Destierros diversos

La cuestión de los valores y la fuerza de la palabra a propósito de Unamuno

José Martínez Jambrina

José Martínez Jambrina

Miguel de Unamuno y Jugo. El gran escritor español nacido en la calle Ronda, en Bilbao. El prestigioso intelectual valorado en casi todo el mundo. El autor polifacético. El emblemático rector de la Universidad de Salamanca. En estos días tal vez su muerte, hace 75 años, esté recibiendo mucho más relieve que vida y que su obra. Por lo que voy leyendo, su figura está acercándose peligrosamente a eso que los italianos llaman "dietrología", esa disciplina que estudia las causas ocultas de los acontecimientos. Véase, por ejemplo, la muerte de Aldo Moro como caso relevante.

Con Unamuno está empezando a suceder un poco esto. Cada vez hay más textos que especulan y tejen teorías novedosas sobre su muerte, acaecida el 31 de diciembre de 1936 en la humilde habitación de la casa que habitaba en la calle Bordadores. Visitaba estos días la preciosa casa museo que tiene dedicada en la calle Libreros, junto a la famosa fachada plateresca de la Universidad, la de la rana. Visita recomendable donde las haya aunque hay vidas tan intensas con escenarios tan variados que es difícil que una sola casa museo pueda explicar con detalle todo lo que supone una trayectoria tan firme y torturada como la de Miguel de Unamuno y Jugo.

De los acontecimientos de su vida me interesa ahora especialmente su destierro. No soy el único. Estos días la prensa salmantina ha publicado excelentes reseñas al respecto con motivo de la presentación de un nuevo libro sobre los último días del ilustre rector, libro de cuyo nombre prefiero no acordarme porque como en varios de los que le preceden y analizan aquellos días tan siniestros, crecen sobre el glamour de la ficción sin aportar hechos o actos relevantes para el análisis del suceso. Y es que la intención, al contrario de lo que siempre se ha dicho, es lo que menos importa. Hechos, hechos, hechos, en el lugar del experimento. Lo demás, como diría Luis Martín Santos, son mareas del espíritu, olas que vienen y van.

El destierro de Unamuno también lo ha recuperado del olvido la vuelta de tantos autoexiliados catalanes procedentes, sobre todo, de esa región tan parecida a Burkina Fasso que es Waterloo.

A lo importante. El 20 de febrero de 1924, Miguel de Unamuno fue condenado por la Audiencia Provincial de Valencia por dos artículos publicados en "El Mercantil Valenciano" contra el Rey Alfonso XIII y sobre todo contra el Directorio Militar de Primo de Rivera. La condena inicial fueron 16 años de cárcel, conmutados luego por "destierro". Pero la pena incluyó su cese como Vicerrector universitario, como decano de la Facultad de Letras y sobre todo, la suspensión de empleo y sueldo en su plaza de catedrático. O sea, fue desterrado, vejado públicamente y desposeído de sus logros académicos y del sueldo del que vivía con su esposa y ocho hijos. Unamuno fue desterrado a la isla canaria de Fuerteventura y se alojó en el Hotel Fuerteventura, en la actual Puerto del Rosario, entonces Puerto Cabras, que es la capital de la isla y que también conserva un sencillo museo con recuerdos de aquellos meses. Unamuno estuvo en Fuerteventura del 14 de marzo al 9 de julio de 1924 en que a bordo de la goleta "L’Aiglon" se fue a Las Palmas sabiendo ya que Primo de Rivera le había amnistiado el 4 de julio: la historia se repite como una farsa, las más de las veces desgraciada, grasienta y tosca. A Unamuno se le mantienen el resto de sanciones. No se le restituye en su cátedra ni su sueldo. Pudo optar por el retorno y las posibles reducciones de pena que podrían suceder porque la virulencia de sus escritos contra Primo se habría exacerbado en el destierro y al dictador no le convenía tanto ruido en su contra. Pero el escritor vasco se mantuvo en sus trece reafirmando que el problema no era su libertad ni sus opiniones, que no volvería a un país donde siguiese sucediendo lo que tantas veces habría denunciado: la falta de libertad que había impuesto un dictador por la fuerza militar. Y ahí decide autoexiliarse. El 21 de julio zarpa de Las Palma en el vapor holandés Zeelandia hacia Cherburgo y de ahí, a París. El coste de la vida en la capital francesa y la necesidad de estar lo más cerca posible de los suyos hacen que se instale en Hendaya en agosto de 1925, pese a a la oposición de Primo, que insiste a Francia para que le aleje de la frontera. Allí vivió hasta febrero de 1930, en que regresó a Salamanca tras seis años de ausencia. Primo había dimitido un mes antes.

De todo esto da cuenta el propio Unamuno en su excelente libro "De Fuerteventura a París".

No es bueno por falta de sintonía con la razón y con los hechos el realizar comparaciones automáticas entre 1924 y 2023. Casi un siglo de diferencia es demasiado para un estudio de ese tipo. Pero que el valor y la ejemplaridad son barcos a la deriva, parece un hecho reseñable. Por lo demás, prefiero quedarme con las palabras de su nieto Pablo, catedrático de Dermatología en Salamanca, recién jubilado. Porque siempre importa más la esencia que la apariencia, "prefiero recordar a mi abuelo como a esa persona que siempre antepuso la verdad a la paz o la tranquilidad personal". Ahí están otra vez los valores, la cuestión de los valores, tan orteguiana, tan necesaria. Y la fuerza de la palabra. Porque muchas veces, el silencio es la peor mentira. Y por cierto, Unamuno escribió mucho sobre Fuerteventura. Cosas hermosas u otras, no tanto. Fuerteventura es una delicia, un pequeño paraíso. Y es la isla del viento. Pero seamos serios. Unamuno allí no fue especialmente feliz ni su estancia supuso un alivio en su atribulada existencia. A la ficción, a cierto periodismo hay que recordarle que lo primero, es no hacer daño.

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