El PP, entre la amable bicefalia y las incógnitas postelectorales

Después del 28-M, los populares habrán de poner fin a su largo periodo sin congreso, pero el modo en que esto suceda dependerá mucho de lo que sentencien las urnas

Vicente Montes

Vicente Montes

El Partido Popular asturiano tiene dos incógnitas sobre la mesa: la primera, cómo se sustanciarán las elecciones autonómicas y municipales del próximo 28 de mayo; la segunda, qué pasará inmediatamente después. Una y otra cuestión están íntimamente ligadas, se condicionan de manera inexorable y han de tener un orden consecutivo. Bajo la calma preelectoral (moverse cuando hay un horizonte de urnas es pegarse un tiro en el pie), hierve la atomización en la que se encuentra el espectro militante del partido, fragmentado en corrientes, grupos y en variopintos microliderazgos personales. De ahí que lo que ocurra una vez que se cuenten las papeletas, se estimen las fuerzas y se constituyan gobiernos, terminará marcando el rumbo del PP asturiano, como mínimo, para los próximos cuatro años. Las batallas internas por el poder son más fáciles de digerir en el entusiasmo de la satisfacción electoral que en la frustración, el desánimo o el afán de venganza.

Considérese esto como un mero ejercicio de escenarios teóricamente posibles, como hipótesis. Ya las encuestas que llegan a los partidos se encargan de establecer las probabilidades de que se materialice cada estado, y la apertura de las urnas será como levantar la tapa del experimento de Schrödinger y comprobar si el gato está vivo o muerto.

Hasta entonces, el PP discurre en una bicefalia amable, una especie de carretera de dos carriles en línea continua. Por un lado, la gestión de la lista autonómica, del programa electoral y de la campaña, en la que el candidato autonómico, Diego Canga, tiene manos libres y plena capacidad de decisión. También la ha tenido en apagar algunos fuegos internos, como el de la lista municipal de Gijón. Por el otro lado discurre la vida orgánica interna y la designación de la mayoría de las listas municipales (a excepción de Oviedo, decisión de Alfredo Canteli). Asume esta vida orgánica el secretario general, Álvaro Queipo, que se encarga de las tareas relacionadas con la gestión del partido, cuadros y militancia, que a la postre constituyen las paredes del edificio de toda formación política. Cada cual en su carril.

Pero el Partido Popular arrastra un largo periodo sin democracia interna. Cierto es que los congresos de los populares no suelen ser cardiacos. Salvo excepciones, el rodillo del aparato o las preferencias de los líderes nacionales suelen allanar victorias y las confrontaciones tienen más lecturas personales que de fondo ideológico. Así, el PP regional no podrá dilatar mucho más allá de las elecciones autonómicas la celebración de un congreso. Solo dos excepciones lo justificarían: un resultado que permitiese al candidato Diego Canga, que no está afiliado al PP, gobernar en Asturias, o el compromiso de este, aun con una derrota, de que se mantendrá al frente del partido y que asume el reto de tomar el mando, con la aquiescencia de la dirección nacional.

Si Canga ganase las elecciones, nadie dudaría y toda esa efervescencia quedaría anulada de inmediato. Pero según los estatutos del partido, Canga debería llevar un año afiliado para poder optar a presidir el PP asturiano. Debería haber pues, una gestora de transición (que habría de bendecir Génova) o celebrarse un congreso en el que el candidato o candidata que Canga avalase saldría con una ventaja indudable. En el segundo escenario, el de que el candidato autonómico, aun sin gobernar, asumiese el reto de liderar la oposición y ser la voz dominante del partido, la solución pasaría nuevamente por una gestora (la alternativa más pacífica) o la opción de abrir la caja de Pandora de un congreso en un clima cuya virulencia sería inversamente proporcional a los resultados electorales.

El segundo bloque de escenarios pasa por un PP postelectoral sin Canga. No hay ninguna razón objetiva para creer que Diego Canga regresará a Bruselas si saliese mal esa arriesgada apuesta de "victoria o victoria" en la que sitúa su futuro a poco más de dos meses vista. Pero también es cierto que tampoco el candidato ha ofrecido indicios de lo contrario. En el Partido Popular esa incertidumbre pesa. Esa situación hipotética de era post-Canga sin Canga, vinculada a unos malos resultados electorales, sin duda abriría un periodo de batalla interna cuyas heridas solo podría suturar la celebración de un congreso autonómico, con toda la incertidumbre que pueda suponer.

En tanto no se despejen las incógnitas clave, el PP rumia sus debates en conversaciones telefónicas o citas de mesa y mantel, y las listas locales serán también una forma de colocar indios para lo que pueda pasar. Puertas afuera, la consigna es clara: todos los recursos y fuerzas a disposición del candidato autonómico. Luego, las urnas dirán y habrá que preparar las propias para que la militancia marque un rumbo, aunque aún no se vislumbre. Y a ver cómo queda la salud del gato.

Suscríbete para seguir leyendo