Opinión

El trébol de la suerte

Los problemas que genera la nueva burocracia digital

El trébol de la suerte

El trébol de la suerte / LNE

Con frecuencia, el éxito de un nuevo concepto tiene mucho que ver con su capacidad de representación y visualización. Es el caso de la simbólica "organización trébol" que popularizó a final del siglo pasado el consultor irlandés Charles Handy distinguiendo en las empresas tres pétalos o grupos de protagonistas interesados en su quehacer, a saber:

Una primera hoja la constituyen los directivos y principales empleados lo que abarca el selecto núcleo profesional de la misma. La segunda hojuela añade a las empresas y autónomos contratados para llevar a cabo aquellas actividades especializadas externalizadas. La tercera incluye al personal temporal (que ahora llamaríamos fijos discontinuos) para los "picos de trabajo".

Excepcionalmente, y sólo aquel negocio tocado por la buena fortuna, puede aparecer una cuarta hoja cuando los propios clientes llevan a cabo una parte de la tarea y hacen por sí mismos el trabajo que necesitan. Los muebles automontables (con una minúscula e imprescindible "llave Allen") son el mejor ejemplo.

Ahora sabemos que lo excepcional se ha vuelto una "nueva normalidad", pues cada día más y más servicios se prestan con el usuario aportando ese tesoro que es cargar los datos, soportando toda la tarea burocrática. La digitalización de la sociedad y el uso generalizado de internet facilitó a los clásicos negocios acercar su ventanilla al cliente. Desde las agencias de viajes o las compañías aéreas a los bancos o el modesto vendedor de enciclopedias, la reconversión ha sido general.

Las relaciones con la Administración Pública no iban a ser menos. La automatrícula universitaria supuso un enorme avance hace años, evitando hacer largas colas al inicio de cada curso académico. La AEAT es otro gran exponente, con la obligación de aceptar o presentar on line la declaración de la renta o la expedición de facturas electrónicas. El Tribunal de Cuentas y la Sindicatura reciben las cuentas anuales de los Ayuntamientos en formato digital, soportadas en docenas de ficheros que permite a los auditores fiscalizar adecuadamente, incluso con herramientas de inteligencia artificial.

Ya todo es electrónico, lo que permite procedimientos ágiles y transparentes, aunque ha producido, en expresión acuñada por el magistrado José Ramón Chaves, la sustitución de la burocracia por la "electrocracia". Un problema que no solo afecta al ciudadano que se relaciona con la Administración sino a los propios empleados públicos o a los particulares cuando actúan como agentes públicos suministrando información a la Administración. Son los clientes internos, a quienes el aplanamiento de las organizaciones carga de tareas digitales a pesar de ser los empleados más cualificados.

Los médicos, sobre todo de atención primaria, se quejan de pasar horas al ordenador, dominados por los protocolos administrativos. Los profesores afirman que la burocracia pone a prueba su vocación y disposición docente y aseguran dedicarle como mínimo una cuarta parte de su jornada. Lo mismo nuestros mejores científicos validando o motivando las facturas. Y los policías con sus informes. Todas ellas tareas imprescindibles que deben realizar con cuidado porque un error deviene en la nulidad de lo actuado.

En este caldo de cultivo, todos mis amigos en esos gremios me confiesan estar hartos de estas tareas. "Yo he venido aquí para enseñar, sanar, hacer ciencia o esclarecer delitos …". La mayoría de los responsables políticos son receptivos a esta crítica, pero no es fácil sortear el problema. Conozco un prestigioso catedrático que se ha cambiado de Universidad dentro de la misma comunidad autónoma fichado con la promesa de una persona de apoyo administrativo en exclusiva para llevar la gestión de sus proyectos de investigación.

Las pequeñas empresas, por su parte, están pendientes de una modificación de la Ley de Auditoría de Cuentas y de Sociedades de Capital para reducir las obligaciones de presentación de información (financiera y –sobre todo– no financiera) que se ha visto incrementada por el simple hecho de la inflación (un 25% desde 2013) lo que evita transformarlas en "medianas" haciendo obligatorio el informe del auditor o la directiva de sostenibilidad con la burocracia que conlleva.

Los últimos en llegar al problema son nuestros agricultores y ganaderos, que se quejan de la elevada tarea encomendada en su Cuaderno Digital, un registro telemático de la actividad que puede llevarles una hora diaria. La entrada en vigor se ha ido escalonando hasta 2025 en función del tamaño de la explotación aunque incentivando su uso como beneficiarios de subvenciones agrícolas. El ministerio afirma que todos ganan con tanta información disponible. Desde el cumplimiento de la normativa hasta la eficiencia de la explotación. El suministro de datos acabará permitiendo estadísticas casi en tiempo real y un cuadro de mando que no sea el espejo retrovisor.

El economista Laffer es famoso por otra representación: una curva trazada en una servilleta para fijar el punto en que incrementar los impuestos suponía al Estado recaudar menos. Ahora en tecnología se plantea una curva similar: ¿existe un punto donde el incremento de tecnología, en cuando a dispositivos, controles y sobrecarga de información, lleve a una menor productividad y un mayor desencanto del ser humano?

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