Por una sanidad mental efectiva

Cualquier mejora pasa por introducir cambios en la educación y en las familias

José Martínez Jambrina

José Martínez Jambrina

Hace varios meses que los sintagmas "Salud y Mental" forman parte cotidiana de la agenda mediática estimulada por comentarios del ámbito político. Los políticos tienen una función legislativa y ejecutiva, pero protagonizar el debate social supone restar competencias a los ciudadanos, que deben ser los que decidan el modelo de sociedad que estimen oportuno. La ética de la ciudadanía debe ser, básicamente, una ética de la responsabilidad. Traducido al bable, que la sociedad necesita individuos que actúen sin necesidad de que nadie les recuerde que es lo que está bien y lo que está mal.

La importancia de la educación y la familia se antoja clave para la protección de la infancia, la adolescencia y el ciudadano adulto si queremos una democracia con individuos autónomos y no dependientes. Porque solo desde la autonomía del sujeto se accede a la libertad. Y viceversa.

Bueno, pues este edificio lleva décadas cuestionado. Al siglo XXI llegó una sociedad occidental opulenta y con un desarrollo insospechado en avances tecnológicos, pero con numerosos flancos de mejora que la globalización hizo patentes. El tránsito de una sociedad occidental donde los valores religiosos eran estructurales y rectores, a los valores de un humanismo laico, inherente a todo estado democrático, ha sido fallido.

El resultado es el que vemos. Las crisis relacionales son muy frecuentes en la familia, en la vida social o en el trabajo. Las tan citadas crisis de identidad de los adolescentes no reflejan otra cosa que crisis de valores, o sea, ausencia de entrenamiento en toma de decisiones cuando hay en juego valores contrapuestos, generalmente, los que cuestionan la hipertrofia del Yo adolescente.

Y sobre este humus se han instalado esos depredadores llamados "redes sociales" que han corroído el tejido social. Como en las grandes mentiras, siempre hay algo de realidad. Hay redes sociales que, bien usadas, pueden ser beneficiosas. Pero el inmaduro cerebro infantil y adolescente brilla por su capacidad de control y de modulación. Ahí deben intervenir la escuela y la familia. Francia, que es una moral en si misma, ya prohíbe el acceso a los liceos de alumnos con smartphones.

Y es que o asumimos esto y enfrentamos estas distorsiones reforzando a padres y educadores desde ámbitos como la desaparecida asignatura de "Ética para la ciudadanía" o habremos perdido el presente y el futuro.

Por supuesto que los servicios de Salud Mental deben ser reforzados, por no decir, duplicados. Pero para priorizar la atención a los enfermos graves y más discapacitados. Es hora de plantar cara a esa unión tan desafortunada que se produjo entre la declaración de salud de la OMS, como "perfecto equilibrio entre el bienestar físico y mental" y esa psicología que se autodenominó "positiva" tan falta de sustento científico.

De esta fornicación salen catapultadas muchas industrias informáticas y biomédicas que pugnan por servir al atónito ciudadano ese "perfecto estado de salud". Fármacos, cirugías, maquinaria y ahora, inteligencias artificiales ofertan una vida sin problemas. Y se acaban confundiendo intervenciones sanitarias que responden a la necesidad con otras que solo responden al deseo.

En resumen, cualquier mejora en la sanidad mental de la población pasa por introducir cambios en la educación y en las familias. La salud de una población depende un buen sistema sanitario, por supuesto. Pero sobre todo, de que esa sociedad esté formada por ciudadanos autónomos.

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