Agenda de legislatura

Los retos del nuevo Gobierno

Guillermo Martínez

Guillermo Martínez

Incipere dimidium est. Empezar es la mitad. En la última década los gobiernos han estado en funciones casi dos de cada diez días, exactamente 688. Una nueva legislatura se abre paso en España. Al borde de completar el primer cuarto de siglo, podríamos agrupar en cinco grandes ejes nuestros retos: incrementar la productividad, afrontar la vertebración territorial, fortalecer el sistema de bienestar, profundizar en nuestro papel internacional y despolarizar el debate público.

Incrementar nuestra productividad.

Las empresas están condicionadas por su escaso tamaño, por los desajustes en el sistema educativo y por el valor social que otorgamos a la formación profesional. Para la digitalización y la mejora de los procesos de innovación son claves las políticas públicas de innovación y el aprovechamiento de los Fondos Europeos, una oportunidad única para una industria de la que depende nuestra autonomía estratégica. Un país que aprueba más de diez mil normas al año exige un marco regulatorio de calidad. Un crecimiento donde los incrementos de productividad no supongan una reducción del empleo. Por su parte, el despliegue de energías renovables, que contribuirá a una mayor competitividad, clama por reducir trabas y por un mayor diálogo con el territorio.

Vertebrar el territorio, reducir las desigualdades.

Ortega lo situaba como nuestro principal reto. Arrastramos una latente pulsión territorial y una cronificada desigualdad entre territorios. Tiempo habrá para saber si desinflamar el desencuentro y buscar nuevas vías mejora nuestra convivencia y encauza el conflicto. El gobierno tendrá que transitar por un territorio de encuentro y acuerdo inhóspito, sin perder de vista que el viejo concepto de ciudadanía, con su vinculación a la igualdad, sigue siendo la más revolucionaria de las ideas políticas.

La decidida Intervención pública de las últimas décadas ha permitido gozar de un mínimo de servicios y de infraestructuras, en otro tiempo soñadas, al conjunto del país. Pero las diferencias se acrecientan por las dinámicas económicas de concentración, el vaciado de los efectivos demográficos del interior, y la pérdida de dinamismo económico de las regiones periféricas. Tenemos un alto nivel de descentralización –pero hasta la provincia y no más allá– con un papel local cada vez más difuminado. Contribuyen a la divergencia la competencia fiscal entre comunidades. Abordar un nuevo sistema de financiación, deberá garantizar la igualdad en la prestación de servicios públicos y reforzar los instrumentos de solidaridad, como el Fondo de Compensación Interterritorial.

Pero hay también otros protagonistas: el crónico y ya agudo estrés hídrico de amplios territorios, la tensión generada por los nuevos usos del suelo en las zonas rurales y los vinculados al turismo. Vertebrar un territorio exige hoy un alto estándar de respeto medioambiental, amenazados por los efectos del cambio climático y los usos intensivos de ese espacio.

Fortalecer nuestro sistema de bienestar.

Las lecciones de la pandemia requieren de un debate fiscal sosegado, transparente y responsable. Fortalecer el sistema público de salud y atención social y abordar el futuro del sistema de pensiones conlleva tantas obligaciones como derechos. En paralelo, no podemos aceptar cono crónico el problema del acceso a la vivienda, ni perder de vista que el poder de compra es cada vez un indicador más relevante de bienestar, como tampoco convivir con la lacra de la violencia de género es propio de una sociedad avanzada.

Profundizar en nuestro papel internacional.

Encauzar nuestras relaciones de vecindad, posicionarnos en la profundización del proceso de integración europea, prepararnos para el fin de la excepcionalidad fiscal postpandemia, así como una hábil gestión de nuestro soft power, serán claves para asuntos tan importantes como la inmigración del sur global, la seguridad o nuestros intereses económicos y, sobre todo, nos permitirán jugar un papel en decisiones globales o regionales que cada vez nos afectan más.

Despolarizar.

Aquí Mirabaeu y Malouet resisten, el olvido es más selectivo que la memoria, la última crisis económica situó la cuestión entre los de arriba y los de abajo, la evolución demográfica entre ganadores y perdedores y la pulsional territorial entre inusitadas adhesiones por la igualdad y entre nuevos entusiastas ensayos de convivencia, mientras los partidos activaron sistemas de elecciones primarias. Un parlamento fragmentado y la mayor parte de las comunidades autónomas de color distinto al del Gobierno Central. Ello con la música de fondo de un mercado laboral segmentando y dual. Este es el menú de la pluripolaridad. Es difícil gestionar un país donde la moderación es de tibios y la trinchera de valientes –ese gusto por los pronunciamientos y los tumultos–. Los debates no pueden refugiarse en la seguridad que otorgan las verdades propias, porque ya Ortega afirmaba que no existe una perspectiva igual a otra. La política es la única que puede conjugarlas. El problema de España no es la politización, es que esta se quede en la epidermis. Confiemos en la política.

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