El trasluz
El viejo armario
Hay viviendas a las que les duele el pasillo como hay cuerpos a los que les duele la cabeza. Las personas a las que nos duele la cabeza reconocemos enseguida un dolor de pasillo. Estuve cenando el lunes en casa de un amigo. Fui porque habíamos quedado con mucha antelación para que me enseñara su nueva casa. Fui pese a que me había levantado ese día con una migraña irreductible. Me presenté a la cita aturdido por los analgésicos y con pocas ganas de hablar, aunque tratando de disimular mi estado físico y anímico. No bebí vino, pese a la insistencia de mi anfitrión, porque el alcohol disminuye a veces el efecto de los fármacos. Mi amigo me preguntó si me había vuelto abstemio y caí en la tentación de contarle la verdad. Entonces fue al dormitorio y volvió con unas pastillas "mágicas" que robaba en la farmacia de su padre.
Le pregunté por su composición, pero prefirió no informarme, aunque insistió en que eran compatibles con el vino. Me tomé un par de ellas con una copa de tinto excelente, un gran reserva de la Ribera del Duero, y se me quitó el dolor y pudimos hablar de lo espacioso que era su piso nuevo y de lo bien distribuido que estaba. Dimos un repaso también a las cosas de siempre, a los asuntos de los que llevamos hablando desde hace treinta años y que exponemos de forma rutinaria, igual que si recitáramos un guion aprendido. Nos calma extrañamente la repetición como si hubiera en ella algo de rito religioso o de ceremonia terapéutica.
El caso es que después de la cena fui al cuarto de baño y al introducirme en el pasillo, que era largo, porque se trataba de una casa antigua, advertí la presencia de una brutal neuralgia. Al volver al salón informé a mi amigo de que había un dolor enorme flotando por el pasillo. Estaba al tanto y lo habían visto ya dos arquitectos sin encontrar la solución. Días después, me telefoneó para comentarme que al repasar detenidamente aquel espacio habían descubierto un viejo armario tapiado, con un par de camisas sucias dentro. Una vez descubierto y saneado el hueco, la neuralgia había desaparecido y la vivienda había mejorado muchísimo. Me dijo que tenía que volver a cenar un día para comprobarlo, pero aún no hemos quedado.
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