Opinión
El arzobispo de la concordia
Díaz Merchán fue un ejemplo contra el sectarismo y la intolerancia
Gabino Díaz Merchán emanaba concordia. De algunas personas sólo se aprecian a golpe de vista sus rasgos físicos; en otras, no sabría explicar por qué, se impone su carácter, sus defectos y virtudes humanas. Díaz Merchán pertenecía a la segunda categoría. Por eso, las primeras palabras que elijo para describirlo son concordia, tolerancia y comprensión.
La historia, que tan accidentada nos resulta, demuestra a veces una coherencia interna asombrosa. Díaz Merchán sustituyó en 1969 en la archidiócesis de Oviedo a Vicente Enrique y Tarancón, aquel hombre pegado a un cigarrillo que se había convertido en una referencia del ala más aperturista de la Iglesia española.
![El arzobispo de la concordia](https://estaticos-cdn.prensaiberica.es/clip/553bb0f3-a6f4-4ac1-a25c-f277c1be63cd_alta-libre-aspect-ratio_default_0.jpg)
Por la izquierda, Gabino Díaz Merchán, Vicente Enrique y Tarancón y Francisco Álvarez. / Adrián Barbón
Este acierto podemos atribuirlo a la Conferencia Episcopal. Asturias, que ya había vivido las grandes huelgas mineras de 1962, necesitaba un arzobispo tolerante, capaz de comprender el movimiento obrero y de gobernar una diócesis que se distinguía por su inquietud social. Escribo acierto porque creo que no cabe duda de que el nombramiento de Díaz Merchán lo fue. Probablemente, sea difícil encontrar un dirigente –entendido en sentido lato, sea político o religioso– que entendiera y conectara tan bien con la realidad del Principado. Me atrevo a sospechar que muchas personas aún siguen pensando que Díaz Merchán era asturiano. Y, en realidad, opino que tienen razón: nacido en Mora (Toledo), su identificación con nuestra tierra fue plena y absoluta.
Pero cuando hablaba de la coherencia histórica aludía a otra cuestión. Díaz Merchán coincidió en la Transición con Rafael Fernández, el primer presidente de la Asturias democrática. El mes pasado acaban de cumplirse 40 años de su toma de posesión como jefe del gobierno autonómico. Ambos compartían recuerdos trágicos. Los padres de Díaz Merchán habían sido fusilados durante la incivil guerra y Rafael Fernández se había visto obligado a sufrir un larguísimo exilio ante el triunfo del golpe de Estado franquista. Uno encarnaba uno de los poderes privilegiados por la dictadura; otro, el regreso a España de los derrotados en la contienda, ahora dispuestos a asumir el mando.
Ambos se comprendieron y se respetaron, demostraron que la convivencia en paz y democracia era posible. Un ejemplo que hemos de tener siempre presente para que no nos ciegue el sectarismo ni la intolerancia. Todo ello hubiera sido más difícil sin Gabino Díaz Merchán, sin su magisterio para saber abrir las puertas de la Iglesia a las reivindicaciones obreras, a la libertad, a la renovación impulsada por el Concilio Vaticano II. Al conocer la triste noticia de su fallecimiento, pienso cuánto le debemos, creyentes y no creyentes, a este hombre afable, tolerante, «en el buen sentido de la palabra, bueno», como escribió Antonio Machado. Cuánto le debe Asturias a Gabino Díaz Merchán, el arzobispo de la concordia.
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