Más allá del Negrón

¿Para qué sirve un Mundial?

Las utilidades de un evento tan controvertido como Qatar 2022

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mundial / Ilustración: Pablo García

Juan Carlos Laviana

Juan Carlos Laviana

A pesar de los pesares, todo indica que es mejor que se esté celebrando el Mundial de Qatar a que no se hubiera celebrado. Parece evidente que de no haber puesto el foco mundial en esta dictadura del Golfo Pérsico, seríamos más ignorantes de sus excesos. Más que blanquear el régimen, digamos que se ha aclarado. No sirve el argumento de que hayamos contribuido a hacer más ricos de lo que son a los jeques cuando estamos haciendo negocios con ellos de forma habitual. Y, menos aún, cuando un estudio acaba de demostrar que ser país anfitrión no reporta beneficios económicos significativos.

El Mundial no sólo sirve para escrutar las mezquindades del país que lo organiza. Sirve también para que el resto de los países que participan se retraten. Así, por ejemplo, en España hemos visto cómo el Gobierno ha dejado solo al Rey en el palco. Ni siquiera nuestro ministro de Deportes, Miquel Iceta, tuvo el valor de secundarlo para acompañar a nuestra Selección. Hubiera sido un gesto muy significativo con el Monarca y con los jugadores. Eso sí, Patxi López, portavoz del partido del Gobierno, osó ponerse el brazalete arcoíris a 7.000 kilómetros del escenario, en la sede del Senado. Sólo seis meses después de que el emir de Qatar fuera recibido, con todos los honores, por el presidente del Gobierno y las propias Cortes.

El Mundial 2022 nos ha servido para valorar a qué causas humanitarias damos más importancia. Con gran diferencia, el movimiento LGTB se ha impuesto por goleada, o al menos ha sido más mediático, a otras defensas de los derechos humanos como la explotación de los trabajadores extranjeros (6.000 muertos durante las obras del Campeonato del Mundo), la discriminación de la mujer o las limitaciones a la libertad de expresión. Por cierto, la invasión de Ucrania no ha gozado de un mínimo recuerdo durante el evento. ¿Ya nos hemos olvidado de que hay una guerra?

No hay duda de que, aunque no todo lo que hubiéramos querido, el Mundial está sirviendo para remover conciencias. Sobre todos los gestos humanitarios, destaca la valentía de la selección iraní al negarse a cantar el himno de su país en protesta por la feroz represión de la república islámica de las protestas por la represión de las mujeres. Menos arriesgado, pero no por ello hay que quitarle valor, fue que la selección alemana se tapara la boca para reclamar a la FIFA mayor libertad de expresión.

A propósito de himnos, gracias a Qatar 22, viendo a los jugadores de todo el mundo cantar con enérgico entusiasmo sus himnos, se ha vuelto a reabrir en nuestro país el debate de si debemos poner letra al nuestro. Hasta Luis Enrique dijo preferir un himno con letra para fortalecer el férreo sentimiento de unidad de nuestra selección. A propósito de símbolos, avergüenzan decisiones como la de Ada Colau de prohibir las pantallas gigantes en espacios municipales para ver al equipo español con la excusa de denunciar al régimen catarí. Y no digamos la expulsión de 32 alumnos de un colegio de Palma por colocar una bandera española para animar a la selección.

En Asturias, ya que no tenemos a ningún jugador seleccionado, nos ha servido para enorgullecernos del líder, Luis Enrique. Gracias a su innovadora utilización de Snapchat, todo el mundo ha sabido que lo mejor de sí lo saca del carácter asturiano y de Gijón. El entrenador no ha perdido ocasión de aludir a sus orígenes. Y, por mencionar, ha mencionado hasta al modesto Titánico de Laviana.

Otra ventaja nada despreciable sería la de olvidarnos –o anestesiarnos, si se prefiere– por unas semanas, sobre todo si la selección llega lejos, del que se presumía como el invierno más duro que recordamos. Crisis energética, carestía de la vida, cambio climático, guerra en Ucrania, y no digamos ya las miserias de nuestra política.

Sería imposible enumerar todas las utilidades de un mundial. Habrá quien añadiría el blanqueamiento de una dictadura, el enriquecimiento de unos corruptos o la ratificación de que, a estas alturas, el panem et circenses sigue siendo tan eficaz, o incluso más, como en la Roma clásica. Dado que no somos capaces de desprendernos de la hipocresía de este mundo –no podemos a la vez beneficiarnos del gas y el petróleo de Qatar y darle la espalda–, y una vez denunciado todo lo denunciable, mejor será que veamos la parte positiva y disfrutemos del espectáculo.

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