Golondrinas volanderas

La importancia de la prevención en salud mental

Golondrinas volanderas

Golondrinas volanderas

Virginia Gil Torrijos

Virginia Gil Torrijos

Cada vez hay más golondrinas, golondrinas muy jóvenes, que saltan desde sus nidos hacia los abismos. Saltan desilusionadas de un mundo que ven psicológicamente agotador y sin resquicio para la esperanza. El entorno se les ha vuelto muy hostil y depredador. Estas golondrinas se entregan a la catastrófica suerte de los cerros o de los balcones o se adentran como Alfonsina Storni, mar adentro, o como Virginia Woolf, hacia los senos de ríos caudalosos, entre corrientes acuosas que las zarandearán hasta impedirlas respirar y dejarlas inertes.

Según diferentes simbologías las golondrinas significan desde la fertilidad para los chinos, hasta el eterno retorno y la resurrección para los griegos, además, al ser un ave dicen que monógama, y con sentido de la fidelidad, se la suele asociar también a la imaginería del amor. No sé si por todas esas simbologías, o por el concepto de vuelo y libertad, cuando pienso en la pandemia de las conductas suicidas, en las que indirectamente pudiera subyacer factores de inadaptación o de rechazo, lo asocio al vuelo de esos pájaros.

La salud mental asombra por sus trágicas cifras y por sus impactantes hechos y más, en lugares como Asturias. Se buscan soluciones rápidas, desde cercar el Cerro de Santa Catalina, hasta emplear más recursos sanitarios, pero apenas oigo hablar nada sobre prevención. Y es por ello que quisiera proponer alguna fórmula en ese sentido, hilvanada, por ejemplo, mediante actividades culturales. Creo que tal vez se debieran fomentar otros modos de ocio colectivo que hagan que los jóvenes, y los no tan jóvenes, socializasen, interactuasen, hablasen sobre lo divino y sobre lo humano, se expresasen y fueran conocedores que antes de ellos, desde las más remotas edades del hombre (y de la mujer), nuestros predecesores se cuestionaron también el mundo y el modo de habitarlo. Propondría actividades de interrelación presencial, al modo "face to face", sin pantallas de por medio, porque la tecnología en este caso, ahonda y agrava la soledad y el aislamiento, foros donde no se camuflase la verdad, foros sin imposturas, donde no se ocultase que todos, sin excepción, estamos inmersos es un constante desafío, y que rara vez la vida nos da tregua, que si no es una cosa, será otra, y que en las tribus coexisten todo tipo de individuos, algunos son crueles y otros más empáticos y bondadosos, pero que hay que lidiar con ello, con toda la fauna y que seguramente en tu trayecto vital encontrarás a personas que te ayudaran y otras, en cambio, que harán lo posible para ahogarte buscando autoafirmarse como superior. Aprender a lidiar con todo esto es lo complicado y es un aprendizaje pedregoso. La felicidad completa es una burda utopía pero la cultura y el arte nunca jamás han negado eso. Es por ello por lo que propongo este tipo de prevención, porque los artistas siempre se han preguntado y cuestionado la esencia de ese ser humano, pero en el camino han dejado belleza y pensamiento.

El otro día, en San Cucao de Llanera, coincidí en una actividad literaria con una poeta joven y cañera, como debe ser las poetas jóvenes y cañeras. El libro que acababa de publicar Ayeisa Andrade versaba sobre el clásico desamor. Al ser una chica de la generación violeta, utilizaba Ayeisa un lenguaje contemporáneo sin cortapisas y como marcan las tendencias. Pero me hizo gracia especialmente el título de su primer poemario. Me pareció irónico y guasón, a la vez que ponía de manifiesto una especie de "yo también". El título del libro es: "Fumando espero la cita con el loquero", y después me explicó las razones para denominarlo así, razones que son siempre la misma razón, la mezcla de rabia, revancha, búsqueda de dignidad y pundonor, y después me lo amplió a lo de siempre, a eso que tan gratuitamente te dicen: "tía, estas loca", a lo que yo le contesté que estuviera tranquila, que según ellos u ellas, todas estamos siempre locas, pero que ni p. caso, que siguiera escribiendo lo que le apeteciera y que lo escupiera en otro poemario, porque no hay mayor libertad que la de una hoja en blanco y que en su mano y en su voluntad, estaría siempre la magia de poder transformar el veneno en arte.

Este mundo es fiero. Lo es mucho. Pero es de una fiereza silenciosa, reptante y oculta. Y no solo esa belicosidad la perciben los jóvenes. La percibimos todos, sobre todo cuando te pones a caminar fuera de cómodas trincheras. Por ello, si alguna de esas golondrinas me pidiera consejo u opinión, solo les diría una cosa: #MeToo, #MeToo en esto y también en lo otro. Soy una mujer en el fondo rebelde, y por eso #MeToo. Y por confesar, confieso que a veces he fantaseado con imitar a Alfonsina, Virginia, Violeta, Sylvia o Marilyn, pero que no lo voy a hacer, porque la vida te da sorpresas, y, a veces, son hasta buenas y además el camino es imprevisible y por el medio, además de llorar, incluso te ríes, te ríes mucho y bien, y, en ocasiones te emana a raudales la alegría y bailas swing, o tango, o un pericote, y cantas y abrazas a personas que también te abrazan, y apruebas exámenes y hueles la hierba y alguien, alguna vez te regala flores, y tienes un hijo que se te agarra a los pezones y que te coge fuerte del meñique, y tienes amigas igual de desgraciadas con la que haces chistes subidos de tono e ironizas ante una copa de vino y después sale el sol y te zambulles en el agua azul y respiras al salir y te acuerdas de cuando eras pequeña y buscabas cangrejos en Rodiles, entre los charcos de la bajamar, y pasas por una tienda y te compras un vestido de verano y unas alpargatas nuevas y el vestido se mueve con el viento e incluso te ves guapa porque hasta los chicos jóvenes te miran y te sientes bien y otras veces, te enorgulleces de ti misma cuando restauras un espejo olvidado o cocinas una tarta que queso que te sale espectacular y aprendes a usar un taladro o una embarcación y sueñas con retomar la vieja idea de sacarte el título para volar en avioneta, y te levantas una mañana cantando "Paraulas d’ amor… somnis de poetes" y entonces escribes un verso, seguido de otro y otro… y llegas a un buen poema y consigues aplausos y al terminar un recital de poesía se te acerca una chica joven, que te dice que le has tocado, que le has llegado, y sorprendentemente quiere sacarse una foto contigo y ella te cuenta que le dicen que la llaman loca y tú le dices como a mí, tranquila, #MeToo, pero que lo ignore, porque no es cierto y que aguante, que solo aguante, y sabes que se lo dices a ella, pero sobre todo te lo dices a ti, porque en verdad crees firmemente que hay que renegar siempre de los "sepulcros blanquecinos" y de ese tipo de gente que nunca se cuestionan nada, y que por encima de todo, hay que continuar caminando, transitando aunque sea solo por curiosidad o por ver lo que te depara el próximo recodo.

De esto quería hablarles hoy, del diálogo sincero de un artista con sus congéneres como modo de prevenir el aislamiento y el sufrimiento psicológico, de eso y de la necesidad de socializar sin pantallas o sin dispositivos de por medio. Otro día, si me lo permiten, hablaré del Gobierno o de la maravillosa zarzuela que el Teatro Campoamor acaba de programar: "Entre Sevilla y Triana", donde se canta ahora no recuerdo si era un solo o un dúo, en cualquier caso, un tema precioso, sobre las "golondrinas volanderas" que desean seguir agitando las alas en el cielo.

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