Asturias, fuera del universo STEAM

La región busca futuro con disciplinas y saberes de ciencias, pero le falta entender cómo incorporar las prácticas artísticas contemporáneas

Pablo Luis Álvarez

Pablo Luis Álvarez

Por fin se ha publicado el dato. Parece, o así nos dice el número de cartillas sanitarias en circulación, que al millón ya no llegamos. Hace años que esto se susurra con terror, lo que da cuenta del valor simbólico que la cifra había adquirido en nuestra autopercepción como pueblo. Esta barrera ceñía nuestra última esperanza de progreso, como si con el millón escaso pudiésemos mantener la categoría de mirmidones o la posibilidad de una parusía política. Pero ya no: nos vamos a pique mientras nos arrullan con la nana que nos convertirá en colonia eco-vacacional o en recreación histórico-jacobea. Asturias, quo vadis?

No me gusta poner a mis artículos títulos en inglés (especialmente ante la nueva invasión de anglicismos a la que asistimos), pero esta vez he querido utilizar un juego de palabras para exponer mi planteamiento. Con el acrónimo STEM, el mundo académico anglosajón se refiere (el término creo que ya es popular en los países hispanohablantes) a las disciplinas y saberes por los que hoy se está apostando en el diseño y planificación de los currículos educativos, desde la Enseñanza Primaria a la universitaria. "Science, Technology, Engineering and Mathematics" son los campos sin los que, se entiende, no habrá prosperidad ni avanzará el conocimiento. Fomentarlos es una decisión estratégica a la que además se le atribuye una capacidad salvífica: evitará nuestra inminente destrucción. Por supuesto, hay disensión entre los expertos. Una posición contraria pero complementaria entre quienes abogan por la centralidad de estos aprendizajes ve este inventario insuficiente. Le falta una letra: la "A" de arte; le falta la agilidad intelectual y promiscuidad tecnológica del artista. No voy a poder desarrollar aquí la complejidad de este debate (STEM vs. STEAM), pero sí quiero esbozar en este texto un planteamiento polémico: ¿pueden las prácticas artísticas contemporáneas salvar a Asturias?

La pregunta, desde luego, no tendrá ningún sentido si el arte contemporáneo es un circuito que produce una serie de objetos que recibimos, contemplamos y que nos sirven para tener algo así como una experiencia meditativa. La producción y el aprendizaje del arte en nada se parece hoy a un montón de señores con birrete pintando bodegones –imagen que me señalaba esta mañana mi amiga Olga Fernández López y que utiliza en sus clases en la Autónoma de Madrid para que sus alumnos empiecen a replantearse cuál es el sistema del arte hoy–.

¿Y qué pinta tiene la producción y distribución del arte contemporáneo? Pues posiblemente un poco loca, pero bastante más parecida a un montón de gente trabajando junta, a ordenadores portátiles y teléfonos inteligentes, cables, monitores de televisión, botellas de agua, emails, mapas mentales, tazas con posos de café, rotuladores, y, por supuesto, el sinfín de materiales poéticos e imposibles que le dan cuerpo a las prácticas artísticas, desde los bastidores y los pigmentos a la voz y el lenguaje (además de todo lo anterior).

Yo soy un historiador del arte en una institución STEAM. Mis compañeros son diseñadores de videojuegos, de moda, de servicios y de aplicaciones; son arquitectos, escultores, escritores, comisarios de exposiciones, ceramistas e ingenieros. A pesar de la diversidad de nuestros desempeños particulares, es el estar todos juntos y también revueltos en una escuela de arte (un lugar para el hacer) lo que le da profundidad a nuestro trabajo.

Asturias, que apuesta por su futuro como región STEM, puede y debe plantearse convertirse en una región STEAM y no quedarse, como sugiere el título de este texto, sin fuelle.

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