Crítica / Música

Campoamor, mi caserío

La zarzuela de Guridi clausura con éxito la temporada de teatro lírico de Oviedo

Jonathan Mallada Álvarez

Jonathan Mallada Álvarez

La XXX temporada del Festival de Teatro Lírico Español de Oviedo cerró sus puertas (falta la función de hoy) en el caserío de la aldea imaginaria de Arrigorri, a la que Federico Romero, Guillermo Fernández-Shaw y Jesús Guridi dieron forma bajo la denominación "comedia lírica en tres actos". La cuidadosa producción de los teatros Campoamor y Arriaga de Bilbao (2011) y el nivel del reparto convirtieron la clausura en toda una fiesta de la zarzuela y en broche inmejorable.

En la escena de Pablo Viar, todos los elementos confluyen para una mejor comprensión de la trama. Con apenas un par de escenarios (la fachada del caserío y un frontón de pelota vasca), se ha ideado un panorama escénico, a cargo de Daniel Bianco, de gran vistosidad. La iluminación es otro pilar con la recreación de diversas atmósferas y el efectista juego de luces y sombras que, unido a la cámara lenta de algunos planos secundarios, adquiere unos tintes cinematográficos.

La partitura de Guridi es compleja. No se trata de la típica zarzuela de romanzas y coros sencillos, sino que en sus números se entretejen giros y armonías coloristas que, si bien enriquecen la sonoridad, también suponen una dificultad añadida para la orquesta y para las líneas de canto de los intérpretes líricos. En este punto emergió la figura de Lucas Macías. El director musical supo guiar a la "Oviedo Filarmonía" y desarrollar un gran trabajo gracias a una orquesta maleable que se plegó a sus exigencias. Aunque en momentos puntuales habría requerido menor volumen, el onubense logró equilibrar con elegancia escena y foso, esperando siempre a los solistas, respirando con ellos, rubricando una inteligente actuación que evidenció su crecimiento.

El trío protagonista rayó a un gran nivel. Damián del Castillo ha ido ganando una madurez vocal, con una cierta expansión de su registro grave, que le permite enfrentar con solidez el exigente Tío Santi. Con una voz poderosa, plena de vibrato y sin renunciar a un elegante lirismo en su romanza "Sasibil, mi caserío", el ubetense confirmó su buen momento, siempre imponente en los dúos y números de conjunto. Ana María fue encarnada con brillantez por Miren Urbieta-Vega. La soprano, de timbre esmaltado, posee un vibrato no demasiado presente y perfectamente controlado que le permite redondear todavía más cada intervención y conferir una carnosidad muy atractiva a su voz. La donostiarra dejó momentos de una gran expresividad, con un lirismo apabullante, unos agudos afilados y un poderoso fiato para desplegar un fraseo de gran belleza. Antonio Gandía como José Miguel fue otro triunfador. El tenor alicantino, pletórico en la proyección, hizo gala de una amplia tesitura estribando, siempre con garantías, desde un registro algo incómodo en los graves del "Con el trébole, trébole, trébole", hasta los impecables agudos, no exentos de matices de gran interés en "¡Yo no sé qué veo en Ana Mari!", donde Gandía no defraudó.

En cuanto a los personajes cómicos, destacaron Serena Pérez y Carlos Cosías. La asturiana se metió en su papel desde el primer momento, con ligereza vocal, correcta dicción y entradas concisas en el dúo "Cuando hay algo que hacer", donde un Cosías cumplió con profesionalidad. Itxaro Mentxaca y Carlos Mesa realizaron un gran papel actoral, con una vis cómica que convenció al público. El sobresaliente lo lleva Maxi Rodríguez. Su oficio teatral destapó un personaje muy natural, sin acento forzado y lleno de gracejo. La pareja de niños de la Escuela Divertimento también estuvo acertada.

El coro Capilla Polifónica "Ciudad de Oviedo" alternó intervenciones de gran mérito con algunos desajustes en entradas puntuales. Con todo, los pupilos de José Manuel San Emeterio se mantuvieron equilibrados y bien empastados, desarrollando un notable trabajo en escena. La banda de música no tuvo problemas para solventar su pequeño papel y la Aukeran Dantza Konpainia aportó el dinamismo y el toque costumbrista con coreografías perfectamente ejecutadas.

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