Opinión | Crítica / Danza

Bailando la Séptima Sinfonía

La vertiginosa coreografía de Scholz cierra triunfalmente una noche de danza en el Campoamor

En la segunda noche el Ballet Nacional de Cuba, dirigido por Viengsay Valdés, presentó un programa mixto.

Empezaron con "Didenoi", interpretado por un trío de bailarines con una coreografía de Maruxa Salas que marca impulsos incisivos y tajantes. Continuó con "Double bounce", un "pas de deux" del canadiense Peter Quanz, que presenta un ballet moderno en puntas en el que el tutú plano y flexible de la bailarina juega un papel importante. Se ejecutan "fouettés", "manèges" y complejos pasos, con diferentes acentos, pero siempre de forma desenfadada, proporcionándole a la pieza una atmósfera bromista y juguetona. Viengsay Valdés y Dani Hernández se lo pasaron en grande realizando las intrincadas travesuras.

Seguidamente, vimos "Rítmicas", un dúo (Gabriela Duyet y Yunior Palma) coreografiado por Iván Tenorio en la que utiliza las Rítmicas V y VI del músico cubano Amadeo Roldán, con fuertes sonidos de instrumentos de percusión, en el que el punto y coma de sus movimientos articulan un diálogo entre la danza criolla y el ballet.

"La muerte de un cisne" se basa en el mismo tema que Fokine creó para Anna Pavlova en 1905, con la música de Saint-Saëns. Pero la elaboración de Michel Descombey hecha en 1984, aunque usa la misma partitura, le otorga una visión contemporánea para ser interpretada por un hombre. El pinareño Yankiel Vázquez dibujó con su cuerpo y los movimientos de sus brazos y piernas los estertores de un cisne moribundo. Lo primera parte terminó con "Majísimo", un trabajo de Jorge García. Es una coreografía efervescente, alegre y fluida, para cuatro parejas que bailan juntos, pero que también por separado tienen vivos episodios para el grupo masculino y otros para el femenino. El dúo principal estuvo formado por Grettel Morejón y Ányelo Montero. El baile se basa en el lenguaje académico pero totalmente bañado por un fuerte sabor español, respaldado con la música de la ópera "El Cid" de Massenet.

La noche terminó triunfalmente con una de las recientes incorporaciones al repertorio del BNC, "Séptima Sinfonía", una emocionante y vertiginosa coreografía de altos vuelos que el alemán Uwe Scholz hizo en 1991, usando la colosal música de Beethoven, denominada por Richard Wagner como "la apoteosis de la danza". El coreógrafo se sirve del estilo clásico, para transformarlo en un neoclásico muy depurado. Su concepto estético es la belleza y sobre todo, el puro goce de la danza desde la musicalidad. Prácticamente, cada paso de los más de 30 bailarines visualiza la partitura en una relación simbiótica con la composición de Beethoven.

Con la importante ayuda que proporciona la música, el baile fluye como un exuberante rio en un trasiego constante de grupos, con dúos y tríos, que se mueven a gran velocidad, con espectaculares "portés", extensiones, giros, "grand jetés". La coordinación de los numerosos bailarines que componen esta obra, exige un acoplamiento impecable que la formación cubana llevó a cabo con intensidad y homogeneidad ejemplares. Fue una formidable forma de terminar la función con un fuerte sabor balanchiniano.

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