La nueva informalidad
Todo empezó con el encierro y el trabajo en casa, donde nadie viste como en la calle o el trabajo. Luego, con el teletrabajo y las videoconferencias, empezamos a vernos unos a otros en la guarida doméstica de cada cual, casi siempre sin corbatas, camisas de vestir y atuendo formal. Después, cuando llegó al momento de salir otra vez a la vía pública y repoblar oficinas y despachos, un elevado porcentaje optó por no volver a revestirse, trampeando como cada uno pudo un nuevo estatus indumental en su vida pública, tratando asimismo de seguir teletrabajando a tiempo parcial, en zapatillas o cuidando a lo sumo las formas de cintura para arriba. De este tranquilo modo se fueron licuando los grumos de formalismo de nuestra vida social y con ellos a veces los horarios. La última moda de la moda –ropa de vestir como la de dormir– puede rematar lo que quede de nuestra laboriosidad.
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