Opinión | Sol y sombra

¿Quién siembra el odio?

Nos preguntamos por qué se odian. Por qué ven al enemigo donde solo hay un adversario. Puede que la enemistad sea un signo perdurable de los tiempos en la política nacional. Pero no intentar nada para evitarlo, después de tantos años y una guerra civil que sigue trayendo el odio a colación, no hace más que minar la credibilidad democrática del liderazgo social y de la democracia en sí misma.

Nos quejamos de las banderías partidistas sin detenernos a pensar que el odio que destilan puede estar inoculado por la predisposición del electorado a aceptar ese juego de rencores con el único objeto de enterrar al contrario. Puede que nosotros mismos proyectemos el cainismo sobre los políticos, o puede ser que estos hayan interpretado mal o según les conviene los intereses verdaderos de quienes les votan. En cualquier caso, la política se despliega cada vez más ante nuestros ojos como un instrumento que en vez de aportar soluciones a los problemas del país lo único que sugiere es una aversión descerebrada, la banalidad más absoluta y una inmadurez inquietante. No solo ya por la forma en que se conducen los dirigentes de este país, sino también porque reducir al adversario a cenizas para imponerse parece ser su única estrategia.

El populismo es un arma al servicio de la ignorancia que acude raudo a ella para obtener munición. Hasta el punto que los partidos que un día se proclamaron de Estado recurren a él mientras dicen combatirlo. En esta zozobra ya resulta difícil separar la paja del trigo, los populistas de izquierda y derecha de quienes claman contra la demagogia y el relato clientelar fácil mientras lo practican. El penúltimo ejemplo puesto en marcha ha sido el del bulo, utilizado como arma arrojadiza por un Gobierno al que es difícil sacarle de la mentira.

Corresponde preguntarse quién siembra odio en vez de entendimiento pero también cabe la certeza de que con la pregunta no obtendremos jamás una única respuesta.

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