A propósito de la ideología

Las diferencias en la aplicación de las políticas públicas en función del color de los gobiernos

Luisa Carcedo

Luisa Carcedo

En un sistema democrático que asegura la pluralidad política (artículo 1.1 de nuestra Constitución), negar el papel de la ideología es tanto como negar la esencia de la política. Sin embargo, venimos asistiendo con cada vez más asiduidad y desparpajo a la negación de la ideología y su influencia en la definición de las políticas públicas.

No han faltado académicos famosos que han teorizado desde la sociología y la ciencia política sobre el fin de las ideologías. Daniel Bell defendió la meritocracia como alternativa a la ideología, algo que Michael J. Sandel, Premio Princesa de Asturias en 2018, desmonta en su reciente libro "La tiranía del mérito". Si bien el conocimiento y el acceso a la educación son imprescindibles, por sí solos no contribuyen a sociedades más justas e igualitarias y generan ganadores y perdedores. Otro pensador que aseguró el fin de las ideologías, Francis Fukuyama, acaba de publicar un nuevo libro, "El liberalismo y sus desencantos", donde reconoce que el neoliberalismo, interpretando el liberalismo económico desbocado, ha ido demasiado lejos, y propone el modelo socialdemócrata como solución. ¿Otra vez vuelta a la ideología?

Son dos famosos autores del fin de las ideologías cuyas hipótesis no encuentran correlato con la evolución de las sociedades actuales –si las queremos justas– desde las crecientes desigualdades sociales a las amenazas ciertas del calentamiento global para el planeta y el futuro de la humanidad. En definitiva, las ideologías siguen vigentes para interpretar nuestro mundo.

Fukuyama acaba de publicar un nuevo libro donde reconoce que el neoliberalismo económico desbocado ha ido demasiado lejos

En la dialéctica política doméstica, la extrema derecha de Vox arremete contra toda política que conlleve avances en derechos y libertades, descalificándolas por ideológicas; incluso las declaraciones de Naciones Unidas sobre los derechos humanos y sus convenciones, el calentamiento global o la Agenda 2030.

Lo preocupante ahora es la contaminación a otros ámbitos políticos, mediáticos o colectivos de relevancia profesional o social. Llega al paroxismo escuchar del candidato designado por el Partido Popular en Asturias la propuesta de prescindir de medidas ideológicas (sic). Ser funcionario no es sinónimo de no tener ideología. Las políticas públicas que los funcionarios hacen efectivas en las administraciones surgen de leyes aprobadas por políticos y son ejecutadas por gobiernos democráticos salidos de los parlamentos, esencia de la política y la base de las ideologías.

Lo curioso en el caso del candidato popular es que su partido, el PP, en todas sus etapas de gobierno ha aplicado políticas públicas únicamente basadas en la estricta ideología neoliberal, carentes de cualquier evidencia científica o empírica que las avalara, emulando a Reagan y Thatcher, incluso copiando sus eslóganes. Una política neoliberal de reducción del sector público con consecuencias sobre los servicios públicos que aún arrastramos, a pesar de las reversiones tras la moción de censura. O la alocada carrera ideológica contra los impuestos, iniciada ya por el Gobierno de Aznar. A pesar de la absoluta falta de respaldo empírico, continúan defendiendo la "curva de Laffer" de que menos impuestos recaudan más para justificar su indefendible máxima de "el dinero en el bolsillo de la gente" (M. Rajoy). O sea, en el bolsillo de quienes tienen mucho: los ricos. Una versión eufemística de la insoportable rebelión de los ricos.

Otra de las decisiones neoliberales con severas consecuencias para la economía, y con especial impacto en Asturias, ha sido la ausencia de política industrial, sin una apuesta clara por los sectores productivos salvo, eso sí, las privatizaciones de toda empresa pública (Aceralia, Santa Bárbara…) rentable para el sector privado. Los drásticos recortes de los fondos mineros para la reindustrialización, la total ausencia de políticas ambientales y energéticas y el parón a las renovables (al extremo de imponer el famoso impuesto al sol) tuvieron consecuencias muy dañinas para la economía y para la lucha contra el cambio climático.

Rememorando a Reagan, Aznar sentenció que "la administración no es la solución, es el problema", e inició el debilitamiento de la administración pública, fiel al modelo neoliberal del papel mínimo del Estado. Que la iniciativa privada busque negocio y genere riqueza. Da igual sobre qué, dónde vayan los recursos y a quién beneficie.

Estamos ante la más clamorosa política neoliberal que podríamos caricaturizar: tamaño mínimo del Estado, el dinero en los bolsillos de quien más tiene y la generación de riqueza según las oportunidades de negocio. ¿Esto no es ideología?

Parafraseando a Michael J. Sandel, ¿qué ha sido del bien común?

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