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LNE FRANCISO GARCIA

Escribir contra el olvido

Como el nobel de literatura Pamuk, quien escribe lo hace por miedo a ser olvidado. Todos los que ponemos empeño en perpetuar la vida de las palabras albergamos en el fondo el deseo íntimo de trascender: nadie muere si su obra permanece, si años, décadas, siglos después alguien desentraña escritos viejos con ánimo de posteridad. ¿Acaso no somos, todos los que escribimos, ilusos que aguardamos permanecer en el recuerdo de otros? Marco Aurelio, el emperador filósofo, el pensador estoico, una de las personalidades más relevantes de la antigüedad clásica por la profundidad de sus razonamientos, dejo escritas unas frases que pesarán como una losa en cientos de generaciones venideras a la suya: ”Un instante y lo habrás olvidado todo. Otro instante más y todos te habrán olvidado”. Pelear a brazo partido contra el olvido con el armamento que otorga la palabra impresa es la batalla diaria del escritor.

Escribir es el oficio más solitario del mundo. Nadie puede ayudarte en el cometido ante la frialdad del papel en blanco o la gélida pantalla del ordenador. En ese instante inicial no hay humano más solo e indefenso, como un náufrago en medio del mar.

Escribir en un periódico es dejar huella diaria en la arena efímera de una bobina de papel, una pisada que se anda y desanda cada jornada y que se lleva el vaivén de las olas de los días, que genera y degenera una y otra vez, como las entrañas de Prometeo.

Si los escritores aspiran a la inmortalidad de las bibliotecas, los periodistas, más humildes, nos conformamos con que dentro de cincuenta o cien años, algún compañero de profesión haga relato de nuestras cosas en las gacetillas de la sección de hemeroteca. Unos y otros, sin embargo, coincidimos en idéntica apreciación: quien escribe renace en cada lector futuro.

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