Opinión

La "revuelta" del campo

El futuro del sector agroalimentario europeo

Unas de las últimas protestas del campo.

Unas de las últimas protestas del campo. / Luisma Murias

Qué decir que no se haya dicho ya de costes de producción, precios de materias primas, burocracia, guerras internacionales, lobo… Ya resulta hasta pesado por reiterativo y evidente. Muchos países europeos defienden, cada vez más, la reducción de la protección y de la financiación a la agricultura europea. Actitud bajo la que subyace un evidente desprecio hacia la cultura rural, desde posiciones supuestamente verdes y de protección medioambiental, que abanderan mayoritariamente aquellos que han nacido y crecido en el frío hormigón de las grandes urbes, no habiendo respirado más que aire negro de la negra industria, que ahora quieren travestir de verde, en un cínico empeño por achacar al de enfrente sus propios errores, cuando no es el caso, ni procede. Son los campesinos quienes han demostrado la sostenibilidad de su actividad a lo largo de milenios, y si se han alejado de dicha sostenibilidad ha sido en la misma medida en la que han adquirido e integrado de forma ineficaz sistemas y metodologías propias de zonas industriales y urbanas.

Difícil solución tiene el problema si no se analiza el fondo del asunto y si se centra el debate en cuestiones accesorias. La escuela de Chayanov ya diagnosticó hace un siglo que la economía agraria, basada en explotaciones de carácter familiar, que siguen siendo mayoritarias en la mayor parte de España, tienen su propio análisis económico, distinto al de otros sectores productivos.

Sistemas de producción industrial propios de fabricación en masa de coches, de acero, o de microchip, por ejemplo, tienen poco que ver con producir alimentos, que en origen nos proporciona la naturaleza, tras gestionar unos espacios que tienen sus propios ritmos y procesos, a los que nos debemos adaptar y que debemos respetar, para que podamos seguir aprovechándolos de forma sostenible y continuada en el tiempo. Por el contrario, la industria suele ser intensiva, agotadora de recursos y tiene una vida útil generalmente breve. La transformación, la generación de valor añadido y la posterior distribución de los alimentos ya ha pasado a ser un proceso industrial similar al de otro producto propio de la industrialización y es un proceso intensivo en recursos y con unos costes muy altos.

Hace poco escuché decir al dueño de Mercadona una evidencia para justificar la importación de productos agrícolas, y es que para tomar zumo de naranja natural todo el año hay que importar naranjas, como es lógico, ya que no las podemos producir los doce meses seguidos, y así otros muchos ejemplos, por lo que debemos plantearnos si este sistema es el que queremos y compararlo con otros alternativos, tras analizar pros y contras.

La mayor parte de los problemas del campo son desequilibrios generados por dinámicas ajenas a la producción y al producto, y vienen impuestas por necesidades ajenas a los protagonistas, es decir a los productores. Y los pequeños productores, explotaciones familiares en su mayor parte, sufren restricciones y normativa propias de grandes empresas. Además, se ven obligados a desarrollar modelos de negocio que requieren, para ser "viables" y poder acceder a la correspondiente financiación (ayudas públicas incluidas), cumplir con unas características y dimensión, exigidas por parte de los mercados financieros, que se suelen alejar de sus necesidades reales, siendo también propias de otro tipo de empresas. Dicha rentabilidad se mide con criterios que no se adecúan a los objetivos que persigue la pequeña explotación familiar, distintos a los de un inversor capitalista, que dispone de un mercado laboral y de bienes de capital distintos a los disponibles para un campesino, tal como consideraba Chayanov.

Y los principales problemas que se plantean por parte de los agricultores y ganaderos podríamos separarlos en tres bloques. Por un lado, los que están íntimamente ligados a los mercados financieros, a los de bienes de capital y a los de fuerza laboral, que no se ajustan a su naturaleza y que suponen trabas de entrada al sector, además de ataduras de por vida que desaniman a quienes podrían optar por un proyecto vital ligado a una explotación agrícola y/o ganadera. Estos problemas para el sector primario redundan en beneficios para otros sectores, especialmente el financiero y algunos industriales, como los de fabricación de maquinaria, vehículos, construcción…

Un segundo bloque, estrechamente relacionado con el primero, sería el de los problemas que derivan de una incorrecta gestión del medio por la aplicación de procesos excesivamente industrializados, propios de otros sectores, que se caracterizan por su intensidad y que desplazan técnicas tradicionales sostenibles, desembocando, generalmente, en prácticas menos ambientales, que usan los "ecologistas de ciudad" como argumento para atacar al campo y, de paso, poner por delante del humano campesino a la alimaña despiadada, que parasita y destroza el trabajo del primero. También estos problemas del sector primario redundan en beneficio de sectores industriales.

El tercero y último, es el bloque que incluye la sinrazón burocrática que nuestros gestores públicos, es decir, la clase política (con la ayuda de muchos funcionarios, demasiado a menudo híbridos de ambas ocupaciones) nos impone, en una ola creciente de sin sentido y sin razón, lo que desemboca en una desafección general de los campesinos hacia quienes deberían ayudarles y deberían gestionar bien los fondos que la sociedad les otorga para compensar sus problemas y en reconocimiento a su importante labor.

Creo que para abordar la solución a las demandas legítimas del campo sería interesante actuar en esos tres niveles, ya que la hiperregulación e hiperprotección del sector que muchos piden como solución no cuenta con el apoyo de una parte importante de la sociedad europea, que no parece muy dispuesta a dejar de tomar zumo de naranja tres meses al año. Además, probablemente suponga una solución parcial que no resuelva la situación satisfactoriamente, porque la despoblación rural y la pérdida cultural han alcanzado unos niveles de difícil retorno, que suponen una pérdida de valores laborales y sociales sin los que va a ser muy difícil plantear una verdadera revolución agraria.

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