Opinión | El Club de los Viernes

Costes de oportunidad

En contra del buenismo ideológico estatalista

Se sabe que de buenas intenciones está empedrado el camino al infierno. Los infiernos del siglo XX y los que ya van del presente lo corroboran. El ideal de emancipación y de fraternidad universal se transformó, un día después de la Revolución de octubre de 1917 en Rusia, en una doctrina de poder absoluto del Estado que practicó la discriminación sistemática de grupos sociales y de naciones enteras. Recurrió a las deportaciones en masa y muy frecuentemente a las masacres. El ideal de mejoramiento de la humanidad siempre fue la coartada espuria de las tiranías más letales seguidas ciegamente por masas bienintencionadas y grupos ansiosos de sacar beneficio de la inmoralidad de esas tiranías totalitarias.

Los mejoradores elevan sus caprichos a categoría absoluta y olvidan maliciosamente el coste de los medios que aplican así como los beneficios que destruyen con su imprudencia. No son visibles estos beneficios pues no han sido llevados a cabo, han sido cercenados sin considerarlos antes de ponerse tan estupendos imaginando paraísos en la tierra. Desprecian el imprescindible cálculo de los costes de oportunidad.

Pero no es posible acertar de pleno tanto como el presidente de Argentina lo ha hecho en su impactante discurso en Davos: "Occidente está en peligro. Está en peligro porque aquellos que supuestamente deben defender los valores de Occidente se encuentran cooptados por una visión del mundo que inexorablemente conduce al socialismo y, en consecuencia, a la pobreza".

¿Qué valores son esos a los que Javier Milei se refirió? Al contrario de lo que sucede en otras culturas, Occidente es un compendio de individualismo y cooperación, autonomía personal y trabajo en equipo; libertad y responsabilidad. Esa visión antioccidental del mundo desprecia el mínimo análisis económico que no es más que análisis de la acción humana tal y como se produce y no tal y como fantasean que se debería producir.

Pero está Occidente en peligro porque surgidos desde lo más reptiliano de nuestra condición surgen la envidia social, el afán por cazar rentas no ganadas y hacerlo utilizando el poder del Gobierno. Impulsos básicos disfrazados de filosofías oscuras, que confunden más que aclaran y destruyen más que forman: marxismos, socialismos, ideologías clasistas, ideas de confrontación (feminismo de última hornada; eco-integrismo militante, imprudente y, por esto mismo, acientífico) así como balbuceos de una falsa diversidad impuesta, paradójicamente, con censuras y limitaciones a esa misma diversidad.

En Occidente y, específicamente en España, se deslizan los políticos por esa pendiente desintegradora donde cuestionar los excesos del sistema tributario es "insolidario" o denunciar que la torpeza gubernamental con las empresas sea eximirlas de su "fin social".

No cabe en su visión estrecha y, a la vez interesada en su propio estatus, que lo solidario es ser productivo y no ser expoliador, y que lo social es que esa productividad de trabajadores y empresarios esté destinada a obtener un beneficio que es auténtica "prueba del algodón" de que se cumple el verdadero fin social: servir a la población en sus gustos tanto en productos como en precios y calidades de estos.

Los daños económicos que causa el Gobierno son achacados a la codicia empresarial y los errores se disculpan por la buena intención que los anima.

Entre acusaciones exculpatorias y exculpaciones moralistas, el margen de la prosperidad se reduce. El estado del bienestar se convierte cada vez más en bienestar de quienes están en la cúspide del Estado.

Los hechos suelen mandar todo este complejo de buenismo ideológico, moralista y sentimental al basurero de las ideas. Presumidos políticos alardean de gasto público sin restar de esos gastos lo que podría haber supuesto ese capital en las manos de los ciudadanos, es decir el coste de oportunidad que generalmente es mayor que el supuesto beneficio del gasto gubernamental.

Toda empresa seria, toda familia consciente, no ha de contabilizar solamente el desembolso hecho sino el que se ha abandonado. No hay una inversión buena o mala si no se ha calculado las que se han desechado y restado de las primeras. El Estado no hace tal cosa. Hoy día, el Gobierno presenta buenas intenciones y cosecha perjuicios públicos y beneficios para la casta política.

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