Bloqueo

Una España incapaz de superar la sociología de bloques

Daniel Capó

Daniel Capó

Los ciclos políticos actúan como las mareas y responden a la bipolaridad emocional de los votantes. A derecha e izquierda del arco parlamentario, los partidos en el poder se suceden según una misma secuencia: a la euforia de la victoria le sigue la decepción de los votantes unos cuantos años más adelante. Ahora recordamos con nostalgia el largo gobierno de Felipe González –que nos introdujo en Europa y nos cobijó bajo el paraguas de la Alianza Atlántica–, seguramente la etapa más fundamental de la historia democrática de España, durante la cual se configuró el rostro y la personalidad política del país; y, sin embargo, nadie se acuerda de los últimos años de González, acosado por los casos de corrupción, el fantasma de los GAL y una crisis económica galopante tras los fastos del 92. Se diría que algo parecido sucedió con Aznar, a pesar de los buenos datos económicos con los que abandonó el poder. El presidente popular, que refundó la derecha española bajo la paradójica sombra de su admiración por Manuel Azaña, dejó en efecto un país más próspero; aunque profundamente irritado por la participación española en la guerra de Irak, con un malestar que incubó muchos otros años de división política, al menos en lo que tiene de criterio emocional. Quizás hubo una España previa y otra posterior al 11-M, si bien los cortes sociales nunca son tan precisos y, en todo caso, corresponde a los especialistas fijar las causas y las consecuencias, así como marcar el principio y el fin de los movimientos históricos. Zapatero ganó movilizando el voto con una agenda moral y fue humillado años más tarde por una crisis económica que no supo –o no quiso– ver venir y cuyas consecuencias definieron toda la década posterior. La victoria de Rajoy no fue debida tanto a razones morales como económicas –un país al borde del rescate financiero–, para acabar perdiendo una extraña moción de censura de nuevo incoada por motivos éticos y por las acusaciones de corrupción generalizada en su partido. Ya se ve que los ciclos se mueven entre la economía y la moral, entre la esperanza y la desilusión.

¿Qué primó en las elecciones del pasado domingo? ¿La marcha de la economía o el arrebato moral? ¿El anhelo de una nueva política o el hartazgo con los viejos modos? La solución la tendrán que dar los sociólogos, pero la primera lectura de los resultados nos indica que el proceso iniciado en la segunda legislatura de Aznar y durante los gobiernos de Rodríguez Zapatero se ha consolidado finalmente: no sólo vivimos en un país más pobre y menos competitivo, sino que la división del electorado en dos franjas ideológicamente casi irreconciliables se ha convertido en el mínimo común denominador de la política española. Más pobres y más enfrentados los unos con los otros, más pobres y más irreconciliables. Derecha contra izquierda, izquierda contra derecha, la clave nacional al fondo; no hay más.

Más adelante, llegará el análisis fino que explique las causas de la derrota de unos o de la victoria de otros. ¿Movilizó Vox el voto de la izquierda? Sin duda. ¿Planteó mal el PP la campaña en su recta final? Eso parece. ¿Qué supuso votar en verano con medio país de vacaciones? A saber. Lo importante no es eso. Lo crucial ahora es que los dos bloques pesan prácticamente lo mismo. Y que España se dirige a la repetición electoral o a una política de alianzas imposibles que dificultará mucho cualquier acción de gobierno razonable.

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