Opinión

De la anatomía a la función

Cómo llegamos a saber el funcionamiento del corazón y lo que costará conocer el de la mente por más que se describa el cerebro

La anatomía humana se conoce desde hace mucho tiempo. En las facultades de medicina en el siglo XX se tenía como libro de referencia el Testut, un tratado maravilloso escrito por el profesor francés Jean Léo Testut en 1889. Quizá fuera por la amplitud y seguridad de ese conocimiento por lo que la asignatura de anatomía fue, y aún lo es en algunas facultades, el centro de la carrera. Los profesores de anatomía tenían gran influencia en el claustro y los planes de estudio.

Aristóteles fue un gran anatomo. Disectó miles de animales para conocer cómo funcionaban los seres vivos. Su mirada, como la nuestra, estaba alterada por sus teorías y saberes. Como la de Galeno, cinco siglos más tarde, quién había deducido que el hígado era el órgano central de la sangre, ese fluido que trasportaba los espíritus vitales.

Hasta que se supo obtener energía por combustión (la máquina de vapor) no había explicación para el origen de la energía vital. Por analogía, si el oxígeno sirve de comburente para quemar el carbón, en el interior de las células se usaría para quemar los compuestos carbonados, los nutrientes, y producir a energía, agua y CO2.

Galeno pensaba que esa sangre que fluía del hígado y llegaba al corazón pasaba del ventrículo derecho al izquierdo por sutiles poros invisibles al ojo humano. Allí, el aire de los pulmones le daba el aliento a la sangre.

Vesalio, el gran anatomo cuya visión desnuda revolucionó la comprensión del cuerpo humano, en su primera descripción «De humanis corporis fabrica» aceptaba la presencia de eso poros que, con valentía, negó en la segunda «Hasta ahora no me atrevía a apartarme de Galeno ni siquiera el ancho de un cabello», escribe. Su fundamentada descripción da lugar a que, años más tarde, Miguel Servet teorizara acerca de la circulación pulmonar y pronto William Harvey estableciera la circulación completa.

El corazón pasa a ser el órgano central del cuerpo, una palabra de uso común para nombrar el centro de muchas cosas. Es un músculo potente que se contrae en la sístole para vaciar el ventrículo y enviar la sangre. Antes había llegado a las aurículas en la diástole, cuando esas cavidades que se habían estrujado, se dilatan.

La del ventrículo izquierdo es muy importante porque tiene que aspirar la sangre de las venas que apenas llega por gravedad. Es la sangre que había expulsado en la sístole, que viajó a las células para dejar oxígeno con el que se quema la glucosa y la grasa, también en menor cantidad, las proteínas y si se ingiere; y el alcohol. Una buena dilatación, un buen relajamiento ventricular, es tan necesario como una buena contracción.

Yo imaginaba los ventrículos como las peras que se emplean para lavado, pero cuando vi, por primera vez, un corazón funcionando en la pantalla del ecógrafo, -aquellas pantallas primitivas- aparecía una sombra para mí incomprensible que se bamboleaba como lo hacen los árboles con el viento, con esos movimientos un poco caóticos y repetitivos. El tamaño no parecía cambiar tanto como esperaba porque la contracción del corazón no es como la de una pera o una manga de pastelería. Más bien se retuerce, como si se estrujara, de ahí ese bamboleo.

Eso que es casi evidente a partir de la anatomía, no se reconoció hasta bien avanzado el siglo pasado. Fue un cardiólogo español quien postuló esa teoría que explica lo que vemos o lo que ahora vemos y creemos que es la realidad.

Casi todas las culturas tienen una explicación satisfactoria del mundo que les parece razonable, una forma de comprenderlo y sentirse hasta cierto punto seguros. En la nuestra, la heredada de los griegos, la razón debe ser lógica. Así lo creía Galeno y su razonamiento lógico y era tan poderoso que cuestionarlo suponía casi una herejía. Quizá influido por una nueva forma de ver el mundo basado en la mecánica, Vesalio se atrevió a cuestionar a Galeno y a la vez «el arte del Creador que hacía pasar la sangre por poros invisibles». Vesalio ya manejaba lentes de aumento.

Galeno hablaba de los espíritus vitales, lo que animaba a los seres vivos. Así explicaba la diferencia con los seres inanimados. Muchos años más tarde Sigmund Freud jugó con el concepto de energía psíquica y, como Galeno, siguiendo la teoría hipocrática de los cuatro humores, creía que los males derivaban de la acumulación morbosa de esa energía. Había que expulsarla.

Galeno proponía sangrías y purgas y corroboraba su hipótesis cuando el paciente febril resuelve la enfermedad con una profusa sudoración. Con ella fluía la materia pecante. En la terapia, a través del verbo, el enfermo expulsa esa energía que se acumula en el subconsciente, la que en su pugna por salir se manifiesta en su extensa y traicionera semiología.

Entendemos la circulación de la sangre se asienta en el corazón y sus vasos y sigue las leyes de la física, sin embargo, la mente, que surge del cerebro, es posiblemente inaprensible, incluso si alguna vez se llegue a describir minuciosamente el cerebro.

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