Opinión

¿Se puede sentir vergüenza?

Una traición por siete escaños

Carles Puigdemont interviene ante Pedro Sánchez en el Parlamento Europeo, el pasado 13 de diciembre.

Carles Puigdemont interviene ante Pedro Sánchez en el Parlamento Europeo, el pasado 13 de diciembre. / EFE / RONALD WITTEK

Claro que se puede sentir vergüenza, y se debe sentir vergüenza ante un agravio casi infinito, a los españoles que no son de la secta que apacienta Sánchez sin pudor, moral ni ética ni principios para la convivencia que desprecia, que tal vez no conoce y, además, no le interesa conocer, porque serían un freno para su conciencia, otra gran desconocida para él y para los otros españoles que ríen y aplauden sus mentiras, desprecios, trilerías y otros calificativos que no mereció ninguno de los políticos precedentes desde la Transición. Tal vez todos se equivocaron mucho, pero ninguno como él puso en venta el honor de España, ni maltrató la Constitución, ni retorció las leyes sin que su rostro marmolecido alterara la tersura de su piel, porque el mármol no se derrite, ni se ablanda ni es maleable. Pedro Sánchez es el único hombre en nuestra historia reciente, como se ve, capaz de infligir tal agravió a los españoles, no a todos. Porque a muchos, como a él, les importa un pito lo que no sean sus canongías y las nóminas del Estado, para evitar el paro que será el destino de la mayoría el día, que llegará, en que tengan que abandonar, porque los votos no alcanzarán a la mayoría de quienes toman plaza ahora en ellas.

Y a él, ese tipo de baja calaña moral, le importan, por supuesto, las prebendas del sillón. Pero, tanto o más que eso, lo que satisface su soberbia es subirse al Falcon, su taxi particular, vaya a donde ordene, en viaje oficial o de juerga; pasar revista a las tropas en sus viajes oficiales, estrechar la mano de otros jefes, algunos su propia imagen, exhibirse en televisión, recibir pleitesía de tantos humillados silentes, de amplias tragaderas; y gobernar, es un decir, y ejercer el poder, en beneficio de los declarados enemigos de España, que ya vocean que, una vez amparados por la amnistía, volverán a proclamar su independencia. Es demasiado escarnio para un pueblo tan apaleado en el pasado, por ellos y por otros, que, curiosamente coinciden con los aliados de Largo Caballero en 1934. Aunque, con la gran diferencia de que entonces el líder socialista pretendió, con su huelga general revolucionaria, tomar el poder por las armas y ahora, Sánchez, lo intenta, en fase avanzada, mediante el retorcimiento de la Constitución y de otras leyes básicas, que aunque ya son otras armas no menos dañinas, para el asalto al Estado de Derecho.

Este es el felón, con carnet, que desprecia de ese modo a la mayoría de un país, que no lo llevó al poder por el voto, sino que llegó por un montón de intereses que no tienen cabida en un pueblo, que desde hace más de cuatro décadas, pactó que nunca más enfrentarse ni maldecirse ni matarse. Aunque, no salta la sangre, como se ve, salta la propia esencia de la convivencia, la libertad, la dignidad, la moral y los principios.

Sé que cuanto estoy escribiendo es duro, pero debo de hacerlo, porque más duro es todo cuanto nos ha hecho, sigue haciendo y aún hará en estricto secreto, su sistema de gobierno, Quiere, y lo demuestra a diario, convertirnos un pueblo sometido, por él y cuantos lo jalean, aunque no consigan en el trance más que seguir manteniendo el veneno de los dos Españas, donde, para ellos, no cabe la convergencia en la disparidad de pensamientos, sino la exclusión de quienes abominan de las dictaduras, por las armas o por las leyes, y que solamente aspiran a vivir en paz, de acuerdo con sus ideas, y vivir de su esfuerzo y contribuir con él al crecimiento del país. Sorprendentemente, hablan de democracia. ¿Cuál? ¿La de todos en silencio?

El vocero de La Moncloa, Jaimito y defensor de las mentiras, trapacerías, trilerias y palanganero de su jefe, Félix Bolaños, dijo a voz en grito, cámaras incluidas, que la Ley de Amnistía tendrá eco en todo el mundo, y que serviría de ejemplo para muchos países que aún conservan la decencia de no permitir que los conspiradores, separatistas, malversadores, terroristas y aledaños, reciban el trato exquisito del perdón universal de todas sus tropelías.

Todo ello, el destrozo y venta de un país, España, que es mucho, por siete escaños. ¡Siete escaños!

Recuerdo que en los tiempos de la Dictadura, mi querido e inolvidable compañero de tantas batallas, José Vélez, me decía que algunos de los gobernadores y altos mandos del Régimen, tendrían que diseñar un callejero para ellos cuando cambiaran las cosas, para no encontrarse con alguien que los reconociera. Pues eso: se puede sentir vergüenza y se puede manifestar indignación, porque los pensamientos aún no están incluidos en las leyes que estos manejan para su interés. En estas situaciones tan graves, el silencio es una forma de complicidad.

Ocurrencia final. Despenalizados los graves delitos de los delincuentes catalanes, con el prófugo Puigdemont a la cabeza y asistidos todos ellos ¡por el presidente del Gobierno español! Solamente le queda a Sánchez, a la vez que libra de la cárcel a tanto conspirador, encarcelar a los que hicieron la Transición: Felipe González, Alfonso Guerra, Joaquín Leguina, Fernando Suárez, Martín Villa y los etc., etc. que aún siguen vivos.

P. S. Y todavía queda abierto el "caso Koldo", cuyo camino no ha hecho más que empezar. A ver en qué termina y a quien quienes alcanza. Porque va a llegar lejos y a llevarse por delante a muchos de los ideólogos y fieles jaleadores de la amnistía.

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