Parece una tontería

El momento del crimen

El asesinato en la ficción audiovisual

Juan Tallón

Juan Tallón

En el momento que mi hija entró en el salón, yo veía una serie en la que un personaje le rebanaba al cuello a otro. Una cosa feísima. Busqué el mando entre los cojines del sofá precipitadamente y apagué la tele. Era tarde: no pude evitar que viese toda la maniobra. «¿Lo estaba matando?», preguntó no demasiado impresionada, cuando el salón se quedó en silencio. «¿Matando? Hombre, matando… Bueno, no sé. Matar… probablemente, sí», admití al final. «¿Cortándole el cuello, más concretamente?», quiso salir de dudas. Tosí, para aclararme la garganta, y dije lo primero que se me pasó por la cabeza: «Es tardísimo. ¡A la cama!». Ni siquiera habíamos cenado, así que salí corriendo y me puse a quitar cosas de la nevera, como huevos frescos, queso, jamón cocido.

Me dio la impresión de que ella se quedaba pensando en el cuello cortado. De hecho, mientras me embarcaba en la insustancial aventura de hacer unas tortillas, yo me puse a dar vueltas en lo mismo, y en todos los asesinatos que le quedan por ver en una pantalla a lo largo de su vida. Tentado estuve de decirle «Ve acostumbrándote». No hay acción de la que nos sintamos más alejados, y que, sin embargo, esté tan normalizada en la ficción audiovisual. Es hasta cierto punto curioso que tantísimas historias requieran de esa escena en la que alguien acaba con alguien, de la manera que sea, para hacer evolucionar la trama. El espectador aprende, con el tiempo, a no sentir absolutamente nada cuando la ve. Por no destacar que, a menudo, matar no es más que una forma de hablar: «Yo te mato», «Era poco matarte», «Me matas», etcétera.

Después de esto, a los pocos días, en los cinco minutos que dedico cada mañana a leer los diarios de Patricia Highsmith, recalé en una entrada en la que la escritora estadounidense comenta que «un crimen que considero tan despreciable que nunca debería escribir al respecto es el robo. Para mí, es peor que el asesinato», y lo razona sucintamente. Y luego añade que «el asesinato tiene al menos cierto color. Se lleva a cabo por motivos emocionales o lógicos, por indefendibles que puedan ser ante un tribunal. El asesinato es un acto digno del hombre. El robo es cosa de perros y lobos», finaliza.

Es una idea que tiene continuidad en su novela «Extraños en un tren», cuando el personaje de Bruno Anthony afirma «Mi teoría es que todo el mundo es un asesino en potencia. ¿Nunca has deseado matar a alguien?», le pregunta a Guy Haines. Es el tipo de teoría que cualquiera rechazaría de plano. En general, triunfa la idea de que para ser asesino hay que ser muy asesino, cosa que casi nadie es. Has de valer, como vales para ser campeón del mundo de ajedrez, o para ganar cien millones de euros en una semana. Y, como consecuencia de ello, nuestras vidas transcurren, estadísticamente, sin apenas cruzarnos con criminales. En cambio, cuando nos entregarnos a la ficción hay que hacer verdaderos esfuerzos, y ser muy selectivo, para que alguien no emplee un arma con resultado mortal. De que lo vea tu hija de ocho años ya depende de que seas más o menos tonto.

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