El arte de hablar sin decir nada

La falta de respeto a los ciudadanos del discurso de los políticos que eluden llamar a las cosas por su nombre

He llegado a la conclusión de que ser capaz de hablar sin decir nada es un arte que manejan muy bien algunos políticos, sobre todo, aquellos que están más arriba o mejor situados en el escalafón de las responsabilidades. El hecho que me llevó a verlo así sucedió recientemente, cuando un reputado periodista de una emisora de alcance nacional intentó en vano sacar información a una ministra mediante una entrevista a la que ésta, con la habilidad propia de un torero, respondió con evasivos discursos, cual capotes volteados a uno y otro lado.

Al principio, tenía yo la atención dividida entre la radio y los quehaceres mañaneros: prepararle la comida al perro, pelar la fruta…, en fin, esas pequeñas cosas que no impiden estar atenta a las noticias o a una buena tertulia. Pero en cuanto escuché la respuesta de la señora ministra a la primera pregunta, mi atención quedó totalmente atrapada en lo que decía y postergué toda tarea; por supuesto, ese día mi perro tuvo que esperar para recibir su comida mañanera.

El asunto sucedió así. El entrevistador le pregunta por la ley de igualdad, y yo, interesada en su respuesta, me sentí frustrada cuando la señora empezó a soltar una serie de frases encadenadas en las que no había asomo alguno de declaración sobre el tema, sino que hábilmente pasó de un asunto a otro hasta terminar hablando de la ley de la vivienda…, y ahí es cuando me paré, dejé de hacer lo que estaba haciendo y me quedé con la atención puesta en una sola cosa: escuchar la radio.

El periodista le lanza una segunda pregunta sobre la desunión de los miembros del Gobierno, ¿y qué responde la ministra? Vuelve a usar el mismo método de decir una frase tras otra, y no sé cómo, pero termina hablando de la guerra en Ucrania. Observo también que sus respuestas son demasiado largas, y en mi modesta experiencia de persona entrevistada en algunas ocasiones, conozco que, cuando te preguntan algo y respondes con un discurso muy largo, haces polvo al entrevistador y, por supuesto, adormeces a la audiencia, que pierde el hilo; vamos, que tienes que ser muy fino, estar muy conectado con lo que dices y saber muy bien de qué hablas, que no era el caso. A pesar de que me faltaba la valiosa información que proporciona el lenguaje corporal cuando puedes visualizar la situación, sentía a través de las ondas el reajuste interno del entrevistador en cada pregunta. Entonces, se me ocurrió cronometrar cada respuesta: tres minutos cuarenta y cinco segundos, cinco minutos quince segundos… ¡Una barbaridad! Y todas las respuestas tenían el mismo patrón: en ninguna de ellas la señora ministra respondió a lo que se le preguntaba; eso sí, hablaba, hablaba y hablaba de lo que le parecía.

Para colmo, el periodista remata la entrevista con una pregunta sobre la ley de la vivienda (al fin y al cabo, ella misma la había mencionado en su respuesta a la ley de igualdad). Y llegado a este punto ¿qué responde la señora ministra? Que de eso no puede hablar, porque están en ello; pero sigue bla, bla, bla..., y habla durante cuatro minutos y treinta y cinco segundos.

Cuando terminó la malograda ¿entrevista?, me quedé asombrada y empecé a hablar con el perro, que es lo mismo que hablar en alto con una misma: "¿Te has dado cuenta?, ¿has visto cómo ha eludido responder a cada una de las preguntas?...". Esto es un arte, desde luego; una habilidad que sólo puede conseguirse con entrenamiento. Supongo que implica tener un guion, que se suelta con independencia de lo que pregunten, y por supuesto, hay que ejercitarse para ello. La cuestión es hablar y hablar; no se trata de transmitir información y no es necesario mostrar algún tipo de interés por las cuestiones diversas que nos atañen a todos. No, el asunto es hablar, aunque no digas nada, porque eso no importa. El problema es que, cuando se habla de esa manera tan desconectada, lo que se transmite es un profundo desinterés por aquello que se está diciendo, a la vez que quien escucha -si lo hace con atención- puede sentir que le están tomando el pelo.

No vamos a pedir a nuestros políticos que pronuncien discursos excelsos y grandilocuentes, pero sí que hablen conectándose con lo que dicen, que respondan con veracidad y desde el compromiso de servicio que implica su cargo, y por supuesto, con respeto hacia los ciudadanos, porque la entrevista de la señora ministra del otro día fue un insulto a la inteligencia, la suya la primera.

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