El hombre que guardaba un tesoro

Adiós a Antonio González Barredo, natural de Lastres, que atesoró bondad en sus 93 años de vida

Juan R. Gil

Juan R. Gil

Antonio González Barredo murió ayer en el Hospital de Sant Joan d’Alacant. Asturiano de Lastres, donde aún pasó este último verano, y visitador médico de profesión, a lo largo de sus 93 años acumuló una enorme riqueza, un patrimonio de valor incalculable que su mujer, sus hijos, sus nietos y todos cuantos tuvimos la suerte de conocerlo pudimos disfrutar en vida, gracias a su generosidad. Un tesoro que ayer mismo empezamos a repartirnos, compuesto íntegramente de bondad.

Antonio era un niño de la guerra. Era solo un crío cuando le tocó vivir la peor tragedia que sufrió nuestro país. Por eso odiaba las guerras. Todas las guerras. En la cabeza de aquel guaje que escuchaba por las noches aterrado los tiros que primero unos y luego otros disparaban a los que ejecutaban contra la tapia del cementerio que estaba cerca de donde vivía, no cabía la violencia. Quizá por eso fue siempre un hombre comprensivo, dialogante, que educó en esos principios a sus hijos, Toño, Mariajo y Belén, y se los inculcó a sus nietos, Pablo, Inés, Nicolás y Celia. Yo lo conocí en los últimos años de su vida, pero jamás le vi levantar la voz ni dejar de escuchar a quien le hablaba. Creía en Dios, pero no era dogmático. Tenía convicciones, pero se esforzaba por entender las de los demás. Era una de las personas más elegantes, en el mejor sentido de la palabra, que jamás he tratado.

Vivió la mayor parte de su vida con solo un pulmón. Y con un corazón partido que hubo que intervenir. Y aun así, fue un hombre fuerte, feliz y presumido, muy presumido, hasta el último aliento. Este lunes 25 era el aniversario de su boda con Pepita Molina, una chica de Xàbia que conoció cuando Antonio llegó al pueblo para trabajar en la construcción de una iglesia, y que ha sido 56 años su fiel compañera. ¿Se puede estar enamorado de alguien después de más de medio siglo de caminar juntos? Tanto como que ayer, cuando las fuerzas ya se le escapaban, aún sacó energías para encargarle a su hija Belén que este lunes le entregaran a su madre, a su Pepita, "el ramo con las 25 rosas rojas más preciosas que haya" y le cantaran "Amor de mis amores". Y luego le dijo: "En la vida, solo tres cosas son importantes: el amor, la familia y la paz". Así se despidió. Rodeado de amor. Arropado por su familia. Y en paz.

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