Teatro en máximos, política en mínimos

La investidura de Sánchez fue una función con Puigdemont como director de escena

Manuel Campo Vidal

Manuel Campo Vidal

La investidura del presidente del Gobierno tuvo más de teatro que de política. Y no tanto en el hemiciclo, donde, charanga aparte, se escucharon algunos discursos con pasajes bien construidos (va por Núñez Feijóo, sobre todo en sus réplicas, por Aitor Esteban, veterano dialéctico, y por el propio Pedro Sánchez en su primer discurso), sino por las dos semanas de negociaciones previas tan accidentadas.

Definitivamente, Carles Puigdemont, que como político profesional no es relevante, es un gran director de escena. Tan solvente en las tablas mediáticas como Pablo Iglesias, el otro gran dramaturgo político, especializado en contraprogramación. Cada vez que el presidente Sánchez tenía un anuncio importante, su vicepresidente Iglesias le robaba la escena con una performance inesperada; como cuando le reclamó el control de los servicios secretos y otras carpetas delicadas del Estado, mientras Sánchez estaba reunido con el rey Felipe VI. Inefables.

Fiel a ese talento creativo, Puigdemont preparó el suspense y los golpes de efecto para ganar cuota de pantalla con mensajes para hacer creer al respetable público que la llave de todo la tiene él; para sugerir que los de Esquerra Republicana son estrategas de segunda división y para humillar a Pedro Sánchez tanto como pudo. Y escribió el papel que interpretó impertérrita su primera actriz, Miriam Nogueras, que había destronado en el cartel de vedette a Laura Borrás, tras su imputación judicial por trocear contratos públicos para beneficiar a un amigo y ahora implora que la incluyan en la amnistía. Puigdemont se la tenía jurada a Sánchez y le había anunciado a un amigo suyo: "Li farem pixar sang" ("Le haremos mear sangre").

Cuando en el hemiciclo la diputada Nogueras leyó la partitura, ya se vio que traía su réplica escrita en folios mecanografiados, por lo que cabe pensar que el guionista de Waterloo había puesto su capacidad redactora –fue jefe en el "Diari de Girona"– al servicio de aquella sesión. El jueves por la mañana, antes de la votación, se especulaba sobre si, insatisfecho todavía, Puigdemont proseguiría con sus azotes al candidato forzando otro retraso de 48 horas. Una imagen tranquilizó a los tendidos parlamentarios: Miriam Nogueras había llegado al Congreso aquella mañana con una maleta, que guardó en la oficina de su grupo parlamentario. Habría por tanto votación definitiva, porque ya había dejado su habitación y se proponía volver a Barcelona ese día.

Teatro, monólogos, fragmentos de auto sacramental y comunicación no verbal al microscopio, explicaron la sesión. Al final, Núñez Feijóo se acercó, y le honra, a darle la mano al presidente reelegido; pero esa mano la llevaba en el bolsillo y le costó sacarla. "Lo hizo con lentitud, lo que en el Oeste le hubiera costado la vida", decía una ingeniosa crónica en el Canal 24 Horas.

Pero Núñez Feijóo salió más líder de la oposición que antes y ganó mucho respeto entre los suyos. Pedro Sánchez, resultó bastante golpeado en el proceso, pero renovó su Presidencia. Y Abascal acabó más radicalizado de lo que estaba, porque el miércoles se levantó del escaño con prisa para no perderse la manifestación de protesta ante la sede del PSOE.

El problema es lo que queda ahora en el país: legislatura incierta, manifestaciones, demasiada crispación, dificultades para entender que la función teatral ya terminó y una fractura que alcanza a centros de trabajo, colegios profesionales, grupos de amigos y hasta familias. Así vivió Cataluña varios años; y si no se actúa con inteligencia, así de mal vivirá España los próximos. ¿A quién le damos las gracias?