En un libro escrito por un viajero sobre Islandia hay un capítulo titulado “Las serpientes de Islandia”. Es un capítulo brevísimo que consta de una sola frase: “Serpientes en Islandia, no hay”. Si tuviésemos que escribir un libro sobre las democracias en Europa y Asia, los capítulos de China y Rusia serían igual de breves: “Democracia en China y Rusia, no hay”.

Miles de misiles contra civiles. Bombas contra supermercados, maternidades y centros comerciales. Esta es una guerra, ha dicho el papa Francisco, sacrílega. Los pecados tienen forma de misiles y bombardeos porque el mal sobre Ucrania, como Lucifer, está cayendo del cielo. En un mundo en el que la Biblia nunca ha frenado las balas, Putin tiene todas las de ganar. A la pregunta ética de la novela de Dostoievski: “¿Acaso es ético que la existencia de un hombre dependa de mi voluntad?”, Putin ha contestado sí. Esta vez habrá crimen sin castigo.

Por eso me sorprendió que un columnista de un prestigioso periódico estadounidense razonase que Putin perderá. O que ya ha perdido. Mejor aún: que su derrota demuestra que las democracias son más eficaces que las dictaduras. Para él, parecería ser que Putin es “El jugador” y “El idiota” al mismo tiempo.

En una columna reciente en “The New York Times” titulada “Otro dictador está teniendo un mal año” (mi traducción del inglés), Paul Krugman menciona las ventajas de la democracia sobre la dictadura poniendo como ejemplos la invasión de Ucrania y la pandemia de covid-19.

Krugman es un afamado economista que ganó el Premio Nobel de Economía por sus teorías sobre el mercado internacional en el año 2008, cuando era profesor en la Universidad de Princeton. Desde 1999 escribe para “The New York Times” y es conocido por ser un crítico del autoritarismo, incluyendo el de Donald Trump.

En uno de sus artículos de este mes comienza explicando que la palabra “dictador” en la antigua Roma se refería a una persona a la que la República otorgaba enormes poderes para solucionar un asunto grave durante un corto periodo de tiempo. “Un corto periodo de tiempo” es la clave. Porque durante un corto periodo de tiempo una persona puede ser más eficaz que un Congreso o un Senado plagado de burócratas y donde se necesita un consenso, una mayoría absoluta para usar gafas de sol en la playa y paraguas si llueve. Pero si durante un corto periodo de tiempo un político todopoderoso podría ser eficaz, Roma sabía que un dictador a largo plazo es un siniestro inevitable (aparte de la ilegalidad) por la falta de eficacia. Putin y Xi, los hermanos Karamazov de hoy, parricidas de Marx, llevan ya demasiado tiempo ahí arriba sin que nadie se oponga a ellos o los elija con libertad. Y se han vuelto ineficaces.

Krugman comienza su razonamiento hablando de Putin, cuya decisión de invadir Ucrania, según el economista, ha sido desastrosa y será cada día que pase una debacle mayor. Y esto se debe a que nadie se atrevió a discutirle la decisión. ¿Quién se habría arriesgado a mencionar que el ejército de Rusia tiene menos fuerza de la que él piensa? ¿Que la economía de Rusia podía resentirse de un modo grave si Occidente, que no es tan decadente como él piensa, imponía sanciones económicas? ¿Quién se habría aventurado a insinuar que Ucrania estaba llena de patriotas? Encerrado en su búnker subterráneo, el diario de Putin sería el de un misántropo, marginado y agresivo como el protagonista de “Memorias del subsuelo”.

En su segundo ejemplo, Krugman califica de lamentable la situación actual de China bajo el covid-19. El Premio Nobel nos recuerda que, en ciudades como Hong Kong, el coronavirus parece ahora extenderse sin control y que en otras grandes ciudades el confinamiento es draconiano: dos medidas radicales, opuestas e ineficaces. China, según él, podría volver a ser el país con más problemas de coronavirus en el mundo. Según Krugman, el Gobierno ha frenado las vacunas de ARN, que previnieron las enfermedades graves en la mayoría de la población que las utilizó, y ha usado vacunas con eficacia inferior, sobre todo contra la variante Ómicron, lo que ha llevado a la desconfianza de la población a vacunarse, algo nefasto en las poblaciones de más edad. ¿Quién podría haberse atrevido a decirle a Xi que debía compartir inmediatamente las noticias del inicio de una pandemia con la OMS? ¿Quién se habría arriesgado a decirle que las vacunas extrajeras eran mejores? ¿Quién osaría comentarle que el control sin límites de la población no era necesario y atentaba contra los derechos humanos?

Para Krugman, el descalabro en China y Rusia se debe a sus regímenes autocráticos, que no permiten el debate ni la discusión libre de ideas. Es decir, los dos tiranos fracasan porque viven en un mundo surrealista en el que sus todopoderosas naciones pueden llevar la contraria al resto de los pueblos y salir triunfantes. La actitud de Putin y Xi sería imposible en un ambiente democrático con partidos, en el Gobierno y la oposición, con un espectro variado de ideologías e intereses, una prensa libre y la capacidad de los ciudadanos para criticar a las instituciones.

España y Estados Unidos no han evadido completamente el coronavirus y las nuevas subvariantes de Ómicron podrían volver a poner en jaque a nuestros países, esa es la verdad. Krugman puede decirlo en “The New York Times” y yo puedo expresarlo en LA NUEVA ESPAÑA, pero economistas y médicos no tienen esta misma libertad en China o Rusia. Y si un político español, un dictador en potencia, propusiera una guerra contra el mundo con objeto de restaurar el Imperio de siglos pasados –uno de los motores ideológicos que mueven a Putin– la libertad de expresión, la crítica de la oposición y el control moral de los españoles sobre el Gobierno lo impedirían. Lo decía Tolstói en “Guerra y Paz”: “No hay grandeza donde faltan la sencillez, la bondad y la verdad” y “Nadie puede alcanzar la verdad estando solo”.