acortando ese tiempo previsible que se nos antoja demasiado lejano. Y esta teoría tiene como protagonista al hombre, a quien debemos situar como un colaborador necesario que nos ayude a recorrer tan ardua senda, porque hemos de preguntarnos si no es un error luchar “contra” el hombre en lugar de luchar “con” él.

No podemos ignorar que el hombre, a través de los tiempos, ha admirado, respetado y en ocasiones considerado, a aquellas mujeres valientes que destacaban en el arte de las letras o de las ciencias a pesar de las dificultades impuestas por su condición femenina. Irene Vallejo, en su magnífico ensayo sobre la historia de los libros “El Infinito en un Junco”, lo pone de manifiesto. Nos descubre a un Platón que, a pesar de denostar la figura femenina, llegó a afirmar sin embargo en su obra “República”, refiriéndose a las tareas políticas, que “las dotes naturales están similarmente distribuidas entre el hombre y la mujer y esta participa por naturaleza de todas las ocupaciones, lo mismo que el hombre”. También se refiere la autora a la inteligencia de Aspasia, esposa de Pericles, a quien ayudó en su carrera política y de quien se dice hacía los discursos que tanta fama le dieron como orador. Aspasia, siempre en la sombra, recibió la admiración de Sócrates, quien la llegó a llamar maestra y la visitaba con sus discípulos. Mantiene Irene Vallejo en su obra que, hoy en día, los escritores de los discursos presidenciales de Obama y de los Kennedy se han inspirado en las palabras de Pericles, que el mismo Platón atribuye a Aspasia.

Sería larga la cita de tantas mujeres notables a través de la historia, todas ellas borradas prácticamente de su tiempo, y sólo anecdóticamente accesibles a través de textos antiguos y concienzudos investigadores, como Irene Vallejo, quien nos descubre que el primer autor del mundo que firma un texto con su propio nombre es una mujer. Así comienza la historia de la literatura con Enheduanna, poeta y saterdotisa.

Siglos después, en épocas más recientes, encontramos valiosos ejemplos de hombres que colaboraron activamente con la mujer en el logro de sus justas aspiraciones. Podemos destacar a John Stuart Mill, quien luchó junto a su esposa y su hija contra los prejuicios que imperaban en la encorsetada sociedad inglesa del siglo XIX, que relegaban a la mujer exclusivamente a su papel de esposa y madre, negándole toda posibilidad de acceso a cualquier actividad profesional. Stuart Mill, llegó a firmar textos reivindicativos escritos por su esposa a sabiendas de que esa era la única manera de que adquiriesen notoriedad y fuesen tenidos en cuenta, lo cual hubiera sido impensable si la autora fuera una mujer.

Hoy en día debemos contar con muchos hombres como aquellos; necesitamos su colaboración. Soy consciente de que en muchos casos ya la tenemos, pero les pedimos un esfuerzo aún mayor, ajeno a equivocados intereses económicos o convencionalismos sociales trasnochados; que nos ayuden a implicar a aquellos que aún mantienen recelos y reticencias para completar ese trascendental puzzle de dos únicas piezas y ensamblar la pieza de la mujer.

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