Todos somos racistas

el ser humano como un animal "programado"

Martín Caicoya

Martín Caicoya

Hay una corriente de pensamiento que ve al ser humano libre de cualquier tendencia o instinto en contraste con las fieras, sometidas mecánicamente a las fuerzas telúricas que las dominan. Su comportamiento no es resultado una cuidadosa deliberación sobre los riesgos y beneficios, pros y contras de las alternativas. Actúan impelidos por su naturaleza que durante milenios, durante generaciones, hizo lo mismo ante las mismas circunstancias. Ellos no se equivocan. Nosotros, que mordimos la manzana de la ciencia del bien y el mal y fuimos arrojados a un mundo en el que nacemos ignorantes, adquirimos en ese bocado el libre albedrío. Esa libertad es a la vez una condena y un privilegio. Sin embargo, otra corriente de pensamiento que a mí me convence, dice que como el resto de los animales, inscrito en nuestros genes figuran tendencias e instintos que se verifican en el medio. Nacemos preprogramados con un alto grado de maleabilidad. El mejor ejemplo es el de la lengua. Es imposible que un niño aprenda a manejar un sistema tan complejo si no tuviera una capacidad innata para ello. No solo para aprender las miles de palabras, sobre todo para encajarlas en discursos, utilizar sin saberlo, y sin entenderla, la gramática. Y como el desarrollo fetal simula todas las fases filogenéticas, desde el reptil al mamífero y al ser humano, en la lengua del niño balbuciente hay un sistema gramatical que parece que representa aquella lengua ancestral que hablaron los primeros homínidos que la adquirieron. La lengua, pero también las normas de comportamiento, de respuesta ante situaciones que en los animales vienen dadas de fábrica según los que los consideran máquinas, Tenemos una predisposición a aprender, a reconocer las normas de comportamiento de nuestro medio, que bien reforzada por el consentimiento del entorno más próximo se instalan en nuestra naturaleza adquirida. Queremos que nos aprueben. Es lo que el biólogo Laureano Castro denomina "homo suadens", la fuerza más potente de socialización. Uno es reflejo de su sociedad, del claustro de normas donde ese cerebro en crecimiento se formó. Queda inscrito en el cerebro casi como un instinto, la manera automática de responder. Porque la mayoría de las elecciones no se precede de una deliberación, no hay tiempo. Hay una fuerza irracional que las toma. Pero no tan oculta, no tan misteriosa, como las que realiza nuestro cerebro para mantener en funcionamiento nuestro cuerpo. Me refiero a las órdenes que da, a través del sistema nervioso y del endocrino, para restablecer el equilibrio interno de los muchos parámetros que vigila. Muy elementalmente, si yo ahora que estoy sentando, me levanto, casi inmediatamente, hay una orden de contraer los vasos de las piernas, acelerar el corazón y elevar la tensión arterial. Necesitaré que llegue sangre al cerebro, ahora un poco más alto. Los denominamos reflejos. Casi como reflejos, que podemos examinar tras ejecutarlos, son la mayoría de las elecciones que al cabo del día tomamos. Movidos por algo semejante a instintos que algunos llaman intuición y que para muchos reside en la percepción emocional de la situación. Inevitablemente colorea y hasta cierto punto domina esa libertad. Si no tuviéramos tendencias no tendría lugar la oración principal de los cristianos: no nos dejes caer en la tentación. Se está reclamando una limitación de la libertad a una instancia superior que la puede recortar y a la vez reconociendo que no hay tal porque la tentación es superior a su voluntad.

Esa conformación del cerebro para responder de forma adecuada a las normas de la sociedad es, en mi opinión, el origen de la xenofobia, del rechazo del otro. Un rechazo que se extiende en círculos concéntricos, desde el más íntimo. Está en nosotros y si no lo reconocemos, nos comportaremos de acuerdo con ese instinto. Es lo que ocurre con el racismo.

Se sabe que un niño con características fenotípicas de lo que llamamos blanco, o ario, que se cría en un hogar donde todos tienen características fenotípicas negra, o subsahariana, rechazará a los blancos, que los ve como una amenaza. Y al contrario. Pero si se cría en un hogar mixto, expuesto desde el principio a los diferentes caracteres que denominamos raciales, no le extrañará ninguno. Somos racistas, todos los somos, está inscrito en nuestro cerebro desde la más tierna infancia. Solo si lo reconocemos, si luchamos contra ello, podremos superar ese instinto xenofóbico, un instinto que no solo rechaza los caracteres físicos diferentes, también las culturas.

Quizá seamos el animal que nace menos programado pero eso no quiere decir que no lo estemos. Nos programamos en los años de formación. Es así porque ahí reside una de nuestras fortalezas. Pero esos programas que nos conforman también nos limitan, nos encierran en modos de reaccionar que pueden no ser los más convenientes para la sociedad cambiante. Da igual que la ciencia nos diga que el concepto de razas no tiene fundamento genético. Lo percibimos como una realidad. Solo si sabemos que de manera instintiva somos racistas , podemos dominar esa tendencia que en algunos se manifiesta de manera demasiado extemporánea.

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