La tercera España

En memoria de Alfredo Mendizábal

Javier Junceda

Javier Junceda

Alfredo Mendizábal llegó a Oviedo recién cumplidos los veintinueve años. Procedente de Zaragoza, venía a hacerse cargo de la cátedra de Derecho Natural en la Universidad, en la que había enseñado décadas antes Clarín. De Asturias le habría hablado en Madrid su director de tesis, Joaquín Fernández Prida, uno de nuestros más preclaros internacionalistas. Precisamente sobre la paz defendió Alfredo su memoria doctoral, una idea que se convertiría con el paso del tiempo en un auténtico faro personal y profesional para él, a la vista de su intensa peripecia.

Conectado desde el principio con los ambientes socialcristianos ovetenses, en torno a la Acción Católica liderada por el clérigo lavianés Maximiliano Arboleya, el joven profesor Mendizábal teorizó desde su cátedra sobre asuntos que un siglo después vuelven a cobrar actualidad, ligados al bien común como centro del pensamiento constitucional. Sus espeluznantes experiencias en la revolución de octubre del treinta y cuatro, cuando a punto estuvo de caer asesinado, las publicó el Ridea hace catorce años y en ellas puede advertirse el hondo sentido patriótico y racional de este inolvidable docente, representativo de esa tercera España que debiera recuperarse con cada generación.

Alfredo Mendizábal combatió por igual los extremismos políticos. Denunció la irracionalidad del fascismo y el comunismo, porque "el bolchevismo es un fascismo de izquierdas, como el fascismo es un bolchevismo de derechas, y ambos se oponen al Estado democrático... Y dos enemigos de un tercero son amigos entre sí", escribirá. Como consecuencia de su pensamiento y de su coherencia con él, sería depurado tanto por unos como por otros, dejándole la República sin su plaza universitaria –a instancias por cierto de un colega asturiano de rígida ortodoxia marxista–, y el gobierno sublevado por su abierta desafección al nuevo régimen, como ha estudiado en profundidad Benjamín Rivaya.

Acogido por el gran Jacques Maritain en su exilio francés tras la Guerra Civil, su trayectoria como "solitario intelectual católico", como lo califica Gil Cremades, continuaría profundizándose, clamando por un ideario inspirado en los principios de justicia y caridad cristianas capaces de hacer impensable cualquier nueva revolución impulsada por los más desfavorecidos. Mendizábal, durante toda su existencia, fue un ardiente defensor de lo que hoy conocemos por doctrina social de la iglesia y que había arrancado a finales del diecinueve con la "Rerum novarum" de León XIII, primera encíclica papal que abordaba esos cruciales asuntos.

La reconciliación entre españoles enfrentados por motivos políticos por el ciego sectarismo, la defensa a ultranza de las libertades, de la democracia y del credo socialcristiano, constituyen el legado de este olvidado gigante español. Hubo de huir del fanatismo en su país natal y luego en su nación de acogida, para acabar teniendo que buscarse la vida como traductor en Estados Unidos y Suiza. Creía que los fundamentos morales del catolicismo podían inspirar el pensamiento y la acción de los hombres en el terreno político, pero nunca como una mera ideología o movimiento, sino como criterios a tener en cuenta al solventar los problemas ciudadanos y suministrar oportunas soluciones, como años después harían los padres de las Comunidades Europeas, que comulgaban con esas mismas doctrinas.

Mendizábal, como tantos otros de su época, no formaba parte de ninguna tercera España amorfa, desideologizada o sin rumbo, sino que sabía bien cuál era el destino de sus afanes. A españoles como él no les valía alcanzar el poder a cualquier precio o a través de ramplones cálculos electorales, sino que ofrecían antes un plan claro de sus objetivos y de la España que anhelaban. Ni renunciaban a sus convicciones ni las ocultaban vergonzantemente: las defendían con vehemencia frente al radicalismo de una u otra orilla, compartiendo con lucidez las fórmulas para hacer progresar al país, que siempre han dado un buen resultado.

Desde luego, qué bien nos sentaría volver a contar con una tercera España de esas características y con españoles cabales como Alfredo Mendizábal, un ejemplo conmovedor de congruencia entre lo que se piensa y se hace, y de valentía a la hora de defender sin complejos una determinada forma de ver las cosas.

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