Opinión

Pesimismo bien informado

Ante unas elecciones clave al Parlamento Europeo

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Cada año, durante el mes de enero, la élite mundial acude al Foro de Davos. Esta reunión ha ejercido durante más de medio siglo como una plataforma global donde líderes de empresas, gobiernos, organizaciones internacionales, la sociedad civil y el mundo universitario se juntan para abordar y discutir las principales cuestiones de interés para las finanzas internacionales y los Estados. Uno de sus principales documentos de conclusiones se basa en la Encuesta de Percepción de Riesgos Globales, que recoge las opiniones de 1.500 expertos universales, entre empresarios, políticos o académicos.

En 2024, el optimismo entre los encuestados fue escaso. Más de la mitad (54%) prevé un grado significativo de inestabilidad y un riesgo moderado de catástrofes mundiales en los próximos dos años. Otro 30% ve las cosas aún peor, previendo un inminente periodo "tormentoso" o "turbulento" en los próximos dos años. Ampliando esa visión a la próxima década, el pesimismo entre los encuestados aumenta: dos tercios anticipan el orden mundial hecho unos zorros antes de 2034.

Hasta ahora el principal riesgo parecía señalar a las pandemias o al cambio climático. Desde el año 2021 nos advierte de un posible ciberataque con devastadores efectos similares al covid-19. Así, el medio ambiente parece aparcado ante ese enorme ataque informático. El tono me recuerda al tradicional de las proclamas ecologistas: "a menos que se tomen medidas ahora, en 2025 la tecnología de nueva generación, en la que el mundo confiará cada vez más, tiene el potencial de derrotar las defensas de la comunidad de seguridad global".

En el pódium de los riesgos, ese millar y medio de VIP globales señala también la desinformación o la difusión de noticias falsas como elemento principal de conflicto, así como la polarización de la sociedad. Aquí también interviene la tecnología digital y las redes sociales. El informe anual revela un mundo "plagado por un dúo de crisis peligrosas: el clima y el conflicto". Estas amenazas se enfrentan a un contexto de cambio tecnológico que se acelera rápidamente, así como la incertidumbre económica.

Junto a esas persistentes amenazas, todos tememos abrir un día los ordenadores y encontrar un generalizado Error 404, web no encontrada. Vivimos conectados y nuestros servicios públicos (o privados) también. La revolución que supone internet en el campo de las comunicaciones permite a un usuario comunicarse con otro desde cualquier parte de la red. Un colapso mundial se considera conceptualmente imposible, lo que se comprueba cuando, por sabotaje o accidente, se corta alguno de los cables oceánicos: la información llega por otro lado merced a sistemas redundantes de 508 cables submarinos. Aunque junto al corte físico existe también el bloqueo interno. El panel de expertos de Davos tiene razón; un colapso prolongado sería el caos merced a nuestra dependencia de la tecnología digital. Los transportes, la banca, la sanidad … no quiero ni imaginar el escenario.

Todos percibimos que estamos al borde del abismo desde hace demasiado tiempo y nos hemos acostumbrado al vértigo. Por ejemplo, el Índice Dow Jones de la bolsa norteamericana lleva disparado desde hace más de una década, y hoy en su máximo histórico (duplicado desde la pandemia). Las autoridades europeas están preocupadas ante la potencia de la economía USA (y año electoral allí) y temen que todo nuestro ahorro cruce el atlántico buscando esa notable rentabilidad frente a nuestras clásicas fábricas. De las 50 empresas tecnológicas más valoradas del mundo, sólo cuatro son europeas. Además, los valores tecnológicos de Wall Street han duplicado su cotización en los últimos meses.

Por eso, el 3% del PIB europeo escapa anualmente a financiar esa industria americana. Toda una vía de agua en nuestro buque comunitario, que no puede vivir sólo de la financiación pública. No estamos hablando de ningún despiadado bróker sino de los fondos de pensiones o de inversión de trabajadores o clases medias europeas que acaban en los potentes y beneficiosos fondos tecnológicos norteamericanos, con multitud de iniciativas innovadoras en los modernos campos de la vida digital. ¿Hay contradicción en ese escenario económico y el pesimismo de nuestros grandes expertos? ¿Es la orquesta del Titanic?

Los últimos en sumarse al penoso diagnóstico han sido los expresidentes italianos Mario Draghi y Enrico Letta, en sendos informes encargados (separadamente) por la Unión Europea sobre la competitividad y el mercado único, cuyo argumento vamos conociendo. "Estamos ante la última oportunidad", advirtió Letta en la presentación su informe al Consejo Europeo. "Un cambio radical es necesario", apuntó Draghi hace unos días anticipando un contenido que se presentará tras las elecciones europeas del 9 de junio, las más importantes hasta ahora, créanme. Por eso, arreciarán las mencionadas amenazas de ciberataques y desinformación (digámoslo claro: desde Rusia con amor) para ayudarnos a tomar las decisiones equivocadas, como hoy sabemos ayudaron al Reino Unido a darse el tiro en el pie que supuso el Brexit. Por cierto, la Oficina Nacional de Auditoría británica acaba de publicar que los controles fronterizos ascendieron a 5.500 millones de euros de costes adicionales y cargas administrativas (antes innecesarias) durante estos últimos tres años que se importaron el 80% de los alimentos que consumieron. Pues la próxima legislatura será clave, como convinieron hace unos días en el Club Prensa Asturiana de LA NUEVA ESPAÑA los eurodiputados asturianos Susana Solís (PP) y Jonás Fernández (PSOE).

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