Debate electoral

Análisis | Sánchez y Feijóo, festival del humor

Sánchez y Feijóo han sido náufragos en diferentes clases del Titanic, el galán descamisado de las cubiertas inferiores y el privilegiado que sabe que saldrá a flote por una cuestión de preeminencia casi divina

Matías Vallés

Matías Vallés

El debate por excelencia de las elecciones generales recordó al combate en la jaula a que se han desafiado Elon Musk y Zuckerberg. Antes de sentarse, un Sánchez crispado ya había reprochado a su rival que aceptara "un único debate". Su enemigo, dada la saña que le inspiraba, no se dio por enterado así que el presidente del Gobierno lo escindió en "el señor Feijóo y el señor Abascal". El líder del PP se hizo el sordo a la "cantinela sobre Vox", así que el socialista le asestó por cuatro veces que "desconocía su sentido del humor, señor Feijóo, festival del humor". El aspirante le matizó que "los españoles, aunque tenemos sentido del humor, no somos tontos". Ante un interlocutor carnívoro, el político gallego estuvo a punto de remedar a Luis Zahera en As Bestas.

Algo va a cambiar cuando te planteas si debes escribir antes el nombre deSánchez o el de Feijóo, que eleva a "señoría" con reiteración al presidente y le recuerda que "esto no es El Hormiguero", en la cadena que se nutre del programa. En efecto, la telebasura tiene momentos de mayor moderación que el debate entre candidatos, un disparate que transparentaba la vergüenza de que no se celebrara en la televisión pública, donde los moderadores hubieran ejecutado el mismo papel de maniquíes, ni siquiera cronometradores ante la avalancha del titular del ejecutivo. "¿Usted es el moderador, señor Sánchez? Supongo que no me contará este tiempo", intentaba blindarse el líder de la oposición.

Sánchez y Feijóo han sido náufragos en diferentes clases del Titanic, el galán descamisado de las cubiertas inferiores y el privilegiado que sabe que saldrá a flote por una cuestión de preeminencia casi divina. El presidente se mostró sobreactuado, porque padece el oleaje de las encuestas embravecidas. El espectador, más atónito que de costumbre ante sus gobernantes enfurecidos, se acuesta con la sensación de haber asistido a un atolondrado traspaso de poderes, entre un presidente sobreexcitado en su desesperación y un aspirante que aguarda la caída de La Moncloa como fruta madura. El socialista salió a matar y falló la estocada.