Cerrar los ojos, derretir la nieve

El cine de medios técnicos de José Antonio Bayona frente al de Víctor Erice, lleno de belleza y conocimiento

José Martínez Jambrina

José Martínez Jambrina

Los pasados premios Goya de la Academia de Cine española se decantaron de forma llamativa a favor de una película "La sociedad de la nieve", de José Antonio Bayona, mientras que "Cerrar los ojos", el regreso de Víctor Erice a este "mundo novela", fue la gran perdedora.

Tras haber visto con calma ambas películas me parece que aquella noche pucelana asistimos a un duelo entre dos formas muy distintas de hacer cine y de entender la vida.

El cine de Bayona, un gran director, se construye sobre la riqueza de medios técnicos, sobre guiones bien planificados y sobre una espectacular imaginería. Pero creo que falla a la hora de explotar la complejidad de sus protagonistas. Recuerdo lo que se pudo hacer con el papel de la familia Álvarez Belón, los cinco españoles supervivientes del tsunami de 2004 en Tailandia. Naomi Watts salvó con dignidad el papel de protagonista en "Lo imposible" (2012), el otro gran éxito de Bayona. Pero las entrevistas que llegaron después con María Belón, la madre de familia en la vida real, desvelaban a una mujer que tenía mucho más que aportar sobre aquella situación que le tocó vivir. Pero la médico María Belón estaba allí. Y resultó ser una persona con una gran capacidad de introspección y análisis de aquel viaje al infierno del que salió ilesa. Sus entrevistas eran, y son, de gran interés para muchos profesionales de variados ámbitos. Este desperdicio creo que se repite con "La sociedad de la nieve", donde me temo que a Bayona vuelve a fallarle la construcción psicológica de los personajes. El cine de Bayona es un reflejo del cine estadounidense: bien construido, ameno y con su cuota de responsabilidad corporativa bien representada. Pero sus canciones me resultan como aquella canción de Richard Cocciante: son bellas sin alma.

El cine de Víctor Erice es la otra cara de la moneda. No hay un gran despliegue de medios en producción, pero es un cine pensado, macerado, repujado con mimo y calma para llenar al espectador de belleza y conocimiento. Esa es la verdadera ficción, incluso etimológicamente, la que es capaz de transformar a quien que la contempla. Pero solo puede crearla quien trabaje como los alquimistas que extraían pepitas de oro de un montón de plomo.

Erice trabaja con los problemas de la vida cotidiana: la sorpresa curiosa del niño, lo enrevesado de las pasiones humanas y pese a ello, la necesidad de unas relaciones humanas que nos hagan sentir queridos y escuchados. Cuenta un amigo mío que trabaja de alquimista en París que "Cierra los ojos" viene a ser en el cine lo que son las declinaciones en el latín, solo que Erice enseña a declinar emociones y a ensamblarlas con los pensamientos.

Este dualismo Erice-Bayona se reproduce en otros ámbitos de la vida social. La Medicina es uno de ellos. A diario, vemos que cuanto más sofisticados son los medios técnicos de intervención con los pacientes más nos alejamos de la persona indefensa que sufre al sentir que su vida corre peligro. Hemos avanzado lo impensable en tecnología tanto diagnóstica como terapéutica con la ganancia que ello conlleva. Pero en la sociedades occidentales cada vez son menos los estudiantes que quieren ser médicos. Los éxitos terapéuticos nos ponen cada día más difícil ser capaces de dar malas noticias, por ejemplo. Tras la pandemia del covid supimos que había médicos intensivistas que nunca habían asistido a un fallecimiento en su unidad. Algo inusitado hasta hace un par de décadas. Como en la educación básica, nos han educado para ganar, no para aprender y vivir. Con la Medicina pasa lo mismo: no se puede formar médicos exclusivamente preparados para curar porque la mayor parte de las veces tendremos que limitarnos a aliviar y otras, a consolar. Algo que siempre hemos hecho y sabemos hacer mejor que nadie. Pero también hasta aquí ha llegado el cine de Hollywood. Y es que, por volver la eterna estrofa de agua, apegados a la seguridad que dan los hechos hemos perdido por el camino nuestra competencia más específica: el manejo de los valores en la relación médico-paciente.

La irrupción de la Inteligencia Artificial amenaza con agravar el problema. Los estudios neurocientíficos son claros: hay que integrar la IA en la vida y en nuestras profesiones. No hay razones para el pánico. Los mismos estudios identifican dos actividades clave para controlar el impacto de esa fusión. Son las mismas que provocaron nuestra salida de la Prehistoria: la lectura y la escritura. Sobre todo, la lectura. Y especialmente de lo que nos distancia de la IA: las Humanidades. No se trata de parapetarse contra los avances sino de integrarlos para controlarlos. La lectura se configura como la mejor herramienta para preservar nuestra supremacía sobre la tecnología. No hay estudios concluyentes sobre la música o el cine, que también tienen sus propias estructuras narrativas y gramaticales. Por volver al inicio, está este fragmento del guión de "Cerrar los ojos":

–Max: Lo peor es que llevaba muy mal el asunto supremo.

–Miguel: ¿Cuál?

–Max: Envejecer. Saber envejecer. That´s the question.

–Miguel: ¿Tú sabes como se hace eso?

–Max: Claro que sí. Sin temor ni esperanza.

El cine de Bayona se ve. El cine de Erice se ve y se lee.

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