Las tropas francesas entraron en Ribadesella en enero de 1810 y se quedaron año y medio.

Hace justo doscientos años buena parte de Asturias -excepto la zona occidental- estaba bajo la dominación francesa. Ya habían entrado y ocupado fugazmente la provincia en 1808 y 1809, aunque en enero de 1810 parecía que habían venido para quedarse. Los regimientos del general Bonet, que tenían su base en Santander, entraron por Ribadedeva y se quedaron aquí hasta junio de 1811, generando un gran sufrimiento, especialmente a los campesinos, que apenas tenían para sí mismos y, encima, debían mantener a la tropa invasora y a la guerrilla asturiana, que acosaba a los imperiales y se retiraba a las montañas. La invasión también produjo un serio quebranto a los propios soldados franceses, que siguiendo las órdenes de Napoleón tenían la orden de sostenerse con los recursos de las tierras conquistadas y se encontraron en Asturias con una penuria impensable, un clima hostil y unas condiciones geográficas que les impedían mantener bajo control el territorio ocupado.

No soy especialmente dado a celebrar episodios bélicos, aunque la importancia histórica de la invasión francesa merece que le prestemos atención, ya que en esos momentos Europa se estaba jugando si seguir en la órbita de las monarquías tiránicas o si dar un paso hacia el parlamentarismo y la Constitución. En Llanes, que compartió circunstancias con Ribadesella en aquellos momentos de la historia -y en todos los demás-, ha habido la sensibilidad necesaria para recordar estos hechos. Me refiero a la magnífica exposición coordinada por Higinio del Río en la Casa de Cultura llanisca, coronada con la edición del libro «Llanes y la invasión napoleónica», una iniciativa que me da envidia y también decepción por el desinterés actual de Ribadesella hacia su propia historia.

La Junta Suprema de Asturias fue disuelta por la Junta Central en mayo de 1809 por no acatar la disciplina nacional, y fue reinstaurada como Junta Superior. Nicolás Llano Ponte, quien había sido destituido como jefe militar de Asturias en beneficio de Francisco Ballesteros, criticaba el nuevo sistema defensivo de la provincia, que daba mucha relevancia al frente del río Deva y minimizaba la importancia estratégica de la línea del Sella, mucho más operativa al estar apoyada en el puerto de Ribadesella, vital para los abastecimientos que enviaba Inglaterra, tan bien documentados por la investigadora Alicia Laspra. Los franceses entenderían perfectamente el valor estratégico de Ribadesella, pues siempre la eligieron como punto vital en sus planes militares y de intendencia.

Aprovechando el caos político de Asturias, cuyos gerifaltes no aceptaban a la nueva Junta Superior, los galos invadieron la provincia por los tres flancos a principios del verano de 1809 y tomaron Oviedo tras unas rápidas operaciones que dejaron atrás 300 víctimas. La penetración por el Oriente se vio entorpecida por los batallones de Villaviciosa y de Ribadesella en el desfiladero de Margolles, donde murió en combate el sargento mayor del Regimiento de Ribadesella, Carlos Valdés Argüelles. El resto de la tropa riosellana acompañaría a Ballesteros en su retirada hacia la montaña leonesa de Valdeburón y en su posterior ataque a Santander, que acabaría fracasando pero que serviría para que los franceses desalojaran momentáneamente Asturias para defender Cantabria, aunque antes de irse les dio tiempo a detener en la villa al armador y comerciante Antonio Ardines, quien más adelante llegaría a ocupar un puesto destacado en la Administración francesa.

Tras el ensayo general de la invasión de 1809, la ocupación que pretendía ser definitiva comenzó el 24 de enero de 1810 en la línea del Deva, con una fuerza de 5.000 hombres al mando del general Jean Pierre François Bonet. Napoleón quería tener despejado el camino hacia Portugal, aliado con Inglaterra, y controlar desde tierra los puertos del Cantábrico, ya que la flota francoespañola había sido aniquilada en Trafalgar y los ingleses, aliados con los rebeldes españoles, habían empezado a suministrarles ayuda por vía marítima. Tras el fácil desmantelamiento de las defensas de los ríos Deva y Purón, el general Bonet llega a Llanes y ordena al fiero coronel Etiénne Gauthier (que ya había sido acusado de pillaje en su anterior entrada en Asturias) que tome Ribadesella con el 120.º Regimiento de Infantería de Línea. La entrada en la villa no resultó del todo pacífica, pues están acreditadas las muertes violentas de Mateo Pañeda Corral, de Meluerda; Ramón González, de San Miguel de Ucio, y tres soldados más, uno de ellos, natural de Berbes.

Los franceses se instalan en Ribadesella con tres compañías del 119 al mando del capitán Michel (luego relevado por el comandante Aubry) y eligen como cuartel general la casa de Fuerte, un espléndido caserón del terrateniente Cosme Prieto recién construido, con buen muro perimetral y con unas magníficas vistas -entonces- sobre la villa, el puerto y el fondeadero del Tocote, de gran calado antes de la construcción del primer puente. Ribadesella queda como plaza fuerte de la retaguardia (los combates se desplazan al Occidente) y el general Bonet siempre demostrará una especial atención hacia la villa, pues la considera un punto vital para el abastecimiento y para el enlace de los correos, una de sus mayores preocupaciones, ya que envía y recibe correo a diario de sus jefes y subordinados. Para el Ejército francés fue fácil ocupar Asturias, pues su maquinaria militar era la mejor del mundo, pero le resultó imposible mantener bajo control el territorio conquistado. Debieron resignarse a ocupar las villas y las playas estratégicas (como la de Vega y Berbes, donde se acuartelaron en El Parapetu para prevenir los posibles desembarcos ingleses y rebeldes) y tratar de evitar que los guerrilleros asturianos les cortaran las vías de comunicación. Los correos importantes, por ejemplo, debían ser escoltados por destacamentos de ochenta hombres.

El invierno de 1810 es duro para todos. La crecida de los ríos obstaculiza el tránsito de las tropas, la Junta Superior de Asturias se refugia en Luarca y en Castropol, el cuartel general del ejército está en Malleza (Salas) y las patrullas móviles de los guerrilleros asturianos se mueven con soltura por el territorio oriental, que sólo en teoría está bajo la dominación francesa. Pero el invierno es duro, la escasez es angustiosa y la miseria de los soldados es manifiesta, según un informe de los militares a la Junta Superior: «Las tropas de la División de Oriente no cesan de quejárseme sobre la falta de vestido y calzado o, por mejor decir, desnudez absoluta. Ellas forman parte de este ejército y deben ser socorridas con la misma proporción que las demás».

Con las autoridades provinciales refugiadas en la otra punta de Asturias, los jefes de la guerrilla oriental, como Salvador Escandón y Federico Castañón, campan por sus respetos e imponen su ley de rapiña entre los campesinos. El segundo, incluso, es denunciado por los «robos, estafas y otros desórdenes que se cometían en su división», por lo que la Junta Superior le arresta y le separa del mando.

En el bando francés las cosas no pintan mejor, y las deserciones aumentan, como la del pobre desgraciado que huye por Tezangos y es asesinado en Nocéu por unas mujeres. La falta de suministros, causada por la acción guerrillera de Porlier, Escandón y Bárcena, es angustiosa, según un documento del propio general Bonet, quien, hasta ese momento, había ordenado que sus hombres no practicaran la rapiña: «La miseria en que se encuentran [sus soldados], faltos de ropa y frecuentemente de calzado, les ha vuelto un poco aficionados al pillaje desde hace tres meses que se les ha dicho, además, que las cosas son así».

Pero la dura realidad es que quienes sufren las peores consecuencias son los campesinos, que están obligados a mantener al ejército invasor, para lo cual los franceses han nombrado en cada villa una Junta de Subsistencias dedicada a recaudar alimentos para ellos, y obligados a mantener también al ejército guerrillero asturiano, que extorsiona sin compasión a la población campesina para conseguir víveres.

Frente a las frases pomposas que a veces se han usado para dar lustre a la mítica guerrillera, no encuentro mejor sentencia que la del cura de Posada, Bernardo Taberna, en febrero de 1811, para definir la desalentadora situación del momento: «¡Qué esperanza tendrá la Patria en unos defensores que la oprimen sin misericordia!»

Además de la Junta de Subsistencias, los capitanes Larguier y Haberer instauran en la villa un Ayuntamiento propio, y el 19 de agosto de 1810 nombran alcalde a Antonio de Ardines, un armador de 44 años que se dedicaba al comercio con Cuba, México y Venezuela. Probablemente se vio obligado a aceptar el cargo, aunque no es descartable que viera en los franceses una manera aceptable de Gobierno, como muchos otros afrancesados que juraron fidelidad al nuevo rey, José Bonaparte, y una posibilidad de reanudar sus negocios navieros. En el archivo municipal no hay documentación del período de la ocupación francesa, y las escasas referencias a Antonio Ardines que hemos encontrado se hallan salpicadas en documentos posteriores a que los galos hubieran abandonado la villa. Seguramente habrían destruido toda la documentación para proteger a quienes habían colaborado con ellos o simplemente habrían usado los pliegos existentes para fabricar cartuchos, ya que el papel era entonces un producto muy escaso. Sabido es que la munición de la época para los fusiles de avancarga consistía en un cartuchito de papel que contenía una porción de pólvora negra y una bola de plomo; el tirador debía romper el cartucho con los dientes, verter la pólvora por la boca del cañón, meter la bala y apretarla bien con la baqueta.

A partir de noviembre de 1810, por orden de la Junta Superior y de la jefatura militar, se restablece fuera de la villa el Ayuntamiento que existía antes de la invasión francesa. Se ordena la vuelta al cargo del alcalde y juez noble Francisco Ruisánchez, de Sotu, y la constitución de un Ayuntamiento en la orilla del Sella opuesta a la villa. Se reunirán en diversos puntos de esa zona, como Sardéu, Sotu, El Carmen y Cueves, siempre por orden de la superioridad y seguramente con protección de la guerrilla, pues su misión principal, como no podía ser menos, será la de obtener alimentos para sostener a la División Oriental del Ejército asturiano, estrujando un poco más a la muy sufrida población campesina de la comarca.

Por un cambio de estrategia militar los franceses abandonaron Ribadesella y Berbes -junto con el resto de Asturias- y cruzaron el puerto de Tarna hacia León el 14 de junio de 1811. El propio Bonet aún volvería un par de veces a Asturias al frente de sus tropas -en noviembre de 1811 y en mayo de 1812-, aunque ya sin pretensiones de conquista. El resto de la historia ya lo conocemos, con la derrota europea de Napoleón y el regreso a España de Fernando VII para reinstaurar una Monarquía absolutista y un reinado mucho más tiránico, estéril y desolador que el que con toda probabilidad nos habría proporcionado José I si le hubieran dejado reinar. A nivel local, los defensores del Antiguo Régimen dieron gracias a Dios y a Fernando VII y volvieron a tomar el mando de la villa y concejo de Ribadesella hasta la muerte del tirano, en 1834. La patria estaba salvada. Y sus negocios también.