Opinión

Antón Lamapereira lópez

Ibáñez, Marqués de Sargadelos, un soñador liquidado

Se cumplen 215 años de la muerte de un asturiano que marcó la historia comercial e industrial de Galicia

Acaban de cumplirse –el pasado mes de febrero– 215 años de la muerte de Antonio Reimundo Ibáñez, más conocido como el Marqués de Sargadelos. Título de nobleza concedido por el rey Carlos IV del que nunca disfrutó... Ironía, macabra, de la historia.

No llegó a tomar posesión del Título porque el día 2 de febrero de 1809 cuando entraron en Ribadeo las tropas asturianas que venían a liberar la villa de la ocupación francesa, fue asesinado con la acusación de traidor, antipatriota y afrancesado. Mentira letal, inducida sin duda, por sus enemigos aprovechando las circunstancias de la guerra.

Ibáñez, nacido en Ferreirela, aldea del ayuntamiento de Santalla de Oscos, a los 18 años se trasladó a Ribadeo buscando un futuro. Después de trabajar de mayordomo durante seis años en la Casa Guimerán, realiza en Cádiz una exitosa pero arriesgada operación comercial que al no ser aceptada por su patrón, le obliga a trabajar por cuenta propia.

El mar será para él, vehículo fundamental para sus negocios: importación, primero, de aguardientes y vinos y más tarde, en sociedad con José de Andrés García, también empresario foráneo establecido en Santiago, introducirá en Galicia lino de Rusia y Holanda, hierro y acero de Suecia, textiles de Inglaterra, granos de Francia, bacalao de Terranova o potes de hierro de Burdeos, sin olvidar sus actividades corsarias, empresas que convierten la villa y el puerto de Ribadeo en un centro neurálgico de importación y distribución de mercancías.

No es exagerado afirmar que algún año el puerto de Ribadeo superó al de Vigo en la entrada de naves con bandera extranjera.

Y obviamente este tráfico comercial se expandía por toda la comarca y zonas limítrofes generando puestos de trabajo y nuevas actividades económicas. Ibáñez, destacado hombre de negocios, defensor del libre comercio e inmensamente rico, estaba convencido y lo manifestaba en sus escritos, de que la riqueza de uno concurría a la felicidad general. Filosofía económica inspirada en el inglés Adam Smith.

Con 39 años cumplidos decide invertir gran parte de su capital en una fábrica de hierro en Sargadelos con el apoyo inicial de José de Andrés García. Solicita licencia real para su instalación pero ya desde el primer momento se encuentra con la oposición radical de los hacendados de la comarca y la mayoría de los curas que argumentaban perjuicios al monte y a los campesinos.

¿No estarían ocultando que con esta fábrica y obreros asalariados se rompía una relación de clase tradicional con resabios feudales?

Después de innumerables pleitos llega la autorización real de lo que sería el primer alto horno de hierro dúctil de la siderurgia española. Pero la oposición no cesa instigando una serie de atentados contra la fábrica que culminan con el motín del 30 de abril de 1798 en el que cerca de 4.000 personas incendian la fábrica: la casa principal del establecimiento, la de los operarios, el horno y la herrería, con todas las oficinas y archivos, el almácen de víveres, repuesto de maderas, herramientas, moldes... Todo fue saqueado a los gritos de "Muera Ibáñez", que consigue huir.

La participación de tantas personas en el motín manifiesta evidentemente el descontento por diferentes motivos: retraso en el pago de salarios, multas por no acarrear leña, limitaciones en la utilización del monte, podrían tener los labradores con Ibáñez. Pero también es cierto que cualquier desacuerdo que hubiese en las relaciones laborales siempre era aprovechada por la oposición conjurada ya desde los comienzos contra la instalación de la fábrica.

"El campesinado es tan ignorante que no entendió el mensaje. El mensaje era matar la araña, no destruir su tela. Porque la araña viva vuelve a tejer otra". Este fue el comentario del escribano Pascual dos Santos, uno de los alentadores del motín.

El asalto y el incendio de la fábrica de Sargadelos es la muerte anunciada de lo que acontecerá once años después en Ribadeo.

La realización de la siderurgia, de la fábrica de loza y el sueño de una tercera industria de cristalería que sería la primera industria gallega de vidrio y otra de tejidos, fue destruido.

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