Opinión

Nieve sobre Hollywood

"La sociedad" de Bayona es mucho más que un premio: es memoria compartida

La noche de los "Oscar" se tiñe de glamour y de una encorsetada superficialidad que solo la meca del cine dispone a su gusto. Quien no pisa la alfombra roja está destinado a ser un segundón, a pesar de que pueda decir que fue eclipsado por Lady Gaga. Las "estrellas" se visten como cenicientas para subir en limusinas que no se convertirán en calabazas al finalizar la noche porque probablemente tengan como destino las grandes fiestas organizadas por revistas o productoras en mansiones de infarto sobre hermosas y desérticas colinas. A fin de cuentas, el cine tiene estas cosas, dirán algunos. Las películas nos hacen soñar, corregirán otros. Pero las cintas también, y sobre todas las cosas, deben emocionarnos. Al menos en mi caso, el envoltorio jamás sirve. Solo la emoción y la reflexión, el aprendizaje, el esencial y más puro sentido de la vida.

Quizá "La sociedad de la nieve" no haya resultado ser la mejor película extranjera, pero, sin lugar a dudas, es memoria compartida, pues supone conectar con los códigos más profundos de nuestra existencia. Todos conocemos la historia del equipo de rugby que trató de sobrevivir, tras un terrible accidente de avión, en plenos Andes chilenos en 1972. Pero no todos somos conscientes de que la empatía, la solidaridad, la confianza y el amor salvan vidas, nos salvan a todos como seres humanos.

Por eso esta película es especial, incluso, esencial en la historia del cine y de cualquier tipo de expresión artística que tenga como objetivo el hacer que la vida de las personas sea mejor y más próspera. Porque J. Bayona y su excepcional equipo técnico, basándose en los testimonios y experiencias vividas durante 72 días por los 16 supervivientes (apoyados en la excelsa novela del uruguayo Pablo Vierci, publicada en 2009), nos acercan a lo primitivo sin ambages. Aquellas personas crearon, a 30 grados bajo cero y a 6.000 metros de altura, durante un tiempo que permanecerá en su memoria para siempre, una auténtica comunidad, una societas latina que proviene de la palabra socius, que es tanto como decir que todos ellos eran socios, compañeros, aliados.

Muchos de ellos vivieron experiencias similares, sintieron, en medio del miedo, del dolor y de la soledad, la más excelsa y mistérica comunicación con la naturaleza y escucharon el silencio abrumador de la montaña que tampoco comprendía cómo y de qué modo aquellos limitados e inconscientes seres humanos habían osado habitar sus dominios.

Despojados de todo el envoltorio que cubre con su engañosa y superflua apariencia a la mayoría, Roberto Canessa y Nando Parrado recorrieron, alentados por sus 14 compañeros, a través de las heladas cordilleras andinas, 61 km en busca de ayuda. Morirían luchando.

Mucho se habló y escribió sobre los episodios de canibalismo vividos en la montaña y cómo los supervivientes tuvieron que alimentarse de la carne de sus compañeros muertos para poder sobrevivir. Hasta el mismo papa Paulo VI tuvo que concederles su perdón e indulgencia, aunque se trataba de una mera cuestión de supervivencia. El mismo Eduardo Strauch, uno de los que regresaron para contarlo, ya dijo que esta fue la decisión más dura y, a la vez, más fácil que tuvo que tomar en su vida. O trataba de sobrevivir alimentándose de otros o moriría. Las cuestiones religiosas y morales siempre permanecieron muy vívidas para todos. ¿Qué hubieran hecho ustedes? Hubo muchos que no comieron y perecieron, pero siempre comprendieron con respeto que la vida, como la muerte, no solo están en nuestras manos.

Nunca ninguno de ellos, y atendiendo siempre a sus testimonios, fue mejor ser humano que en aquellas montañas heladas. Nunca la unión, el cariño, la bondad de corazón y el verdadero amor se mostraron tan limpios y despojados de toda pretensión banal y lastimera. Cuando uno lee y escucha hablar a estos hombres siente que su mundo se convierte en polvo. Que la inteligencia y el coraje, a pesar de ser útiles y valiosos, son instrumentos que deben acompañar a la razón de ser de la vida: el amor. Pero no un amor romántico, pasional, sino el que empuja a los seres humanos a confiar, a ser mejores y a poner sus vidas, sus sueños y sus anhelos en manos de otros.

Buena parte de los supervivientes eran creyentes, rezaban cada día y soñaban con regresar, mirando a la luna y a las estrellas que con fuerza iluminaban muchas noches el cielo andino. Todos ellos eran hombres corrientes, aunque en cierto modo excepcionales. Me refiero a que su educación y formación, los valores que regían sus vidas, y que, desgraciadamente, distan mucho de lo que hoy en día se admira y se premia, les convirtieron en auténticos humanistas, defensores de la concepción del ser humano como un todo íntegro en unión con el cosmos, con la naturaleza y con la divinidad, sea cual fuera para cada uno de ellos.

Solo eran un grupo de adolescentes, pero la huella de este episodio permaneció viva en ellos para el resto de sus días, muchos incluso recordando con nostalgia los momentos vividos en la montaña. Allí permanece por siempre la memoria de los que murieron, pues es su propia memoria.

"Empieza haciendo lo que es necesario, luego lo que es posible y, finalmente, te encontrarás haciendo lo imposible". Ellos lo lograron, por eso nosotros también podemos hacerlo. Despojarnos de lo superfluo para convertirnos en auténticos seres humanos.

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